El bus y la lanzadera del aeropuerto tienen el 20% menos de usuarios que el tren
Las obras en la terminal de El Prat afectan seriamente a los pasajeros y trabajadores
El tren que iba al aeropuerto transportaba de media unas 9.900 personas diarias. Tras su supresión, debido a las obras de la línea de alta velocidad, el número de usuarios que utilizan el transporte público para ir al aeropuerto barcelonés ha caído drásticamente. Los mejores días, el 15%, pero bastantes jornadas el descenso supera el 20%. Los usuarios pueden utilizar un autobús que va desde Sants hasta la terminal B o un tren hasta la población de El Prat y allí tomar una lanzadera hasta la vieja estación ferroviaria. La suma de ambos transportes nunca da más de 8.400 pasajeros.
Para una persona que vaya a tomar un avión, el precio del autobús privado que va al aeropuerto o el de un taxi representa relativamente poco dinero que añadir a lo pagado por el billete aéreo. Para un trabajador del aeropuerto, que tiene que ir y volver diariamente, el gasto de un transporte privado es insoportable. Y menos aún se puede plantear utilizar el aparcamiento. Queda el transporte público, que desde hace un mes, cuando fue suprimido el tren que iba de Sants a la estación situada junto a las terminales, resulta más que precario. El resultado es el previsible: mientras el Gobierno catalán insiste en que quiere potenciar el uso del transporte público, el número de usuarios con destino al aeropuerto cae en picado.
No es para menos. Una persona que quiera ir en autobús al aeropuerto tiene que hacerlo en un vehículo articulado de TMB, quizá adecuado por rodar despacio por las calles de Barcelona, pero muy incómodo para recorrer los casi 15 kilómetros que separan Sants del aeropuerto. Además de que sus asientos son duros para el largo recorrido (cuando hay suerte de pillar asiento), estos vehículos carecen de espacio para las maletas y los pasajeros perciben perfectamente que el firme de la Gran Via, a su paso por L'Hospitalet en obras, es cualquier cosa menos plano.
Además, la capacidad del autobús es incomparablemente inferior a la de un tren y su puntualidad depende del tráfico. En resumen: un desastre. Para colmo, el autobús deja a los pasajeros en la terminal, pero quienes quieran utilizarlo para volver a Barcelona deben tomarlo en la vieja estación, a la que se llega de forma harto incómoda porque la pasarela con una cinta continua que iba de las terminales a la estación ya no existe. AENA ha puesto un autobús que une ambos puntos, pero sólo para en una terminal y su frecuencia es imprevisible.
Hay otra posibilidad: un tren hasta El Prat y allí apearse y cambiar de andén (subiendo y bajando unas escaleras nada mecánicas), y tomar otro tren lanzadera que llega hasta a la antigua estación del aeropuerto. Allí, dado que no hay pasarela, se puede esperar el autobús de AENA, sin horarios fijos, o ir andando, a través de un tráfico intenso y peligroso para el que el Ayuntamiento de El Prat no ha previsto vigilancia especial: ni un guardia urbano en esta zona. Y en las terminales, poquísimos, cuando hay alguno.
Pese a tanto obstáculo, los trabajadores no tienen más remedio que ir a trabajar, sea a las terminales, sea a la zona de carga. De modo que tren y lanzadera se siguen empleando. El pasado 28 de diciembre fueron 8.461 los pasajeros que utilizaron uno u otro sistema. Al día siguiente la cifra cayó ligeramente hasta 8.151 y el 30 de diciembre se quedó en 8.242 pasajeros. Si se comparan los dos medios de transporte (tren más lanzadera o autobús), el autobús pierde siempre. El 28 de diciembre el tren fue utilizado por 4.443 pasajeros, mientras que el autobús, menos de fiar y más incómodo pese a ser directo, se quedó en 4.018. Y ése fue el día que más transportó de los tres utilizados. En los otros, el número de usuarios del tren fue casi constante y el de los del autobús fue cayendo de forma regular y en los dos días se quedó por debajo de los 4.000 pasajeros.
Andreu F., que trabaja en la terminal A, explicaba ayer que sólo utiliza el autobús desde Sants si pierde el tren. El tiempo del recorrido en tren es similar al de antes, porque Renfe ha coordinado los horarios, pero el del autobús es impredecible. Depende del tráfico de la Gran Via. Lo que no utiliza nunca es el autobús de AENA que suple a la pasarela, porque "sólo arranca cuando está lleno", de modo que en la práctica resulta casi inútil.
La situación es provisional, pero no tanto, porque no está previsto que las obras que impiden la llegada de un tren directo al aeropuerto duren menos de un año. La solución no gusta a nadie y ha provocado quejas del Ayuntamiento de El Prat, el de Barcelona y el Gobierno catalán. El problema es que Fomento no quiere invertir más ante el temor de que le pidan lo mismo cuando haga obras en otras partes.
Al filo de lo imposible
El pasado miércoles, sobre la medianoche, quedaban por llegar a la terminal B del aeropuerto de El Prat media docena de vuelos. Tres iban a hacerlo, según las pantallas, a las 0.20 horas. A las 0.35 horas, las pantallas seguían dando el mismo horario pese a la metafísica imposibilidad de que el pasado fuera a la vez futuro. La persona que atendía en el mostrador de información aseguró que el problema era siempre del aeropuerto de origen y que los operarios de El Prat no pueden modificar un dato tan evidentemente falso como que un avión llegará a una hora que ya ha pasado. "¿Para qué sirve entonces la pantalla informativa?". Ni lo sabía ni le interesaba el asunto. A esa hora, además, habían cerrado las oficinas de la mayor parte de las compañías cuyos vuelos estaban por llegar, de modo que la persona que estuviera allí esperando a alguien no tenía más remedio que esperar y esperar y esperar. A ciegas. Porque la empleada que atiende información sólo dispone, según propia confesión, "de los mismos datos que aparecen en las pantallas". De donde se deduce que el día que AENA pierda dinero ya sabe por dónde puede empezar a ahorrar. Por los directivos que organizan la desinformación, seguro que no lo hace.
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