"La ópera no debe convertirse en un museo"
El próximo miércoles 7 de diciembre, festividad de San Ambrosio, se inaugura la temporada 2005-2006 del teatro más emblemático de Europa, La Scala de Milán, con una nueva puesta en escena de Luc Bondy para Idomeneo, de Mozart, en una coproducción con la Ópera Nacional de París y el Teatro Real de Madrid. No dirige Riccardo Muti, sino Daniel Harding, y es el primer espectáculo presentado por Stéphane Lissner como nuevo director general y artístico del carismático coliseo italiano.
Stéphane Lissner nació en París en 1953, de padre ruso y madre húngara. Para bien y para mal es profundamente francés, incluso en su toque cosmopolita. Ha llegado a ocupar el puesto más alto de La Scala, como podía haber sido director artístico del Festival de Salzburgo y estuvo a punto de serlo del madrileño Real. A ello le ayuda su carácter conciliador, su habilidad seductora y su capacidad para formar equipos de trabajo compactos, fieles y de una enorme profesionalidad. "La continuidad con las mismas personas es imprescindible. Normalmente mis colaboradores no están conmigo menos de 8 años y algunos ya llevan 22. La gran mayoría son mujeres. Da una enorme seguridad tener equipos que no fallan nunca y en los que puedes depositar una confianza a ciegas", dice. En un cambio de tercio, Lissner defiende, por encima de todo, la concepción integral de la ópera, su equilibrio entre teatro y música. "Yo era muy aficionado a la música de cámara cuando tenía 16 o 17 años. Después, una novia que tuve a los 18 me descubrió la pasión por el piano. En cuanto al teatro he hecho de todo, a partir de los 15 años, desde actor a iluminador e incluso he hecho mis pinitos en puestas en escena. Siempre he pensado que el espacio donde mejor me he sentido, el imprescindible para vivir, ha sido el del teatro", afirma con cierta nostalgia.
Su primera ocupación en actividades de organización fue en Niza, en el teatro de prosa de Aubervilliers. En 1983 llegaría como número dos al teatro municipal Châtelet de París, que empezaría a dirigir en 1988. Desde allí echó un pulso a la floreciente Ópera Nacional de París, con una política teatral más bien de izquierdas sustentada entonces por un Chirac que hacía la vista gorda aunque sólo fuese por disminuir un poco el prestigio cultural de Mitterrand. La imponente programación de Châtelet catapultó a Lissner.
"Para hacer ópera hay que tener, ante todo, un enorme respeto a la partitura musical. Hasta las puestas en escena deben partir también de la música. Lo fundamental es que haya una alianza de la calidad y expresión del canto con los valores orquestales y teatrales. Lo importante para que las cosas salgan bien es la convivencia, la complicidad, entre los diferentes protagonistas que perfilan el espectáculo final".
En Aix-en-Provence, Liss-
ner hizo diabluras. Por allí pasaron Abbado, Boulez, Rattle, Christie o, en el apartado escénico, Brook, Wernicke, Chereau, Bondy. Durante casi una década el festival provenzal ha tenido un magnetismo irresistible. Ahora están levantando en Aix un nuevo auditorio que inaugurará Rattle al frente de la Filarmónica de Berlín en una coproducción con el Festival de Pascua de Salzburgo de El anillo del Nibelungo. "Lo más importante de estos años, aparte de la recuperación de espacios como el teatro Jeu du Paume o Le Grand Saint Jean en la campiña, ha sido la Academia, por la formación de jóvenes músicos, y los pasaportes con entradas a precios reducidos para la población local. Hay que conquistar al público joven. De lo contrario la ópera está muerta. Y hay que hacerlo con propuestas artísticas que conecten con su sensibilidad, que estimulen sus inquietudes intelectuales y morales".
En el teatro Bouffes du Nord de París ha colaborado con Peter Brook, en la capital austriaca ha introducido recientemente aires de renovación en la Wiener Festwochen. "La ópera no puede convertirse en una pieza de museo. Tiene que ser una manifestación de nuestro tiempo". Y en ésas estábamos cuando llegó el ofrecimiento de La Scala. En un tiempo récord presentó una programación para la temporada que empieza el miércoles y esbozó las líneas generales de las dos próximas. "No ha sido tan difícil: para los Wagner, cuento con Barenboim; para los Verdi, con Chailly; para los Janácek, con Gardiner; para los Puccini, con Maazel. El mayor problema ha sido la ópera inaugural, pues todos los directores de mi confianza tenían comprometidas estas fechas. Había muy poco tiempo. Afortunadamente he podido comprometer a Daniel Harding. Pero comprendo que la apuesta es de alto riesgo, en un público acostumbrado a los Mozart de Muti". Inapelable. El año Mozart comienza en Milán.
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