_
_
_
_
Reportaje:

Tres en la cumbre

La imagen del deporte español cambió de forma radical en 2005. Fernando Alonso, campeón del mundo de fórmula 1; Rafael Nadal, ganador del torneo de tenis de Roland Garros, y Dani Pedrosa, campeón mundial de motociclismo en 250cc, traspasaron con sus triunfos y su actitud las barreras de lo deportivo y se convirtieron en iconos de la sociedad española. Aportan modelos de competitividad, poderío físico, trabajo, sacrificio y sobre todo juventud. Probablemente lo que más impresiona en ellos es la simplicidad de sus gestos. No esconden secretos; se muestran sin tapujos, sin subterfugios, tal como son. Y esa virtud se convierte a veces para ellos en su principal problema. El día que estos tres jóvenes deportistas dieron un vuelco trascendental a sus carreras y elevaron el tono del deporte español gesticularon de forma distinta. En aquel día mágico sacaron los fantasmas que habían estado escondiendo a lo largo de la temporada.

Más información
Un curso complicado

Aquel 25 de septiembre en el circuito de Interlagos, en Brasil, estaba cantado que iba a ser el día. Fernando Alonso había tenido ya un par de oportunidades, en Monza y en Spa, de proclamarse el primer español campeón del mundo de F-1, pero eran remotas. Debía darse una combinación de resultados demasiado extravagante. Sin embargo, en Brasil sólo debía concluir en tercera posición. Subirse al podio y levantar el trofeo de campeón. Era la antepenúltima carrera y Alonso había cumplido recientemente 24 años. Así que tenía enfrente no sólo el título, sino la oportunidad de convertirse en el campeón más joven de la historia, descabalgando al brasileño Emerson Fittipaldi, que había mantenido el récord durante 33 años.

Y Alonso no falló. Ni se irritó cuando los dos McLaren de Juan Pablo Montoya y Kimi Raikkonen coparon las dos primeras posiciones. Se colocó en un cómodo tercer lugar y así concluyó la carrera. Para él aquello había sido un triunfo no sólo por el título que acababa de ganar, sino también porque había sido capaz de frenar su agresividad, de controlar sus nervios y la presión del momento, de frenar sus habituales ansias de victoria, y supeditarlo todo a un objetivo final: el título. Tal vez por eso, todo su espíritu se desató cuando, por fin, se bajó del coche, se quitó el casco y se subió a una rueda para lanzar un grito que dio la vuelta al mundo: "¡Toma, toma, toma! ¡Campeón!".

Era la máxima expresión de toda la rabia contenida durante media temporada, en la que había debido mostrarse cauto y reservón, evitando cualquier riesgo para intentar puntuar en cada gran premio y preservar así la ventaja que había adquirido en las primeras carreras del campeonato: cuatro victorias (siete al final del curso), un segundo puesto (cinco en la conclusión), un tercero (tres en total) y un cuarto en las siete primeras carreras; o sea, 32 puntos de ventaja sobre el finlandés Kimi Raikkonen, su único rival serio, convertido en el paradigma de la desgracia. Era también un gesto de rebeldía hacia una situación que le había obligado a dar el 200% en cada carrera. Todo el mundo sabía que Renault, el bólido de Alonso, no era el más rápido del campeonato. Ese valor lo tenían los McLaren. Pero sí fue el más fiable. El mérito de Alonso fue ser capaz de conducirlo sin errores hacia el título y saber aprovechar la poca fiabilidad de McLaren y el bajo momento de Ferrari.

Sin embargo, no fueron ésos los únicos gestos. El asturiano quiso aprovechar su momento de máxima gloria para recordar a todo el mundo que era un producto sólo de sí mismo. "Sólo debo agradecer esto a mi esfuerzo y al de mi familia", señaló cuando se esperaban palabras de felicidad. Su cabeza estaba funcionando de forma distinta, peculiar. En la película de su vida que en aquellos momentos pasó por su cabeza, la imagen más nítida era la de las muchas puertas oficiales que se le habían cerrado en su trayecto hacia el Everest del automovilismo. Tal vez por ello obvió al menos dos nombres que fueron cruciales en su carrera: el de Genís Marcó, que le tendió una mano para que pudiera proseguir su carrera en karts, y el de Adrián Campos, que le abrió las puertas de los monoplazas y de la F-1. Unas semanas más tarde, en Shanghai, su última victoria le proporcionó una nueva perspectiva de las cosas, cuando compartió con todo su equipo el título de constructores de Renault.

Tan peculiares como los de Fernando Alonso fueron los gestos de Daniel Pedrosa cuando el pasado 16 de octubre levantó su moto como ganador de la carrera de Phillip Island, el Gran Premio de Australia, y se proclamó por segunda vez consecutiva campeón del mundo de 250cc. Aquello era un paso más hacia la culminación de una carrera meteórica que debe coronarse con el título de Moto GP, categoría en la que comenzará a luchar la próxima temporada básicamente contra Valentino Rossi. Fue su tercer mundial de renglón tras haberse titulado en 2003 en 125cc.

También Pedrosa tenía secretos que desvelar. Desde que sufrió una triple caída en el Gran Premio de Japón, a seis carreras para el final del campeonato, pareció que su título podía peligrar. Hubo dudas incluso sobre su participación en los grandes premios de Malaisia y de Qatar debido a una lesión importante en el hombro que se mantuvo en secreto para no abrir expectativas a Casey Stoner, el hombre que le perseguía en la clasificación. Su cuarta posición en aquella carrera fue interpretada como un signo de debilidad, una muestra de que su mentalidad no era tan fuerte; se pensó que tenía dudas…, pero nada de eso era cierto. Y cuando dejó su moto en Phillip Island y habló, sacó toda su rabia contenida y explicó que había corrido con la cabeza del húmero rota. "A diferencia de otros, nosotros [en referencia a Alberto Puig, su mentor] siempre hemos confiado en nuestras posibilidades. Sólo nosotros. Y eso dice mucho de lo que hay a nuestro alrededor", explotó el piloto de Castellar del Vallés. "En Malaisia, ya sabíamos que había una rotura. Sus rivales no sabían que estaban luchando contra un manco. Lo que ha hecho Dani tiene mucho mérito", agregó Puig. La alegría del momento se mezcló con el recuerdo de otros más duros, cuando un problema en su casco provocaba que su pantalla se entelara, impidiéndole correr al ciento por ciento, o luego, cuando llegó su lesión.

A los 20 años recién cumplidos, mantener la cabeza fría ante todos estos acontecimientos no es sencillo. Pero Dani siempre ha transmitido un sentimiento de serenidad en los momentos de más tensión. Aquel 16 de octubre quiso abrir su corazón, y mostró, en una camiseta que se colocó sobre el mono al concluir la carrera, la imagen que él cree más se acerca a su realidad vital: un dibujo de un guerrero con la espada láser de un jedi, vestido con un quimono de maestro ninja y con la mitad de la cara pintada de azul, al estilo del héroe escocés Braveheart.

Es una imagen con la que podría identificarse fácilmente al mallorquín Rafael Nadal. Aunque tiene solamente 19 años, la presencia de Nadal no pasa nunca inadvertida. Lo que más le distingue de los demás jugadores de tenis es su fortaleza física, su desarrollada musculatura -especialmente en las extremidades superiores- y sobre todo su inquebrantable mentalidad. En este aspecto es superior a cualquier rival del circuito profesional de tenis. Por eso, cuando el pasado mes de mayo llegó a Roland Garros, el único Grand Slam que se disputa en tierra batida, todo el mundo le daba como el principal favorito, por encima incluso del número uno mundial, el suizo Roger Federer.

Nadal no tenía prisas, pero fue superando todos los obstáculos. Apeó a Federer en semifinales y luego ganó al argentino Mariano Puerta, ahora envuelto en un caso de posible dopaje, en la final por 6-7, 6-3, 6-1, 7-5. Y luego mostró en la pista central de París los aspectos más hermosos de su personalidad. Contrariamente a lo que ocurrió con Alonso o Pedrosa, en Nadal no había reproches, ni rabia contenida, ni otros sentimientos que los de un chico que se siente en lo más alto del mundo.

Los gestos de Nadal fueron de agradecimiento. Tras felicitar a su rival escaló la grada hasta abrazarse con su familia; su representante, Carlos Costa, y sus amigos. Sólo allí, cuando comprobó la felicidad de los suyos, dejó escapar alguna lágrima. "¡Les vi tan emocionados!", confesó. Y es que, para él, lo más importante de su triunfo en Roland Garros no era que se produjo en su primera participación -estuvo lesionados los dos años anteriores-, emulando al sueco Mats Wilander en 1982, ni tampoco que acababa de convertirse en uno de los campeones más jóvenes, ni siquiera que se había mostrado como el mejor tenista del mundo en tierra batida y que consolidaba su segunda posición en la clasificación mundial. Nada fue tan relevante para él como haber dado a su familia una de las mayores satisfacciones de su vida.

Éste es el camino que le ha enseñado su tío Toni, su entrenador desde niño; su otro tío, Miquel Àngel, ex jugador de fútbol del Barcelona, el Mallorca y la selección española, y su padre, Sebastià. "Rafa no es más importante que otra persona simplemente por el hecho de que es capaz de pasar la bola por encima de la red más veces que sus rivales", afirma Toni Nadal. Y Rafa sigue su camino con una confianza absoluta, dando valor a las cosas importantes de la vida y restándolo a las triviales. Entregándose hasta el fondo en la pista con una expresividad característica que atrae a las multitudes. Y que le ha permitido este año ganar 11 torneos, uno menos que Federer; entre ellos, un Grand Slam y cuatro Masters Series, y acabar segundo en el ranking mundial. "Lo que ha hecho Rafa a los 19 años es muy grande y casi imposible de repetir", analiza el campeón del Masters de 1998 Àlex Corretja. "Dudo que la gente valore exactamente la magnitud de todo eso. Ninguno de nuestra generación lo había logrado antes".

Igual que Fernando Alonso y, a menor escala, que Daniel Pedrosa. Tres deportistas extraterrestres, tres personalidades peculiares e irrepetibles. Tres chicos convertidos en iconos, en modelos para la juventud y que han volcado la imagen del deporte español.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_