_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Villahermosa

Sin empacho afirmaba algún vecino, tras la inauguración del gran centro comercial de una popular y conocida empresa en los solares de la antigua estación del ferrocarril, que la ciudad había adquirido la condición de capital como otras grandes ciudades. Quizás sea así. Quizás, el nuevo centro de compras contribuirá al progreso y a la modernidad de la capital de La Plana como indicó uno de los directivos de la empresa. Un progreso y una modernidad, hasta la fecha, bastante vertiginosos y precipitados, que tienen su estampa en una planificación urbanística de la ciudad de dudoso gusto. Lo cierto es que, una vez inaugurado el centro comercial, se tenía la sensación entre el vecindario de estar más normalizados y globalizados en el ámbito de la economía doméstica y en el ámbito de la relativamente moderna costumbre del consumo. Ya se pueden equiparar en buena medida los ciudadanos de Castellón a los de Madrid, Valencia, Murcia o Barcelona: los cambios en las sociedades y en la economía son imparables, y la comunicación e interdependencia globales hacen el resto.

Otros eventos o sucesos montaraces, que no necesitan de inauguración, parecen sin embargo equipararnos a las ciudades y pueblos de Lejano Oeste del que tuvimos noticias en el cine del barrio. Y eso en Villahermosa del Río como hubiese podido ocurrir en cualquiera otra localidad. Pero Villahermosa, en el Alto Mijares, es una estampa paisajística fina del interior valenciano. Los cronistas antiguos describían a sus pobladores como gente laboriosa, humilde y pacífica, constituida por labradores y pastores. Tiene un vecindario que ronda hoy las cuatrocientas y pocas almas, aunque sobrepasaban con mucho los dos mil cuando se calzaban zuecos de madera y esparto, y las vías de acceso a la población carecía de un camino carretero de herradura regular. Confluencia de ríos, barrancos, fuentes, sendas estrechas bordeando precipicios, cuestas fatigosas, bosque, monte, caseríos y rincones de huertas con frutas y hortalizas. Hablan castellano mejor que en Segorbe, afirmaban los eruditos de antaño. Por eso y porque la repobló el cristianizado rey valenciano Zeit-abu-Zeit, es más que lamentable equipararla a Wahta Gulch, Tumbleweed Town, Alfalfa City o la Daisy Town, u otras poblaciones ficticias, que aparecen en las paródicas aventuras del Oeste, cuyo protagonista es Lucky Luke.

Y sin embargo ese otro día, y como resultado de no se sabe bien qué globalización o intercambio cultural, cuatro atracadores encapuchados -las fuerzas del orden todavía no han indicado si respondían a los nombres de Joe, William, Jack y Averell Dalton, aunque el castellano que hablaban según los vecinos no era tal ni mejor que en Segorbe-, cuatro delincuentes en la oscuridad de la noche cortaron pinos y bloquearon carreteras, se hicieron con retroexcavadoras y camión de gran tonelaje, cortaron accesos a la población y alarmas, y accedieron a una entidad bancaria de donde se llevaron la caja fuerte para destriparla en el monte. Conocían como los excursionistas el término municipal, y los Dalton no lo hubiesen planificado mejor en sus viñetas. Alarmados, y alguno armado, los vecinos dieron al traste con la delictiva aventura de estos legendarios del Oeste globalizado. No consiguieron el botín, pero ni helicópteros ni perros adiestrados han dado hasta la fecha con los encapuchados. Cabe esperar que los encuentren y ellos y a otros tantos globalizados forajidos que alteran la vida en comarcas sin globalizar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_