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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Filosofía de los antiguos

Dos estudios, uno sobre Platón y otro sobre Plotino, destacan entre las últimas publicaciones en el campo de la llamada "filosofía antigua". A propósito, siempre me ha parecido algo inexacta, y hasta injusta, esta expresión -"filosofía antigua"- que suscita al lector inadvertido la engañosa impresión de que cada vez que coge un texto clásico está delante de una antigualla. Odioso historicismo, odiosa historia de las ideas. Hay en efecto una filosofía moderna, porque hay un pensamiento actual, o del presente -que es lo que quiere decir "moderno"- y por otro lado hay una filosofía que no es como la actual, porque la hacían los antiguos, es decir, los hombres que, en la medida en que pensaban antes del cristianismo, de la vida interior y del sujeto, buscaban principios allí fuera. Es verdad que, por desgracia, somos muy distintos a esos hombres, pero lo que distingue a nuestra manera de pensar de la de ellos no es tanto que nos ocupemos de sustancias, problemas o contenidos espirituales incompatibles con los suyos, sino que tenemos diferentes estilos de filosofar. No se trata de "filosofías" diferentes. Nuestras preguntas son las mismas, e idéntica es nuestra incapacidad para responderlas de forma satisfactoria.

Por otra parte, la falacia historicista ha servido para que multitud de hermeneutas más o menos inescrupulosos se inventen una Grecia inverosímil, como la de Heidegger, y contribuyan así a consagrar la idea de que la Grecia clásica es una especie de Libro del Génesis, un tiempo lleno de arcanos, enigmas y conjuros, escritos en una lengua sacramental que requiere de intérpretes iniciados.

El trabajo de Luc Brisson es

totalmente ajeno a este enfoque y se centra en la definición platónica de mythos, crucial para comprender qué era la filosofía para los griegos clásicos dado el especial énfasis puesto por Platón en diferenciar el logos como elemento de la filosofía (discurso verificable y argumentativo) del mythos (como discurso de la opinión o discurso de y para el otro, en la interpretación que propone aquí Brisson). La representación platónica del mito contribuyó a crear el género filosófico, tanto como a dar pábulo a esa majadería harto habitual en las historias de la filosofía, según la cual la filosofía es la superación del mito. Brisson hace un examen comparativo y muy minucioso del corpus platónico para desentrañar cómo describe Platón la manera en que los mitos informan, imitan, son recibidos y persuaden, cómo se los fabrica y cómo se transmiten, y la importancia que cobra la escritura en ese proceso. La suya no pretende ser una investigación conclusiva sino cuando menos un análisis estricto y, en cualquier caso, nada especulativo y consciente de las dificultades que supone la comprensión de un texto antiguo. Allí está, citada como advertencia sobre los males de la lectura y la interpretación, al comienzo del libro, la carta desopilante que dirige el ingenioso Charles Dogson (Lewis Carroll) a sus hermanos para describirles su trabajo como docente en Cambridge y, de paso, mirar con sarcasmo la comunicación humana. Esa carta sirve para recordar que las mismas disonancias y disparates que producimos en nuestras comunicaciones nos asaltan cuando leemos a los antiguos.

La monografía de Pierre Hadot sobre Plotino, por otro lado, es un libro precioso: un texto breve, de fina erudición y de estilo transparente, y se diría que incluso de hálito plotiniano por la forma delicada y empática con que Hadot procura rescatar el espíritu y la vocación mística de este filósofo extraordinario, verdadero engarce entre el helenismo pagano y el cristianismo occidental creado por Ambrosio de Milán y Agustín de Hipona. Hadot repasa los temas principales de la filosofía de Plotino, de inmensa influencia en la cultura occidental, no sólo por su espiritualismo, que sedujo a los Padres de la Iglesia, sino por la manera en que reelabora la herencia de Platón y mucho más tarde llega a fecundar la escuela de Ficino en Florencia (Ficino fue traductor de las Enéadas) y a los estetas de Cambridge en el siglo XVIII. El propio Hegel debe a Plotino su modelo cosmogónico; y, por otra parte, la idea romántica del arte debe a Plotino casi todo: con razón decía Valverde que el romanticismo era una "especie de religión neoplatónica (o sea, plotiniana) del arte".

Pero el trabajo de Hadot tiene una virtud adicional. Su compenetración con el legado de Plotino permite desmentir aquello de que "la auténtica filosofía es, a fin de cuentas, metafísica", baladronada que suelen repetir los filósofos cuando quieren darse corte (sobre todo si son filosofantes, mucho más numerosos y presumidos). La vida espiritual y la obra de Plotino muestran que el verdadero filósofo no es un metafísico sino un místico; y la mística, la única forma de meditación en que (todavía) cabe pensar en filosofía.

Plotino o la simplicidad de la mirada. Pierre Hadot. Traducción de Maite Solana. Alpha Decay. Barcelona, 2004. 230 páginas. 23 euros. Platón, las palabras y los mitos: ¿Cómo y por qué Platón dio nombre al mito? Luc Brisson. Traducción de José María Zamora Calvo. Abada. Madrid, 2005. 260 páginas. 19 euros.

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