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Columna
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Adiós, Maestro... Bienvenido, Ben

Desde 1992, quienes asistimos a reuniones de macroeconomistas sabemos que corremos dos riesgos. El primero, que alguien nos recuerde el eslogan de James Carville en la primera y exitosa campaña de Bill Clinton: "Es la economía, estúpido". El segundo, que algún día uno abandone el bendito autocontrol y le espete al original interlocutor que en realidad habría que decir: "Es Greenspan, estúpido". Efectivamente, desde que el 19 de junio de 1987, el Maestro asumiese su cargo de presidente del Consejo de Gobernadores de la Reserva Federal (Fed), las decisiones claves de política económica en Estados Unidos, y por ende en el G 7, han llevado su huella.

En estos casi 20 años, Greenspan ha servido a cuatro presidentes que han disfrutado las favorables consecuencias de la fenomenal fase de expansión, pero también han asistido a la transferencia del poder político que ha supuesto la ascensión del Maestro a la categoría de "hacedor" de una prosperidad que ha supuesto duplicar la economía norteamericana, reducir a la mitad su inflación, generar 20 millones de empleos y cuadruplicar el Standard & Poors 500. A la vista de este balance de logros, no es de extrañar que Bob Woodward le bautizara como Maestro y que Fortune, en una de sus seis crisis bursátiles, le dedicase un escueto "In Greenspan we trust".

El mercado ha dado la bienvenida a Bernanke porque es un defensor de que la Fed funcione con más transparencia y menos discrecionalidad

Pero el mito Greenspan ha acabado opacando la excelencia de la Fed, una institución diseñada para operar colegiadamente. Además, el Maestro está a contracorriente de la nueva ortodoxia monetaria en dos temas claves: se ha opuesto a publicar el objetivo de inflación que persigue la Fed y, como bien sugiere su impagable referencia a la "exuberancia irracional" de los mercados, fue partidario de la desactivación de las burbujas de los mercados financieros. Finalmente, su apoyo a la reforma de la Seguridad Social es un caso de "partidismo político" felizmente infrecuente entre banqueros centrales.

El candidato a sucederle es Ben Bernanke, un prestigioso economista especializado en economía monetaria, actual presidente del Council of Economic Advisors y previamente miembro del consejo de la Fed. El mercado le ha dado la bienvenida porque no sólo es un excepcional economista con enfoques innovadores en temas claves para la economía global, sino también un destacado defensor de que la Fed funcione con más transparencia y menos discrecionalidad. Por otra parte, su escepticismo ante la capacidad de la Fed para diagnosticar y corregir las burbujas de los mercados es más realista que el activismo, aunque sólo haya sido oral, de la última etapa.

Tranquiliza que Bernanke sea realista sobre el poder real de las autoridades monetarias y, sobre todo, que sus trabajos sobre la Gran Depresión le hayan preparado para actuar ante sucesos cuya probabilidad de ocurrencia es baja y su capacidad de destrucción muy alta. Para los más prácticos, la cuestión clave es si para normalizar el tono de la política monetaria americana basta con que la Fed fije su tipo de interés en el 4,5% o, por el contrario, la llegada de Bernanke nos va a costar medio punto más. No es la cuestión técnicamente más correcta, pero sí la más interesante para todos. Quizá por eso los macroeconomistas no la podamos contestar. Como en las películas de la serie B, sólo podemos decir: continuará.

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