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Columna
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Arresto

Como en esas pandillas de amigotes que se jalean a propósito de cualquier broma ocasional, suele llegar el punto en que alguien demuestra su mala sombra con una bravuconada que deja en evidencia lo estúpido de la juerga. En esa grotesca situación se ha colocado el jefe de la Fuerza Terrestre al conseguir ser, con la excepción del golpista Milans del Bosch, el primer teniente general arrestado en la historia reciente de la democracia en España. El particular clima de complicidad sobreactuada que la pandilla genera cuando no sabe detenerse a tiempo, con su pérdida del sentido del ridículo más elemental, ha llevado al general José Mena Aguado, que invocó en Sevilla la intervención del Ejército prevista en la Constitución para garantizar la integridad de España, a un descalabro realmente ejemplar. Descalabrado el general por su humillante y merecidísimo arresto y por su prevista destitución, la derecha española ha sido víctima de un instante de perplejidad porque, en su imaginario, tal vez consideraba impensable lo que acaba de ocurrir. Su bronca desaforada a propósito de la negociación del Estatuto de Autonomía de Cataluña ha revelado, súbitamente, la impostura de sus sobreentendidos apocalípticos, la falsedad tácita sobre la que se sustenta la bravuconada de su exhibición. Ha corrido ya mucha agua desde la transición y la preponderancia de lo militar y de los militares, el peso condicionante de los generales sobre la política y sobre la sociedad, son reliquias historiográficas que no se pueden hacer valer ni como remota posibilidad. En la democracia de hoy, cualquier conflicto se resuelve en el ámbito de la política y los militares se supeditan, sin excepciones, a él. La vertiginosa grieta hacia el absurdo que ha abierto la torpe maniobra del general habría de servir para parar en seco las payasadas y recuperar la sensatez. El propio ministro de Defensa, José Bono, que ha actuado con tanta firmeza y ejemplaridad, debería preguntarse si la cartera que ocupa es la más adecuada para pronunciarse con beligerancia, como lo hizo en su momento, sobre el debate territorial. En la política, como en otros terrenos, hay juegos que uno alienta y no sabe hasta dónde pueden llegar porque siempre hay algún tonto que intenta una barbaridad.

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