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El testimonio de las mujeres

En sesenta años, la literatura del holocausto y sus aledaños nos ha dado ejemplos variopintos de que el horror es verbalizable, aunque sólo sea hasta cierto punto, y también de algo mucho más importante: que de esa verbalización se puede sacar algún tipo de lección. A los que hemos leído entre la pulsión moral y el espanto a Imre Kertesz, a Primo Levi, a Jean Améry, a Jorge Semprún, a Paul Steinberg o a Víctor E. Frankl nos es difícil sustraernos a la impresión de que el fenómeno del Lager fue, más allá de la carnicería estricta, una suprema ocasión para el conocimiento. Como dejó escrito Primo Levi, sin la experiencia de Auschwitz muy probablemente nunca hubiera escrito ninguno de sus libros, con lo cual nos hubiéramos perdido al intérprete más sagaz de este fenómeno, a su estilista más preciso.

En cada matiz de cada uno de estos autores está, por otro lado, el secreto para la aprehensión completa de lo que significaran los crímenes nazis. De la amargura adusta de Améry al candor floral de Frankl, de la ironía de Semprún a la metafísica existencialista de Kertesz. Sin olvidar, por supuesto, el diálogo de sordos entre Levi y Steinberg, esa historia terrible y fascinante que el lector no puede desconocer. En Si esto es un hombre, Primo Levi retrata con precisión no exenta de cierta repugnancia la figura de un francés al que llama Henri y que se caracteriza por su voluntad férrea de escapar a cualquier condicionante del campo que lo aleje del único bien supremo, la supervivencia. Cincuenta años más tarde Henri, que en realidad se llama Paul Steinberg, publica su propia versión de los hechos, en un opúsculo titulado Chroniques d'ailleurs (publicado en catalán por Edicions de 1984 con el título de Cròniques d'un altre món; la trilogía de Auschwitz de Primo Levi, por otro lado, acaba de aparecer en un volumen conjunto en Edicions 62). Por entonces, sin embargo, ya hace mucho que Levi se suicidó. No me extenderé en este diálogo imposible, al que ya me referí extensamente en alguno de mis libros (Les hores fecundes). Me interesa más, ahora, destacar que lo que caracteriza los últimos movimientos del panorama editorial en lo que se refiere a este tipo de literatura es la aparición de los testimonios de las mujeres. Como la barbarie no entendía de sexos, ni de razas, ni de ideologías, ahora parece el turno de las vivencias femeninas, no menos estremecedoras que las masculinas.

Me refiero a títulos como El fum de Birkenau, de Liana Millu (Quaderns Crema), seis historias intensas, protagonizadas por mujeres y ambientadas en el campo femenino de Birkenau. Estos relatos -como la de la prisionera que oculta su embarazo o la de la holandesa que pregona la muerte de su hermana antes que aceptar su presencia en el Puffkommando (burdel)- transmiten, como dice Primo Levi en el prólogo, una "dolorosa sabiduría del mundo, lo que demuestra que la autora no padeció en vano".

Distinto es el caso de Margarete Buber-Neumann quien, en Prisionera de Stalin y Hitler (Galaxia Gutemberg), traza la inverosímil pero auténtica parábola de los comunistas alemanes, esos pobres diablos a quienes la paranoia de Stalin acusó, por ejemplo, de "espionaje en provecho de un país cualquiera" (como recoge Buber-Neumann subrayando la triste y horrísona ironía) y la vesania hitleriana condenó a doble ración concentracionaria cuando el asesino soviético las entregó al asesino austríaco. ¿Hubo algo más trágicamente ingenuo que un comunista europeo en el siglo XX? Si alguien aún no está convencido, que lea este libro.

Aprovechando quizá este favorable contexto editorial, Edicions 62 ha reeditado El carretó dels gossos, el testimonio de Mercè Núñez en Ravensbruck. Aunque Núñez no tiene la profundidad y la exhaustividad de Buber-Neumann (ni su historia puede compararse a la doble tragedia de la alemana, aunque ambas recalaran en el mismo campo), su relato es emotivo y directo, y tiene el coraje de una superviviente que no se dejó achantar por la maldad imperante.

Finalmente, me gustaría referirme a El trauma alemán, de Gitta Sereny (Península). Como buena periodista, Sereny nos presenta una autobiografía formada por una recopilación de textos publicados en la prensa a lo largo de más de medio siglo. Testigo privilegiado de su tiempo, esta escritora austriaca tuvo el privilegio de entrevistarse con monstruos más o menos apacibles como Franz Stangl, el director del campo de Treblinka, o el mismísimo Albert Speer, el único nazi en quien pudo apreciar rasgos de arrepentimiento, el hombre a quien Hitler admiraba y por quien Speer sentía una turbadora atracción erótica. Sus encuentros con ellos, y con muchos otros protagonistas de la última gran guerra convierten este libro en un ejercicio de periodismo histórico simplemente admirable.

Liana Millu, Margarete Bubber-Neumann, Mercè Núñez, Gitta Sereny: sesenta años después, son las mujeres las que dejan oír su voz. Tampoco ellas estuvieron a salvo. Pero, ¿quién lo estuvo?

Joan Garí es escritor. www.joangari.com

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