La limpieza de la patena estatutaria
La publicación del documento sobre financiación autonómica suscrito por el vicepresidente Solbes, primero, y de la alternativa global al articulado del nuevo Estatuto presentada por el Gobierno, después, han oxigenado el enrarecido ambiente que suele rodear las conversaciones secretas; el acceso a la información veraz siempre permite distinguir las voces de los ruidos. Las negociaciones emprendidas anteayer entre una representación socialista y los portavoces -por separado- de los cuatro partidos que aprobaron hace tres meses la propuesta estatutaria persiguen el objetivo de acercar sus posturas -hoy muy distantes- sobre financiación autonómica, base de arranque para concertar más tarde los arreglos correspondientes -en forma de entendimientos positivos o desacuerdos pactados- durante la fase de tramitación de las enmiendas parlamentarias. Todas las cautelas serán pocas a la hora de formular un pronóstico: a menos que ERC y CiU forzasen antes la retirada de la propuesta estatutaria -a través del Parlamento catalán- por su falta de confianza en la viabilidad de un acuerdo final satisfactorio, será necesario aguardar todavía a los trabajos de la Comisión Constitucional para conocer los detalles precisos del eventual entendimiento entre los promotores del nuevo Estatuto y el Gobierno.
El documento del vicepresidente Solbes y el texto alternativo global del Ejecutivo han sido recibidos por los hacedores del nuevo Estatuto con el disgusto que suele embargar a los participantes -en cualquier negociación política o mercantil- cargados de ensoñaciones triunfalistas cuando comprueban la dificultad de conseguir al cien por cien el mágico cumplimiento de sus pretensiones nada más formularlas. La aparente sorpresa de los portavoces de los partidos catalanes ante las contrapropuestas gubernamentales -fácilmente previsibles- sólo puede entenderse como el fruto de fallos cognitivos para percibir la realidad o de astucias tácticas encaminadas a mejorar las posiciones negociadoras. Si la intención de los firmantes de la desmesurada propuesta estatutaria era escalar inicialmente la subasta de los deseos óptimos con el propósito de moderar más tarde sus pretensiones maximalistas, será necesario concluir que esa estrategia negociadora se les ha ido peligrosamente de las manos a sus artífices.
El procedimiento más adecuado para reducir de forma razonable las aparatosas distancias existentes hoy día entre la propuesta del nuevo Estatuto y los textos alternativos presentados por el Gobierno sobre la financiación autonómica y el conjunto del articulado no debería ser la búsqueda de un imaginario punto equidistante de los extremos, tal y como suelen hacer los vendedores y los compradores en las ferias rurales para fijar el precio de la mercancía. Una democracia atenta a los valores deliberativos no es una balanza cuyos platillos equilibren el peso de los intereses hasta alcanzar una componenda: las soluciones justas exigen fundamentalmente el análisis de los argumentos.
Con independencia del disgustado asombro mostrado por los cuatro partidos catalanes al conocer las contrapropuestas gubernamentales, era un secreto a voces que el texto del nuevo Estatuto desbordaba el marco constitucional, escondía bajo ropajes federales una estructura confederal y pasaba por alto los deberes metalegales y metapolíticos que una concepción de la justicia entendida como equidad exige a todos los ciudadanos con independencia de su lugar de residencia en el Estado de las Autonomías. Las negociaciones del Gobierno con los partidos catalanes serán duras; el apoyo parlamentario que el PSOE necesita para completar la mayoría en el Congreso otorga a sus interlocutores nacionalistas -sin incluir en ese renglón a los 21 electos en las listas del PSC- una eficaz arma intimidatoria que reducirá los márgenes de maniobra de Zapatero a la hora de cumplir su compromiso litúrgico de dejar el texto del nuevo Estatuto limpio como una patena. Sin embargo, los motivos de unos y de otros para adoptar una actitud constructiva de cooperación negociadora -con la sombra chinesca del PP sobre la pared- parecen tomados del dilema del prisionero en la teoría de juegos.
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