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Política y verdad

Las palabras pronunciadas recientemente por Harold Pinter ante la Academia Sueca en su discurso televisado por la concesión del Premio Nobel de Literatura 2005 forman parte de estos instantes fugaces que rompen con la cultura política cotidiana y dominante, tan dispuesta a comprender la mentira por razones de Estado. Pocas veces se oye, en actos tan reservados y con repercusión internacional, la acusación directa, fundamentada y cargada de verdad contra la política exterior estadounidense y la acción criminal de la Administración de Bush en la guerra e invasión de Irak: "La invasión de Irak ha sido un acto de bandidaje, un acto de descarado terrorismo de Estado, mostrando un absoluto desprecio por el derecho internacional". La denuncia de la invasión de Irak culminaba una conferencia con una durísima crítica contra una política exterior de décadas de actos criminales, de interferencias constantes en la política interior de Estados soberanos, de inducción al golpismo contra sistemas de gobierno enemigos, de apoyo interesado a dictaduras militares y de imposición de un orden internacional mediante 702 bases militares en 132 países, en la actualidad.

Es cierto que nada de lo dicho por Harold Pinter es una novedad. Ya lo sabe quien quiere saberlo. Y sin embargo, hace falta decirlo y proclamarlo tantas veces como y donde se pueda hasta que algo se mueva en favor de un derecho internacional justo y vinculante para todos, empezando por el más poderoso. La política exterior de Estados Unidos es uno de los principales problemas que hoy tiene la paz en el mundo, porque actúa como efecto multiplicador de la tensión internacional, especialmente en Oriente Próximo. El mundo es su finca particular. El cinismo de Condoleezza Rice para justificar los vuelos fantasma de la CIA es el último ejemplo de "barra libre", que ha sido ratificado por Colin Powell, el ex secretario de Estado de la Administración de Bush, al acusar de fariseísmo a los aliados europeos. Tiene razón en esta cuestión. Todos sabían los excesos del amo. Es decir, se tortura y se miente. Ésta es la verdad.

En este contexto siempre habrá un Mahmud Ahmadineyad dispuesto al protagonismo y al liderazgo antioccidental. Tiene muy poco sentido perder un segundo para comentar las barbaridades que dice el presidente de la República de Irán sobre el Holocausto. Pero, efectivamente, estas "barbaridades" forman parte de la estrategia de la tensión promovida por los extremismos de uno y otro signo, cuyo objetivo en el caso de Ahmadineyad es capitalizar el fundamentalismo islámico contra el Estado de Israel y la política estadounidense. Hanna Arendt ya previó lo que está sucediendo cuando escribió en The jew as pariah (1978) lo siguiente: "El nacionalismo es pernicioso cuando basa su confianza en la fuerza bruta de la nación. Un nacionalismo que necesariamente y de forma asumida depende de la fuerza sobre una nación extranjera es ciertamente el peor. Éste es el destino amenazado del nacionalismo judío y del Estado judío, rodeado inevitablemente de pueblos y Estados árabes". Son palabras premonitorias de Hanna Arendt. En algo se parecen Ariel Sharon y Mahmud Ahmadineyad: los dos defienden un nacionalismo brutal. Es un nacionalismo basado en la fuerza hasta que se somete (o se liquida) completamente al enemigo.

En política internacional nada es verdad, todo es mentira o depende del color interesado con que se mira. Desde 1989 se ha ido a peor. Vivimos en un desorden internacional donde se manda en función de la fuerza de cada uno. La vergonzosa inutilidad de las Naciones Unidas es la viva imagen de que hoy no existe un orden moral internacional mediante ley. La acción amoral en la defensa de los mal llamados "intereses nacionales" de los Estados en el desierto normativo de la selvática globalización económica, es un campo de cultivo propenso a producir todo tipo de guerras, desde las comerciales que matan de hambre a las poblaciones de los países pobres hasta las bélicas que matan directamente a la población civil por estar ahí. En Irak no había armas de destrucción masiva, pero Oriente Próximo es un polvorín, gracias especialmente a la acción interesada e irresponsable de sucesivos gobiernos del Norte, muy especialmente de Estados Unidos y el Reino Unido.

No hay esperanza si la política internacional depende exclusivamente de los gobernantes. Karl Popper ya escribió en La sociedad abierta y sus enemigos (1944) palabras que no han perdido actualidad: "En efecto, la historia del poder político no es sino la historia de la delincuencia internacional y del asesinato en masa (incluyendo, sin embargo, algunas de las tentativas para suprimirlo). Esta historia se enseña en las escuelas y se exalta a la jerarquía de héroes a algunos de los mayores criminales del género humano". Lo escribió pensando en Hitler y Stalin, pero el texto no les reserva la exclusiva del ejercicio criminal del poder político.

Lo necesario hoy para la paz mundial es la unión internacional y movilización de todos aquellos ciudadanos que están por la instauración de una ética civil internacional. La paz y la seguridad para todos nace del contrato civil vinculante igualmente para todos. Así debe ser entre los Estados. Pero no serán los Estados, sino los pueblos, los actores de la construcción de la sociedad (internacional) de naciones en esta utopía realista, al decir de John Rawls, porque nuestra esperanza en un futuro de justicia y equidad descansa en la creencia y en la voluntad de vivir juntos, los unos con los otros, en la interferencia y en la libertad sin dominación. Para conseguirlo, deberán ser los pueblos los que impulsen este proceso, porque los Estados no están por la labor.

Miquel Caminal es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona

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