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Columna
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Desconfianzas

Andrés Ortega

La desconfianza mutua entre Europa y EE UU puede acabar repercutiendo negativamente en la propia Unión Europea. La UE está atravesando una crisis de liderazgo y de identidad, que empeoraría si esta semana, o a más tardar en marzo, el Consejo Europeo no llegase a un acuerdo sobre su marco presupuestario para 2007-2013. No hay verdadera reflexión sobre qué hacer con la no nata Constitución Europea, a la espera de las elecciones en Francia en 2007. Europa está en un proceso de renovación de sus dirigentes que durará dos años más como poco. Empezó inesperadamente con Zapatero en España, luego con Merkel -forzando una gran coalición-, Polonia con un Gobierno que no cree en esto, y está por ver qué pasa en Italia mientras que Blair cederá la batuta próximamente.

En cuanto a la relación transatlántica, cuando se estaba recuperando de la crisis provocada por la guerra de Irak, llega un nuevo golpe a la confianza mutua con las revelaciones sobre los vuelos secretos de la CIA para la "entrega extraordinaria" de prisioneros en la guerra contra el terrorismo. En su viaje a Europa, en el que esta cuestión ha tapado las demás, Condoleezza Rice poco ha desvelado, y, sin propósito de enmienda, ha venido a decir que Estados Unidos lo hace por nuestro bien. En general, sus aliados europeos han preferido no presionar excesivamente, aunque el tema está ahora en manos de los jueces en diversos países, con lo que no desaparecerá. Revela una distancia transatlántica sobre el valor y contenidos del derecho internacional. Estos hechos, junto a la torturada definición de lo que se considera tortura -y que ha provocado un nuevo enfrentamiento de EE UU con la ONU-, socavan aún más la legitimidad exterior de la superpotencia, que ésta necesita aunque no lo reconozca.

Estos casos afectan no sólo a las relaciones con EE UU, sino, sobre todo, a las internas entre unos europeos en proceso también de reajuste de sus ejes internos y externos. Está por ver qué sabían realmente algunos Gobiernos de estos vuelos de la CIA. Alemania, al menos, estaba al tanto del caso del ciudadano alemán de origen libanés, Al Masri. Si se confirman las revelaciones de cárceles secretas de EE UU en varios lugares de Europa -Human Rights Watch mencionó Polonia y Rumania, que lo han negado- entonces la desconfianza entre algunos europeos se ahondará, con graves consecuencias. Los Tratados de la Unión Europea y de Niza permiten abrir un procedimiento de suspensión de derechos de voto y otros al Estado miembro infractor en estos valores básicos si es miembro de la UE. Y si no ha ingresado, su incorporación podría retrasarse.

Por su parte, la Administración Bush está política, militar y financieramente paralizada por la guerra de Irak y algunos escándalos internos o de los republicanos, aunque haya recuperado el control del debate tras conseguir desplazar el que pedía un calendario de retirada. Pero la matanza, entre otras, esta semana de 35 oficiales del nuevo Ejército iraquí es un ejemplo de lo difícil que lo tendrá EE UU para iraquizar la seguridad y reducir sus tropas. El calendario obliga: los republicanos saben que si en las elecciones de noviembre próximo pierden el control de cualquiera de las dos partes del Congreso, los demócratas pondrían en marcha comisiones de investigación para desvelar todo lo que ha rodeado a la guerra de Irak y otras cosas. A la vez, reactivadas con la mala marcha de la invasión de Irak, empiezan a volver a despertarse las tendencias aislacionistas en la opinión publica estadounidense. Y perdurarán.

Incluso en este enredo de la UE y transatlántico pueden darse avances en el papel en las negociaciones con Irán, la presencia en Rafah, la misión de la OTAN en Afganistán, e incluso una nueva "transformación" de la Alianza en 2006, si es que es necesaria. No estamos ya en la Guerra Fría ni en un sistema de equilibrio de poderes. El eje transatlántico, muy diferente de lo que fue, es una de las estructuras básicas del mundo. No va mal, pero si se agarrotase, su vacío no lo llenaría ningún país; si acaso, movimientos transnacionales perversos. Habría, eso, un vacío estratégico. aortega@elpais.es

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