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Columna
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Prácticas mafiosas

Hace unas semanas señalaba la novedad de que ya ningún juicio por actividades vinculadas con ETA fuera considerado un juicio político, lo que suponía la expulsión de facto de ETA del mundo de la política. La conclusión, recordémoslo, la extraía de las opiniones vertidas acerca del sumario 18/98 por los propios implicados y sus defensores: el juicio era político porque en él no se juzgaba a ETA. Y esta expulsión de la organización terrorista del universo político la sentenciaban no quienes siempre la habían ubicado fuera de él, sino quienes -al margen de las vinculaciones que hayan podido tener con ella, extremo que dictaminarán los jueces- siempre la han considerado vanguardia política de un conflicto irresuelto. Ese reconocimiento implícito de su naturaleza meramente delictiva le era otorgado a ETA desde su ámbito de influencia, novedad que refleja a la perfección la valoración mayoritaria de que pueda ser objeto hoy en día la organización armada. No siempre fue así.

Nombrar la cosa es una operación fundamental respecto a la consideración que podemos otorgarle. Concebida durante mucho tiempo como matriz y cabeza de un supuesto movimiento de liberación nacional, el crédito de ETA no se ha librado del veredicto de nuestro tiempo ideológico. Tal vez tengan razón quienes opinan que fue ETA la que refundó Euskadi como realidad política, dado el fundamento de veracidad que se otorgaba a todo conflicto armado que supiera además articular un discurso más o menos coherente, por paródico que pudiera ser. Las características de la coyuntura histórica en que surgió -la dictadura franquista y su final, que en Euskadi no fue cómodo-, junto a la dinámica de los hechos que ella misma alentaba, digamos que le fueron otorgando una credibilidad de la que en otras circunstancias no hubiera gozado. Más que surgir como fruto de la necesidad de un pueblo maltratado, ETA fue creando su propio pueblo sufriente, y ese pueblo de nuevo cuño nos entraba a todos hasta la cocina de nuestras casas. Durante mucho tiempo, el único pueblo sufriente fue el pueblo de ETA, y las únicas víctimas las ponía en ella. Se reprobaran o no sus métodos violentos, eran muy pocos los que le negaban entonces validez política y se atrevían a definirla sin más como grupo terrorista. Ese reparo ha durado hasta no hace demasiado tiempo.

Días atrás, el PNV fue un paso más allá y en boca de su presidente tachó de "prácticas terroristas y mafiosas" las actividades delictivas de ETA. No eran los primeros en calificar de mafiosa la actuación de la banda, pero es muy significativo que desde un partido que no hace mucho tiempo hablaba de "esos chicos" se utilicen hoy calificativos tan contundentes. Es otro paso más en ese proceso de expulsión de la política de la organización armada, un paso que a muchos les podrá parecer solo nominal y no acompañado por los hechos, pero que es de recorrido irreversible. El pueblo de ETA ya no entra hasta nuestras cocinas, sino que está siendo arrojado de nuestros portales, y el tiempo le va a despojar inexorablemente de todo argumento político, como se los va a quitar también a todos aquellos cuya iniciativa política sea dependiente de la de la organización armada. Ninguna mafia puede esperar otro crédito que no sea el que le otorgue la justicia.

Vivimos tiempos de expectativas, pero esos tiempos no pueden ser ilimitados. Carente de todo proyecto político verosímil y convertida en rémora para el desarrollo y la convivencia del país que dice defender, ETA está condenada a una actividad de subsistencia más o menos lucrativa que la irá ciñendo al ámbito de sus beneficiados directos. Sea cual sea el crédito que merecen algunas especulaciones, se habla de una firme voluntad de abandonar las armas y optar por otras vías en el seno de su brazo político, voluntad que algunos verían también refrendada en el interior de la organización militar, aparato sobre cuyos misterios se pueden hace las más diversas conjeturas. Los hechos, sin embargo, no parecen avalar tanta esperanza y las expectativas pueden diluirse tan pronto como el dinamismo social lo estime necesario. Es posible que ya nadie esté dispuesto a dejarse arrastrar por una situación que se pudre, y que la paciencia histórica se agote en el momento mismo en que son identificados los perdedores. Al fin y al cabo, una mafia es una mafia es una mafia. Contra el poder, sus días suelen estar contados. Es lo que esperamos.

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