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Un desierto de uranio

Krasnokámensk, ubicada a menos de 40 kilómetros de la frontera con China y a unos 20 de las minas de uranio, fue construida para físicos nucleares. La ciudad, de 65.000 habitantes, es la única en Rusia que aún vive de la extracción y procesamiento del uranio. El presidio fue instalado allí para que los condenados hicieran el hormigón con el que después hermetizaban las minas agotadas y así impedir fugas radiactivas. Ahora, ese trabajo lo hacen obreros y los presos se ocupan principalmente de labores de costura.

Escapar es casi imposible. El presidio cuenta con cinco barreras: dos cercas con alambre de espino, entre las que pasean pastores alemanes, y tres alarmas de rayos láser. Cavar túneles es inútil: el terreno es pantanoso y se llenarían de agua. Algunos han huido cuando los trasladaban, aprovechando un descuido de los escoltas. Pero han sido capturados a la semana: no hay dónde esconderse; en kilómetros alrededor no crece un solo árbol: el presidio está en el extremo noreste del desierto de Gobi.

La contaminación radiactiva es palpable en Oktiabrski, poblado construido en 1964 para el alojamiento provisional de los geólogos a sólo dos kilómetros de las minas. En las casas, el nivel de radón supera en 100 veces el máximo permitido, lo que puede provocar cáncer de pulmón. Como dice Yekaterina Zímneva, una vecina de Oktiabrski: "Comemos uranio, bebemos uranio, respiramos uranio".

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