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Columna
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Fantasía

Josep Ramoneda

El PP decididamente se comporta como un partido nacionalista radical cualquiera. Su campaña contra la ley de Educación ha sido un fiasco. El Gobierno le ha ganado la partida con la negociación. Una parte de los que se manifestaron con el PP han pactado. Otros han optado por la discreción. Y el PP se ha quedado solo. La ley no es de su gusto. Solución: desde la calle Génova se organiza la desobediencia, a partir de los consejeros de Educación de las comunidades autónomas que el PP gobierna, convertidos en puras terminales del partido.

¿Adónde va el Partido Popular? La imposibilidad de romper la legislatura y provocar elecciones anticipadas ha roto su estrategia y les ha hecho perder el rumbo. De otro modo no se entiende la facilidad con que olvidan lo que, hasta ayer, eran sus grandes principios: el respeto a la ley y la sagrada unidad de España. Como un partido antisistema, el PP responde a una ley del Parlamento español buscando la manera de sortearla. ¿Hay que apuntar esta rebelión a la revolución conservadora y a Aznar, su profeta? La unidad de la patria, de la que se autoproclaman sus principales valedores, no les genera incomodidad alguna a la hora de dividir al país en dos: las comunidades gobernadas por el PP y las comunidades gobernadas por los demás. No es que el PP se incorpore a la España plural. Al revés, al imponer la orden de rebelión a los gobiernos autonómicos de su color está expresando muy bien su idea del poder autonómico, como simple delegación de un poder superior, la dirección del partido. El PP opta por la España partida, es decir, por la confrontación entre territorios. Lo que no deja de ser una forma simétrica del discurso secesionista. La España del PP no es la de los unos y los otros (es decir, de todos), sino que o es la del PP o no es. A eso se le llama patriotismo partidista.

Rajoy no supo o no quiso parar la escalada que pusieron en marcha el aparato aznarista y los medios de comunicación afines, y ahora el caballo está desbocado. Es patético ver a una mujer que había sido signo de moderación como Ana Pastor dirigiendo esta revuelta. Ante el descubrimiento de los placeres de las manifestaciones callejeras por parte de una derecha que se ha pasado el año contando manifestantes he recordado más de una vez que acostumbra a ser un mal presagio que la derecha frecuente la calle. Esta sospecha toma cuerpo: el PP ya está cuestionando directamente la legalidad. No trae buenos recuerdos ver que un partido conservador desafía las leyes. Y ciertamente, no se puede decir que sea un gran ejemplo de pedagogía democrática. Mucho menos tratándose de un partido que dice vivir abrazado a la bandera constitucional. De modo que caben dos hipótesis: o la ley de Educación toca intereses muy sensibles para el PP que le llevan a esta lógica de ruptura institucional, o el PP, incapaz de asumir el fracaso de su estrategia de confrontación, da un paso más hacia la desestabilización. Pero, ¿este tipo de comportamientos da realmente credibilidad a un partido que aspira a gobernar?

Es verdad que el estilo difuso de hacer política de Zapatero no pone la tarea fácil a la oposición. Enhebrar una oposición cooperativa pero implacable en el día a día probablemente hubiese complicado más la vida a un presidente con mayoría parlamentaria relativamente precaria que la estrategia del ruido y el griterío. Pero en política las bajas pasiones cuentan y el aznarismo necesitaba desahogo para el mal cuerpo con el que abandonó el poder. Pero si el PP sigue con esta oposición cada vez más rupturista, a Zapatero le costará poco esfuerzo aparecer como el paradigma de la moderación y el centrismo.

Se empieza mintiendo, se sigue sembrando dudas sobre resultados electorales y se acaba deslegitimando al Estado de derecho. Es el camino seguido por el PP desde la guerra de Irak. Con lo cual queda claro lo que ya sospechábamos: España para el PP no es más que un partido. El suyo. Nada nuevo: es la fantasía de todo partido nacionalista, sea central o periférico.

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