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El aislamiento valenciano

En ciertos momentos de su historia más próxima, algunas gentes de la Comunidad Valenciana -intelectuales, profesores universitarios, empresarios, instituciones económicas, medios de comunicación- mostraron su voluntad de que España se integrara en el entonces llamado Mercado Común Europeo. Eran tiempos en los que el gobierno franquista, pese a solicitar el ingreso de España en las instituciones comunitarias, sostenía una amplia desconfianza hacia Europa. Como ha sucedido con tanta frecuencia en la historia de España, el régimen desconfiaba de la contaminación ideológica que podía llegar del norte y sólo admitía a éste como lugar de trabajo para los emigrantes españoles, punto de origen del turismo y mercado de destino para los productos exportados.

Para los medios empresariales más comprometidos con la apertura española hacia Europa -como fue el caso de la Cámara de Comercio de Valencia, siendo su presidente José Antonio Noguera de Roig- no siempre resultaba cómoda la defensa de sus posiciones, aunque éstas vinieran debidamente envueltas bajo la cobertura del estímulo a la exportación. Si bien ya quedaba lejos el desmantelamiento del intervencionismo sofocante que presidió la política económica franquista entre 1939 y 1959, se podían adivinar todavía, en el sector más azul del régimen, serias reticencias hacia todo aquello que fracturara los corsés vigentes. Bajo la pátina de una retórica huera, en algunas cabezas todavía anidaba un afán de control entre cuyos objetivos las Cámaras de Comercio ocupaban un espacio propio.

Tanto en esos momentos relativamente próximos, como en otros de mayor recorrido histórico, se ha podido acotar la existencia de sectores valencianos favorecedores de la apertura de España hacia el exterior y creadores de una opción abierta para misma; incluso en los años duros de la autarquía económica, a iniciativa de Ignasi Villalonga -posterior presidente del consejo de administración del Banco Central y personalidad nuclear de la escena económica valenciana durante parte de aquel periodo- se editaron obras de economistas que, como Hayek, hacían gala de su profundo liberalismo económico.

La influencia valenciana quizás no fue excesivamente sólida ni extensa, pero sí puso de manifiesto que no se renunciaba a crear estados de opinión que pudieran influir sobre la conducción del Estado. Sin embargo, tras la instauración de la democracia, bien magros han sido los esfuerzos continuadores de dicha dirección; de hecho, la suma de los meritorios esfuerzos llevados a término no impide concluir que la Comunidad Valenciana ha tendido a emplazarse en un estado de ensimismamiento, de renuncia implícita a generar ideas y proyectos que, sin obviar lógicamente el espacio propio, alcancen aplicación en el conjunto del Estado e, incluso, en el marco europeo. Una forma inteligente, en definitiva, de ganar legitimidad y capacidad de convicción ante los centros últimos de decisión.

Ese tránsito hacia un aislamiento que se conforma con lo propio, y su exaltación episódica, se ha producido, paradójicamente, tras la cristalización del Estado Autonómico que ha posibilitado vías inéditas de participación en la construcción de las políticas españolas y en diversas materias que tienen que ver, entre otras, con la sociedad civil, la cultura y la investigación, la presencia en el exterior de las empresas, el papel de los agentes económicos y sociales o la cooperación.

El alcance de las ambiciones estatutarias sirve de claro ejemplo: la competencia sobre centros penitenciarios o el despliegue de una policía propia -y no prestada, como sucede ahora- apenas se han considerado metas deseables. Las explicaciones aportadas conducen a la conclusión de que las anteriores se consideran competencias espinosas, poco aptas para el lucimiento ante la opinión pública. En consecuencia, no ha llegado a alumbrarse el mayor aliciente que podía existir para que, desde sedes valencianas, se generara nuevo conocimiento sobre una materia tan sensible para los ciudadanos como es la de su seguridad. La consecuencia de tal carencia será que, en el futuro, las nuevas ideas sobre esta materia germinarán principalmente en Madrid, Cataluña y el País Vasco y no dispondremos de un cuerpo de argumentos propios para su contraste y discusión.

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Para evitar la reproducción del anterior caso, merece una seria reflexión la necesidad de atender otros campos donde la competencia formal sí existe y cuya relevancia se considere crítica. Ausentarse de una contemplación general de los mismos, en el ámbito español y europeo, nos aboca a una posición en la que previsiblemente predomine el desconcierto, apenas simulado por aportaciones reactivas, adobadas a última hora y desde una visión únicamente local; situaciones en las que sean inexistentes la capacidad de iniciativa, la estrategia integradora de lo propio con lo general y la previsión anticipadora.

Las ambiciones de las sociedades se pueden valorar de acuerdo a su alcance. Algunas se conforman con atender lo básico y próximo. Otras atienden principalmente sus asuntos internos, pero imitando las iniciativas ya rodadas en áreas más avanzadas. Las restantes son aquéllas que pretenden ser guía y fuente de liderazgo: las que arriesgan, rompiendo moldes y proyectando frescas bocanadas de talento y creatividad sobre ideas y conceptos tradicionales. Nada de lo anterior dista de lo que apreciamos, por ejemplo, en el comportamiento de las empresas; pero también otras organizaciones -públicas y privadas- pueden aplicarse el mismo ejercicio. Y, aunque sólo sea porque los efectos de la globalización nos obligan a pensar en grande para continuar -como mínimo- siendo lo que ahora somos, más de un esfuerzo conviene aplicar para ahuyentar el aislamiento valenciano; para evaporar la infrautilización de los recursos humanos y de las capacidades creativas que habitan entre nosotros.

Manuel López Estornell es economista.

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