Novatadas
La imagen muestra a dos soldados desnudos en el medio de un campo, con dos cartuchos rígidos en los brazos como único atuendo. A su alrededor un grupo de veteranos los azuza y los jalea para que se peguen entre ellos. Los hechos ocurren en Bickleigh, en el campamento del 42ª comando de élite de los marines del ejército británico, durante una fiesta en la que varios reclutas, que acababan de finalizar su período de instrucción, son objeto de escarnio por parte de unos cuarenta veteranos. Entre el grupo de militares se observa un ambiente de chulería cuartelaria con ostensibles signos de embriaguez: uno de los instigadores aparece disfrazado de cirujano con bata blanca y fonendoscopio; otro viste el uniforme escolar femenino de las hermanas trinitarias: camisa blanca y falda plisada. En un momento dado los veteranos deben de considerar que los reclutas no se están zurrando lo suficiente, y son obligados a continuar la lucha de rodillas, pero al parecer tampoco en esa posición el espectáculo alcanza el grado de humillación requerido. Es entonces cuando uno de los participantes en la novatada, el que va vestido de médico, le propina una patada violentísima en la cara al recluta que está arrodillado. En la siguiente escena se ve al soldado tirado en la hierba completamente inconsciente y con un borbotón de sangre saliéndole de la boca.
Esta secuencia fue grabada por uno de los soldados de la compañía y la dio a conocer con todo lujo de detalles el dominical británico News of the World. Ante la evidencia de los hechos el ministerio de defensa no ha tenido más remedio que ordenar una investigación, pero se ha apresurado a afirmar que se trata de un hecho aislado. Sin embargo, los soldados coinciden en afirmar que sucesos así se producen todos los días. En unos casos los reclutas son obligados a revolcarse desnudos en un lodazal, en otros, a boxear con los ojos vendados y una mano atada a la espalda o a saltar por la ventana del dormitorio, partiéndose las piernas. El humorismo de los verdugos es tan universal como los rituales de humillación.
También hay fotografías de los campos de concentración nazis en que se puede apreciar el sentido del humor de los soldados alemanes mientras celebran una carrera montados sobre un grupo de prisioneros judíos a los que les han embutido en la boca una salchicha. Es curioso el componente pornográfico que tienen estas ceremonias de vejación. Todos recordamos las imágenes de la prisión de Abu Graibh, en las que se ve a la soldado England, con el cigarrillo en la boca, mordiendo el filtro con un rictus de sheriff del oeste, y tirando de la correa que está atada al cuello de un hombre desnudo y encapuchado, como si de un número sadomasoquista se tratase.
Aunque a algunos les parezca exagerado comparar una novatada de la mili con la tortura o los campos de exterminio, la genealogía del horror es la misma. Si se analiza bien los rasgos psicológicos del que desempeña el papel de verdugo, veremos que se trata siempre de un vencedor fuerte y poderoso que se divierte a costa de personas desvalidas y aterradas, a las que se quiere humillar hasta lo más íntimo, es decir incluso sexualmente, como si en ese dominio el agresor ejercitara su hombría. Lo mismo ocurre cuando un grupo de matones extorsiona a un chaval más débil en el patio de un colegio o cuando varios veteranos del real ejército de su majestad degradan a un inferior hasta dejarlo medio muerto. La raíz de ese horror es en realidad la esencia misma del fascismo.
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