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Columna
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Abono

Bono, el cantante de U2, ha abierto de par en par su inmenso y sostenible corazón a un programa de radio de la BBC y ha dicho cosas muy tristes. Resulta que sus compañeros de banda están hasta las narices de que, durante los conciertos, haga discursos contra las injusticias que asolan al planeta. ¡Qué poca solidaridad, caramba! Según ha contado, parece que cada vez que, entre canción y canción, se pone a hablar de los múltiples problemas que le preocupan, Larry Mullen, su batería, "mira el reloj y controla el tiempo". Por si esto fuera poco, el comportamiento del público tampoco puede calificarse de ejemplar. Bono asegura que le abuchean cada vez que lanza una de sus diátribas contra la pobreza o la deforestación del Amazonas (aunque quien tiene el copyright de los problemas amazónicos es Sting). Lo que ha sufrido Bono durante esta última gira bien se podría calificar de bulliyng y el pobre afirma que hasta ha pensado en dejar el grupo. Sin duda, eso sería un golpe terrible para el mundo de la música, sólo comparable a lo que fue la retirada de Manolo Otero.

Es verdad que cuando los músicos se ponen a hacer discursos son muy pesados. Y es verdad que Bono supera en pesadez a Sting, a Bob Geldorf y hasta a la propia Cristina del Valle. Comprendo que Larry Mullen estuviese impaciente por tocar la batería en los conciertos de U2 y que le diese mal rollo ver que, entre tema y tema, Bono se pasaba 20 minutos hablando. Pero no entiendo que le abucheara el público. La verdad, prefiero mil veces a Bono haciendo discursos antes que a Bono cantando.

Cuando Frank Sinatra sacó su disco de dúos y Bono interpretó a medias con él I've got you under my skin, estoy segura de que los farmacéuticos notaron un aumento de la automedicación en los ciudadanos. Bono susurrando sensualmente sus fragmentos de canción con esa voz de locutora de bingo y haciendo como que matizaba era mucho más insoportable que el peor de los discursos. De un concierto de U2 aguanto mucho mejor a Bono hablando del sida que a Bono haciendo falsetes. Prefiero a Bono (con sus gafas de soldador) pidiéndome fondos para una ONG antes que a Bono poniendo cara de trascendencia mientras el guitarra de su banda, The Edge, hace un solo. Y prefiero a Bono hablando 20 horas sin parar como Fidel Castro antes que a Bono poniendo cara de placer intelectual cuando su bajista, el cómico Adam Clayton, ejecuta alguno de sus famosos acordes de una sola nota (acordes que con tanto éxito han imitado los estudiantes del curso por correspondencia CCC). ¿Qué prefieren ustedes? ¿Oír a Bono enumerando una por una todas las especies de animales en peligro de extinción u oírle cantar Beautiful day? Yo lo tengo claro. Y para mí esto vale para todos los demás cantantes solidarios. Prefiero oír un discurso de Sting sobre las ballenas a oírle cantando This cowboy song. Y prefiero mil veces ver a Cristina del Valle en el 30 minuts peleando por los derechos de las focas a oírla cantando su gran hit Luna polisaria o su otro gran hit Quítame este velo.

Sería terrible que cualquiera de los bondadosos oficiales, como Nelson Mandela o Rigoberta Menchú, además de ser como son los azotes del poder y tal, también se dedicasen a la música. Imaginen que Michael Moore, el de los documentales enrollados, encima cantase. Imaginen que en su próxima película saliese él, con su clásica gorra de béisbol, y que, en un momento dado, dijese mirando a la cámara: "Estamos en contra de la pena de muerte y vamos a salir a la calle a gritarlo bien alto, pero... ¡Mejor os lo digo con una canción! ¿Os parece?". Y que, a continuación, interpretara El blues de Bush.

moliner.empar@gmail.com

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