El concilio que irritó a Franco
Hace hoy 40 años se clausuró el Vaticano II, que cambió el rostro del cristianismo y puso fin al nacionalcatolicismo español
Hoy se cumple el 40 aniversario del cierre del Concilio Vaticano II, convocado en enero de 1959 por Juan XXIII, y concluido por Pablo VI el 8 de diciembre de 1965. Fue un acontecimiento revolucionario, que tuvo en España especial relevancia. Empujó a la mayoría de los obispos a alejarse de su hermanamiento con la dictadura de Franco, en la que algunos ocupaban cargos de representación, y contribuyó al fin del nacionalcatolicismo, es decir, la consideración de la Iglesia romana por aquel régimen como "sociedad perfecta" y única religión del Estado. El BOE del 19 de octubre de 1953 definía así a esta religión, con un preámbulo que empezaba diciendo: "En el nombre de la Santísima Trinidad".
Cuando fue elegido papa, el 28 de octubre de 1958, el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli (Juan XXIII) tenía 77 años. Tres meses después sorprendió al mundo, empezando por la Curia romana, al anunciar la convocatoria de un concilio, el primero universal ya que los anteriores no contaron con obispos de raza negra (no había sido ordenado ninguno hasta entonces). También asistieron delegados de otras Iglesias cristianas. Asuntos nunca tratados en concilio, como la paz, la guerra y la libertad de conciencia y religión, fueron abordados para poner al día a la Iglesia en su lenguaje (nada de latín, todo en lenguas vernáculas); en rezos y ritos (el sacerdote, de cara a los fieles en misa), y en sus relaciones con otras culturas y religiones. Su consigna fue aggiornamento (puesta al día).
Juan XXIII murió sin ver concluido el Vaticano II, el 3 de junio de 1963, y los cardenales eligieron sucesor a Giovanni Battista Montini (Pablo VI), que mantuvo el apoyo al sector progresista del multitudinario cónclave eclesiástico (apenas 2.500 obispos; hoy hay casi el doble), asesorados por expertos teólogos, como el dominico Yves Congar, el jesuita Karl Rahner y los jovencísimos sacerdotes Joseph Ratzinger (actual Benedicto XVI) y Hans Küng. Fueron estos teólogos, entre otros grandes pensadores religiosos, la cabeza reformista del Vaticano II frente a las resistencias de la Curia romana, liderada por el cardenal Alfredo Ottaviani, prefecto del Santo Oficio. Pablo VI clausuró el concilio con esta frase: "Ninguno es extraño, ninguno excluido y ninguno lejano".
En España, la convocatoria del Vaticano II causó disgusto entre la jerarquía nacionalcatólica. Temía lo peor por su hermanamiento con la dictadura. El papa Roncalli (con ancestros en el valle navarro del Roncal) se había relacionado con exiliados españoles en París, donde fue nuncio del Vaticano, y tenía prohibido calificar en su presencia como "cruzada" a la guerra civil. Montini, su sucesor, hijo de un diputado del Partido Popular italiano, había sido dirigente de las juventudes democristianas. Perseguido con saña por Mussolini, nunca ocultó su aversión por Franco. Enfrente, la dictadura les presentaba como peligrosos compañeros de viaje del comunismo. En los diarios Pueblo, del sindicato vertical, y Arriba, órgano del Movimiento, al papa Montini le llamaron muchas veces "Tontini".
Entre otros gestos de hostilidad y resistencia postconciliares, Franco se negó a renunciar a su privilegio para nombrar obispos, pese a las requisitorias papales (lo hizo su sucesor, el Rey, el 16 de julio de 1976). Pablo VI no se acobardó, con condenas reiteradas a los fusilamientos del régimen, y sus torturas. La tensión culminó con la apertura en Zamora de una cárcel sólo para curas. Cuando la dictadura quiso enviar al exilio al obispo de Bilbao, Antonio Añoveros, Roma replicó con una amenaza de excomunión, que el cardenal Enrique y Tarancón tuvo redactada en su bolsillo.
Los obispos españoles
Se ha escrito mucho sobre la actitud de los obispos españoles en el Vaticano II, encabezados por el primado de Toledo, el filofranquista Pla y Deniel. La mayoría execró de los cambios. El arzobispo José María Cirarda, emérito de Pamplona, de 89 años -aún viven cuatro de los 69 españoles que asistieron al concilio- cuenta que el día antes de la clausura, cuando iba a votarse el documento sobre la libertad religiosa y de conciencia-reprimidas ambas con saña en España-, el obispo de Canarias, Antonio Pildain y Zapiain, le confesó, pálido, que estaba rezando para que se hundiera el techo de la basílica sobre el aula conciliar y acabara con los obispos antes de aprobar semejante cambio. Franco tenía que ver con aquella actitud. Enterado de la intención conciliar, hizo llamar a los obispos españoles para instruirles sobre cómo espantarla. Según Tarancón, fueron varios los que acudieron a la llamada. Él no se movió de Roma. Ni él, ni los llamados taranconianos, que gobernaron más tarde la complicada transición de la Iglesia católica hacia la democracia.
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