Carne de cañón
La relación de los escritores norteamericanos con su historia es una de las líneas vertebrales de la literatura norteamericana. Si Estados Unidos hubiese tenido un intento de golpe de Estado al estilo del español en 1981, ahora mismo tendríamos en las manos varias novelas de algunos de sus mejores escritores. El asesinato de Kennedy fue uno de esos momentos clave de su historia actual y de ello trata esta apasionante novela de Don DeLillo. Como todo acontecimiento de semejante trascendencia, son muy variados los focos a cuya luz se escribe sobre ellos y en este libro la luz se vuelca sobre la figura de Lee Harvey Oswald, el francotirador culpado del disparo que mató al presidente.
LIBRA
Don DeLillo
Traducción de Margarita Cavándoli
Seix Barral. Barcelona, 2005
496 páginas. 23 euros
DeLillo abre tres frentes por donde atacar el asunto. Hay un narrador genérico que cuenta con la objetividad del que señala lo que está sucediendo; hay un orden -que atribuimos directamente al autor- que maneja las diferentes acciones, conversaciones y pensamientos de los personajes del relato de manera que se dirijan hasta punto de confluencia donde se va a ejecutar el magnicidio; hay un personaje aparte, que es el agente jubilado encerrado en una habitación y rodeado por una ingente masa de papeles, documentos, fotografías, etcétera, encargado de componer la "historia íntima" de todo el asunto, íntima y secreta, que nunca verá la luz tras el informe Warren y que resulta indominable, inabarcable, aplastante y, por tanto, perfectamente inútil, una metáfora de la imposibilidad; y hay, por último, una voz, la única que se dirige al lector por sí misma, que es la de la madre de Oswald, Marguerite. DeLillo ha elegido una técnica de fragmentación simultánea que permite hacer avanzar a todos sus peones y el lector se ve obligado a seguir sus movimientos de una manera activa, movimientos que el lenguaje no admite que se estanquen, pues de manera medida y constante provoca quiebros que obligan a mantener la mente muy atenta.
Ya he dicho que el libro es
apasionante. Lo cierto es que anecdóticamente no ofrece novedades en relación con las mejores novelas acerca de la CIA, los servicios secretos, el FBI y el hampa a gran o pequeña escala. Lo apasionante en el libro es a) cómo cuenta lo que cuenta y b) Oswald y su entorno. La creación de la figura de Oswald es formidable; la imagen que DeLillo presenta es la de un muchacho confuso e ignorante, pero inteligente y deseoso de entender las cosas, que se extravía por causa de su propia soledad y de las dificultades económicas y viene a dar en una especie de marxista autodidacto perdido en la jungla americana. Su característica fundamental es el desvalimiento en el sentido de que no tiene a nadie, persona o entidad, que lo guíe y que no está acostumbrado a expresarse afectivamente. Su camino por la vida (morirá a los 24 años) es patético y emocionante y vemos cómo se dirige a la destrucción porque, en realidad, es el típico caso de carne de cañón, de persona que acabará mezclando sus confusos ideales -pero ideales al fin- con el deseo de ser alguien. Y lo único que está a su alcance para ser alguien es caer en manos de personas sin escrúpulos. Éstas son personas que o bien tienen cuentas pendientes con el Estado -desde la Mafia hasta agentes de la CIA desengañados- o bien creen sin un punto de duda en la liberación de Cuba como una misión que justifica una vida. El aparato de poder y el fin que justifica los medios serán la telaraña donde se enreda Oswald; pero Oswald -y aquí entra la sabiduría de DeLillo- es a la vez consciente e inconsciente de ello.
El personaje de la madre es un contraste crucial. Ella es una mujer americana cansada y abandonada, con una visión unilateral de su vida, quejosa, repetitiva, pero una luchadora que ha sacado adelante a sus hijos sin dejar de quejarse y sin poder abandonar una existencia plagada de estrecheces. Es una persona que exige justicia -una forma de justicia cercana a la solidaridad y a la dignidad de ser americana- antes que suerte; que no está dispuesta a dejarse abatir; que es una madre que hace bandera del apoyo a su hijo por la pura conciencia de sus derechos históricos como ciudadana americana. Lo pierde todo, a su hijo menor, a la esposa de éste, rusa -que se dispone a integrarse en la vida americana- y a sus dos nietas, pero "pasara lo que pasase, y por mucho que tramaran contra ella, eso era lo único que no podían arrebatarle: la fuerza veraz e imperecedera de su nombre (el de su hijo). Ahora le pertenecía a ella y a la historia". Esta madre luchadora, vencida, vulgar e indestructible, es el contraste perfecto y admirable con el hijo perdido en la soledad de la vida y en su propia incomprensión de las cosas. El fondo que une a ambos es, en realidad, una extraña pureza de corazón. Ellos dos son los héroes de esta historia: se corresponden con la imagen del héroe moderno, que ya no es el héroe ejemplar sino simplemente aquél a quien todos dejan solo y traicionan.
DeLillo señala al final del libro que "esta novela no pretende aludir a la verdad literal; como sólo lo que es, separada y completa, es posible que los lectores encuentren refugio en ella". Ésta es la magnífica actitud del novelista. La Historia es en el libro un referente perfectamente comprobable que para lo que sirve, en realidad, es para que el lector apoye su reflexión sobre la realidad. DeLillo no pretende dar luz a la realidad sino alojar luz en la mente del lector para que éste contemple, vea, alcance "un modo de pensar en el asesinato sin las limitaciones de las verdades a medias". Ahí aparece el papel de la ficción dentro de la verdad histórica. Lo que no olvidará tampoco es la figura de Oswald, de una calidad tal de matices, claroscuros e iluminaciones acerca de un ser humano de ficción que nos deja perplejos de pura admiración.
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