El Alto, capital de la rebelión contra el neoliberalismo
La ciudad boliviana se opone a la globalización, pero también se beneficia de los acuerdos comerciales con EE UU
"¡Estas elecciones no lograrán desarticular la lucha de los explotados!", proclama el orador. Los aplausos estallan en el auditorio de la modestísima Universidad Pública de El Alto, donde se han reunido unos 200 sindicalistas. Es la clausura de la I Cumbre Nacional Obrera Popular de Bolivia, cuyo lema reza: "Contra la política imperialista del saqueo". En la tribuna se agolpan varios dirigentes de la Central Obrera Boliviana, enmarcados con pancartas rojas y la inevitable efigie del Che.
Llegamos a la lectura de conclusiones: puesto que las elecciones que se celebrarán el próximo domingo 18 no servirán para resolver los problemas del país y ninguno de los candidatos cumplirá "las exigencias del pueblo" (nacionalización de los hidrocarburos sin indemnización y fin de la economía de mercado, de entrada), los "explotados y movimientos sociales", en aras de instaurar "un Gobierno obrero-campesino", deberán "confiar en la acción directa de masas y en sus propios instrumentos de lucha, sin descartar la lucha armada". Estas cinco últimas palabras desaparecen en el documento que se reparte después.
Los dos principales candidatos encarnan las visiones que dividen El Alto
A casi 4.100 metros de altitud, el oxígeno escasea y el viento frío levanta nubes de arena. Las hileras kilométricas de casas de adobe y bloques de ladrillo de El Alto ahogan la belleza del Huayna Potosí, con sus cumbres de color violeta cubiertas de nieves perpetuas. Esta ciudad polvorienta de casi un millón de habitantes, nacida en los últimos 20 años de la inmigración minera y campesina, se ha convertido en la capital levantisca de Bolivia y se ufana de haber derribado a dos presidentes en dos años: Gonzalo Sánchez de Lozada, en octubre de 2003, y Carlos Mesa, el pasado junio.
Los alteños son aguerridos, no cabe duda, pero tienen a su favor un emplazamiento estratégico: ubicada en la meseta que domina La Paz por el norte y por el este, El Alto controla el aeropuerto y todos los accesos a la capital administrativa de Bolivia. Basta con cortarlos para asfixiarla, como ocurrió en 2003. Desde los acantilados alteños, La Paz se dibuja gris y vulnerable, enclaustrada en su valle.
Mientras los sindicalistas declaraban El Alto "cuartel de la revolución del siglo XXI" contra el imperialismo y la globalización, el ingeniero Pedro Gonzales supervisaba, a unos pocos kilómetros, el centro de control computerizado de Hilasa, una de las plantas de hilado de algodón más modernas de Latinoamérica. La maquinaria suiza de tecnología punta realiza el proceso de limpieza, cardado y peinado de las pacas de algodón, hasta convertirlas en el hilo que emplea la empresa matriz, América Textil, para fabricar cada mes 800.000 polos para la marca estadounidense Ralph Lauren.
Y es que si El Alto es el bastión contra el neoliberalismo, también es el gran beneficiado del libre comercio con Estados Unidos. "Ahora mismo hay unas 240 empresas de exportación, que dan trabajo a 18.000 personas", explica Víctor Malky, presidente de la Cámara de Industria y Comercio de la localidad. Su empresa, Texturbol, es una de las más veteranas. Cuenta con 400 empleados y fabrica ropa de marcas internacionales. Las prendas salen empaquetadas y hasta con la etiqueta del precio en dólares. "No damos abasto. El volumen industrial se podría triplicar. El Alto tiene buenas infraestructuras y la mejor mano de obra cualificada del país".
El auge industrial de El Alto tiene su impulso en el ATPDA, un acuerdo preferencial con Estados Unidos para promocionar el comercio andino a cambio de la reducción del cultivo de la hoja de coca. Bolivia exporta textiles, joyas y maderas sin ningún tipo de arancel, lo que ha posibilitado la creación de 150.000 puestos de trabajo a escala nacional. Para El Alto, esta inyección ha sido decisiva.
El acuerdo concluye en diciembre de 2006 y EE UU lo quiere sustituir por un Tratado de Libre Comercio (TLC) con el área andina. Perú ya lo ha firmado y las conversaciones con Colombia y Ecuador van a buen ritmo. Bolivia, en cambio, se ha quedado al margen. El ex presidente Carlos Mesa, temeroso de la reacción de los poderosos movimientos sindicales y gremiales, optó por la posición de "observador". Ahora, con las elecciones, todo está en el aire. Los dos principales candidatos encarnan las dos visiones antagónicas que dividen no ya El Alto, sino toda Bolivia: la apuesta por el libre mercado o el retorno a la economía estatalizada. Evo Morales, indígena aimara, dirigente del sindicato cocalero y favorito en las encuestas, sostiene un discurso radicalmente antiliberal. Pisándole los talones, Jorge Quiroga, joven empresario de centro derecha, fue el artífice de la firma del acuerdo con EE UU en 2002.
"Si no hay TLC con América del Norte, la industria de exportación se cierra", dice Marcos Iberkleid, dueño de América Textil, que emplea a 3.500 personas. Víctor Malky lo corrobora: "El mercado interno es muy chico: de ocho millones de habitantes, cinco son campesinos de bajos recursos. Un 70% de la población está en la economía informal. El libre comercio es nuestra única solución".
"Aquí no vamos a permitir el TLC", revira Edgar Patana, secretario de la sección regional de la COB en El Alto. Tiene 34 años, estudios de Arquitectura y una afabilidad que no empaña la dureza de su discurso. "No queremos transnacionales. Lo primero que hay que hacer es fortalecer la industria nacional para que podamos exportar".
Los recelos hacia la empresa privada (sobre todo extranjera), de honda raigambre en un país de discurso colectivista y nacionalista, se han multiplicado a raíz de las frustrantes reformas liberales, a partir de 1985. Tras la crisis del Estado benefactor, que condujo a una inflación del 25.000%, tampoco las políticas privatizadoras, enturbiadas por la arbitrariedad y la corrupción de la clase política, han mejorado el nivel de vida de los bolivianos.
No obstante, en el país más pobre de Suramérica la oposición al libre comercio no es ni con mucho unánime. "Si lo fuera no me habrían elegido alcalde de El Alto en dos ocasiones", dice José Luis Paredes, más conocido como Pepelucho, un acérrimo defensor del TLC que no ha dudado en alinearse con Jorge Quiroga.
El pasado 6 de diciembre, miles de trabajadores de las empresas de exportación se manifestaron en La Paz para exigir la firma del acuerdo de libre comercio. Fue la primera manifestación popular a favor de la globalización en la historia de Bolivia. "Les obligaron a marchar", asegura el sindicalista Edgar Patana. Quizás también influyera el hecho de que un trabajador promedio de las exportadoras de El Alto gana unos 1.600 bolivianos (200 dólares) mensuales, más del triple del salario mínimo, y cuenta con seguridad social. ¿No estarían defendiendo su medio de subsistencia? "Sí, claro, porque no tienen conciencia de clase".
En tanto llegan las elecciones, los dos bandos alteños velan sus armas. "Si gana Evo, intentaremos trabajar con él, para que haga un buen Gobierno", dice el empresario Víctor Malky. "Si no hay TLC, El Alto desaparece. Esperamos que impere el sentido común".
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