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Roma y Barcelona

Joan Subirats

Dice Ettore Scola que "tarde o temprano todos queremos hablar de nuestra ciudad", y en el film Gente di Roma nos presenta su particular álbum de familia, con sus fotos, con sus recortes de vida, con sus imágenes y visiones particulares de esa ciudad peculiar y al mismo tiempo universal que es Roma.

La Roma de Scola es distinta y al mismo tiempo parecida a la ya clásica de Fellini. Del fresco que nos ofrece Scola surge esa misma ciudad caótica, resabiada, vitalista, excesiva y melancólica. Antigua hasta la médula, pero absolutamente contemporánea en su complejidad y mezcla, y demostrando que sigue siendo capaz de reincidir en la digestión lenta y segura de todo lo que se le va viniendo encima. Las primeras imágenes invernales nos acercan a la maravilla de Campidoglio, y nos muestran la sede del municipio, su sala de plenos y el despacho del alcalde actual, Walter Veltroni, desde la mirada de la brigada de limpieza y desde la conexión histórica que uno de sus componentes hace con la Roma de César y Bruto. A partir de ahí se despliega un caprichoso y muy personal viaje en autobús público por la Roma de los ancianos, de los pobres, de los inmigrantes, de los turistas, de la mezcla de política y calcio, de los jóvenes y niños, que hablan, exageran y se mueven y entremezclan en el escenario caótico e impregnado de historia de la ciudad de siempre en este nuevo siglo que estrenamos.

Me interesa destacar que, al margen de sus desiguales valores cinematográficos y de su voluntad de decir mucho en poco tiempo, a la postre no es una mirada complaciente o de cartulina postal. En cambio, las complicidades con el equipo de gobierno de la ciudad son evidentes y se explicitan en los agradecimientos finales. Insiste sobre todo en dos grandes asuntos de las urbes contemporáneas y europeas: las personas mayores y los inmigrantes. En relación con las personas mayores cabe subrayar la atenta y respetuosa mirada al mundo de los que conviven con la enfermedad de Alzheimer y con las nuevas situaciones que genera el impactante alargamiento de la vida en una escena memorable con el gran Arnoldo Foà haciendo de viejo cascarrabias. Mientras que en la cuestión de los inmigrantes, no oculta las contradicciones que todos mantenemos, como ese dueño de bar que se declara comprensivo con los inmigrantes recordando a su padre minero y emigrante que murió en Bélgica, pero saca de su establecimiento al extracomunitario para evitar que los locales acaben por no frecuentarlo. Los turistas aparecen poco, y cuando lo hacen resultan seres inevitables a los que seguir utilizando para mantener la propia indolencia y la capacidad de resistir cualquier cambio. Una Roma llena de inmigrantes que practican tai-chi, enamoran italianas, se hacen de la Juve para llevar la contraria a los del Roma, o sorprenden a los italianos por su capacidad de no complicarse tanto la vida ni hacer literatura ante los problemas cotidianos. Una Roma con sus sin techo, con sus problemas de alcoholismo y mendicidad. Una Roma vieja y nueva, como una olla de polenta que se desparrama, en expresión afortunada de su ex alcalde Giulio Carlo Argan. La Roma de siempre.

Los apuntes políticos presentes en el filme de Ettore Scola son pocos pero significativos. Imágenes conmovedoras del histórico Girotondo en la gran plaza de San Juan de Letrán, organizado por el director de la revista Micromega, Paolo Flores d'Arcais, y el cineasta Nanni Moretti, manifestación de la que el filme extrae la espléndida intervención del histórico dirigente antifascista Vittorio Foà, que nos recuerda algo más vigente que nunca: la gran unidad democrática se fundamenta en la mayor capacidad de aceptación de la heterogeneidad. Recordando que los que acudieron a esa gran demostración de unidad frente al asalto de Berlusconi y compañía estaban juntos allí para seguir demostrando que creían en las diferencias. En esa manifestación intervinieron también otras gentes que no se ven en la película pero que estuvieron allí, como Rita Borsellino, hermana del juez asesinado por la Mafia en Palermo hace 13 años y que ahora se presenta como la gran candidata de la izquierda en las regionales de Sicilia, y el cantante Francesco de Gregori, que hizo cantar a la mulitud su gran himno Viva l'Italia, en el que nos recuerda que a pesar de que el país esté siendo "asesinado por la prensa y el cemento", Italia resiste.

Roma no es Barcelona, ni para bien, ni para mal, y tampoco existen en Barcelona lecturas cinematográficas en las que la ciudad sea protagonista, como lo es en el filme del viejo maestro Scola o la que Fellini convirtió en imperecedera. Hay retazos de ciudad en esta o aquella película, y hay mucho material hagiográfico que poco muestra de la ciudad real, y que a costa de repetirse nos obliga a imaginar que somos algo que no somos. La ciudad se ha recreado en una imagen mitad propagandística, mitad selectiva, en la que se nos recuerda lo mucho y bien que hemos cambiado. Los visitantes buscan esa ciudad de las maravillas, hecha con retazos históricos de rebeldía, insumisión y rostro canalla, pero que ahora pretende recrearse en una ciudad tecnológico-turístico-gastronómica. Una ciudad sin conflictos ni miserias. Ciudad que consumir y gozar 24 horas al día, 365 días al año. Y al irnos creyendo ese cuento y al ir emprendiendo acciones para que la profecía se cumpla, podemos acabar constatando que un poco más de realismo no nos iría mal. Mi peculiar álbum de familia de Barcelona empieza en la calle del Hospital y acaba por ahora en El Farró. En mi largo periplo por la ciudad no he dejado de percibir claroscuros, miserias y riquezas, iniquidades y solidaridades. Una ciudad mucho más plural, diversa e injusta que la que a veces se nos transmite, por acción u omisión, desde instancias oficiales. Vittorio Foà nos recuerda que el triunfo del pluralismo político y social es la legitimación de las diferencias. Que la vigencia del antifascismo se expresa en la voluntad de lucha contra las injusticias, grandes y pequeñas. En Barcelona deberíamos aprender, desde nuestra propia realidad, de una ciudad que con sus muchos problemas y decadencias, puede parecernos medio obsoleta o confusa, pero que sigue destilando sabiduría y aceptación de sus nuevas y viejas complejidades.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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