_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El nacionalismo liberal de Mas

Josep Ramoneda

Hace 15 días, en el Palacio de Congresos, Artur Mas se permitió hacer un ejercicio desgraciadamente poco habitual entre los dirigentes políticos: exponer las ideas básicas de su proyecto para Cataluña. El discurso del presidente de CiU ha tenido un eco limitado porque la comunicación política cada vez se parece más a los reality shows de televisión, con lo cual esforzarse en cualquier cosa que no sean eslóganes, consignas y frases ruidosas es ocioso, y porque es más cómodo descalificarlo olímpicamente colocándole la etiqueta de neoliberal, como ha hecho algún dirigente del tripartito, que discutir su propuesta.

Artur Mas parte del principio del cambio generacional, que es el mismo argumento que utilizó Zapatero para matar simbólicamente al padre. Y desde esta perspectiva su discurso se articula en dos partes: la apelación a la necesidad de un cambio de mentalidad en Cataluña y la construcción de un modelo liberal basado sobre el derecho a escoger como referente básico.

Naturalmente, del simple enunciado de estas dos piezas articulares del discurso del líder convergente se deducen tres consideraciones. Primera: Artur Mas sabe que Convergència i Unió ha perdido el monopolio del nacionalismo del que disfrutó durante un par de décadas. Ahora, el nacionalismo ya no es patrimonio exclusivo de nadie, en la medida en que Esquerra Republicana ha salido de los márgenes y que Maragall ha metido al PSC de lleno en el terreno ideológico del nacionalismo. Con lo cual Artur Mas sabe que ya no le basta envolverse en la bandera catalana para ganar. CiU necesita, como cualquier otro partido, unas señas de identidad ideológicas, económicas y sociales. Y esto es lo que intentó dibujar Artur Mas en su discurso.

Al realizar este ejercicio -segunda consideración-, Artur Mas rompe con la tradición de su partido -el pujolismo- presentando un modelo de nacionalismo liberal como propuesta para suceder al nacionalismo de corte comunitarista que representaba tanto el presidente Pujol como la cristiana Unió Democràtica. Hay, por tanto, una ruptura importante respecto del periodo anterior.

Y si alguien duda de esta ruptura -tercera consideración-, Mas aporta una prueba contundente: apela a la sociedad catalana a un cambio de mentalidad. Evidentemente, ni Mas ni nadie puede pensar que el tripartito en dos años ha conseguido modificar sustancialmente la mentalidad de los catalanes que CiU contribuyó a configurar durante 23 años. Con lo cual, Artur Mas está pidiendo un cambio de las actitudes heredadas del pujolismo. Un cambio sobre dos ejes: más riesgo y más libertad individual. O sea menos conformismo, menos autocomplacencia, menos resignación. Y siempre recordando la clave generacional.

Naturalmente, Artur Mas reitera el compromiso nacionalista de CiU. No puede ser de otra manera, porque forma parte de la naturaleza del invento. Y apela, cuando es necesario, a las fibras sentimentales que tantos dividendos han dado en el pasado: "las patrias reales son las patrias sentidas y no las que prevén las leyes". Pero al regar el jardín nacionalista con agua bendecida por el liberalismo abre el horizonte de CiU al tiempo que hace emerger las inevitables contradicciones entre liberalismo y nacionalismo.

El discurso del derecho a elegir tiene una doble virtualidad: coloca al ciudadano ante la pareja riesgo-responsabilidad y sitúa al Estado al servicio de los individuos para crear las condiciones en que el ciudadano pueda realmente elegir con libertad. "Los poderes públicos -dice- han de saber tratar a la sociedad como gente adulta; han de ofrecer servicios y distribuir equitativamente recursos de todos, pero no sustituir a la persona en su derecho legítimo a escoger". Quita, por tanto, al Estado parte del aditamento trascendental que ha ido adquiriendo a medida que lo teológico-político se iba inscribiendo en su seno. Y en este sentido, Artur Mas está con los signos de los tiempos, porque tengo la impresión de que si el Estado puede hacerse más liviano es porque lo teológico-político se ha desplazado al seno de lo económico. Pero este es un tema complicado que dejo para otra ocasión.

Naturalmente, el compromiso liberal de Artur Mas chirría cuando cumple con las cláusulas obligatorias de su condición de partido nacionalista, porque aun siendo cierto que liberalismo y estado-nación, en parte, nacen y crecen juntos, el liberalismo -no el neoliberalismo que ha desfigurado una gran tradición ilustrada- tendió siempre a un cierto laicismo de espíritu incompatible con la fe fundamental del nacionalismo ideológico. Y así, por ejemplo, el derecho a escoger parece esfumarse, cuando dice: "todo el que haya hecho de Cataluña su país para vivir y para quedarse ha de ser llamado a defender los valores y caracteres comunes que nos han configurado como pueblo y de los cuales todos, poco o mucho, gozamos. Nadie puede abdicar de esta identificación con el país".

En cualquier caso, Artur Mas propone un proyecto político de corte liberal nacionalista, como propuesta de modernización del país. Sus adversarios políticos, en vez de recurrir al fácil descalificativo de conversión al neoliberalismo, harían bien en explicarnos cuál es su proyecto de país. Porque evidentemente no lo es el pacto del Tinell, documento hecho por el método de agregación -el mismo que se ha utilizado para el Estatut- con lo que eso supone de confusión y amalgama. Sin embargo, que Artur Mas haya hecho este ejercicio hay que ponerlo en el haber de la alternancia política en Cataluña. Porque si ésta no se hubiese producido, probablemente CiU habría persistido, por la economía de energías a la que tienden siempre todos los cuerpos organizados, en la inercia de su pasado. Artur Mas ha entendido que para recuperar el poder no basta la eterna canción nacionalista. El tripartito se divierte ironizando "sobre el redescubrimiento de CiU como centro liberal español", en expresión del consejero Huguet. Y, sin embargo, sería interesante, por ejemplo, saber la respuesta del liberalismo de izquierdas -si es que existe en Cataluña. Porque de lo contrario tendremos que entender que la izquierda se ha entregado al comunitarismo del que Artur Mas quiere distanciarse.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_