¿Campaña mediática?
Hace pocos días, Sílvia Cóppulo dirigió con gran habilidad una tertulia en La 2 de TVE preguntando si había realmente una campaña mediática contra Cataluña. Como presuntos colaboradores de esa campaña estaban presentes dos representantes conspicuos de La Razón y de la COPE. Desde un presumible bando contrario -con el empuje certero de Magda Oranich y mi desconcierto dialéctico-, intentamos un diálogo que resultó finalmente imposible porque la pregunta mantenía un cierto equívoco: las diatribas anticatalanas no corresponden a una liviana campaña mediática, sino a una profunda, gravísima campaña política.
Una campaña mediática sería sólo un episodio anecdótico. Los ciudadanos estamos ya vacunados contra los esperpentos publicitarios y sabemos interpretar a periodistas y locutores para distinguir lo informativo de las opiniones camufladas. Todo el mundo conoce el tono de unos periódicos que mantienen los residuos verbales del franquismo, y de una emisora dominada por la insensatez eclesiástica que se empeña en luchar contra la educación pública y laica, es decir, contra las bases de la igualdad y la libertad. Pero una campaña política es más grave no sólo por la responsabilidad que cabe exigir a un partido y a un político, sino porque detrás de ella suele haber un programa estratégico, más potente que el que puedan aparentar las frivolidades periodísticas. En este caso, el programa es muy claro: el PP se ha propuesto erosionar al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero -sin esperar al respaldo de unas elecciones- con un discurso populista agresivo y contaminante, construido con equívocos informativos y supuestos arriesgados, insultos denigrantes que pretenden alcanzar ecos populares. Y para lograrlo, se apoya en el permanente visceralismo anticatalán de buena parte de España, un terreno siempre bien dispuesto pero ahora fertilizado con las malas interpretaciones del texto del Estatut, de la OPA y de otras excusas culturales y económicas. Insultando a Cataluña se quiere abofetear a Zapatero, aprovechando el silencio, incluso, de los que no están contra Zapatero porque, en el fondo, siguen fieles a un anticatalanismo fundamentalista. Si no, ¿cómo se explica el silencio de los intelectuales progresistas españoles, casi con una sola excepción?
Es normal que este programa político sea voceado por los medios de comunicación, ávidos de temas fáciles a los que añadir ornamentos verbales de segunda mano. Pero ahora, estos ornamentos parten de una contradicción inexplicable: las críticas agresivas a los catalanes, sus tradiciones, su carácter, sus identidades, su economía, coinciden con la indignación ante cualquier propuesta de mayor autonomía y ante el fantasma de la independencia. Si molestamos, los españoles tendrían que agradecer nuestro alejamiento. Mientras se apoya un boicoteo a los productos catalanes, se clama por la "unidad indisoluble de la patria", que parece imposible sin el fervor de esos catalanes despreciables. ¿Quién se explica esa doble vertiente sentimental? ¿Por qué nos quieren tanto? ¿O es que hay que descararse y justificarlo por unos posibles beneficios económicos?
El representante de la COPE que asistió a la tertulia de Sílvia Cóppulo dio una explicación: no se ataca a los catalanes, sino a los políticos catalanes que, por lo visto, nos tienen engatusados y no nos representan válidamente en el Parlament ni en el Gobierno. Esta posición parece un ensayo general, en espera de que Mariano Rajoy se la pueda dedicar luego a Zapatero y justificar su último gesto de acoso y derribo con el ataque subversivo a toda la democracia. La COPE debe saber que lo más grave es negar la representatividad de nuestros parlamentarios. Decir que Cataluña ha nombrado por error o por estupidez a unos parlamentarios que han engañado a toda la ciudadanía y que se mantienen con falacia y alevosía, es el peor insulto político, y demuestra una falta de recursos para negar la evidencia de que el texto del Estatut ha sido apoyado por el 90% de los representantes del pueblo. El directivo de la COPE dijo que la real campaña anticatalana es la de los políticos catalanistas, en contra de la realidad del país. No sólo es un insulto feo y agresivo, sino una falta de información. Antes de decir una falsedad de este calibre habría que prever la risotada colectiva con que será recibida públicamente.
La campaña tendrá diversas consecuencias en España. En Cataluña ya se están confirmando dos respuestas. Algunos exportadores timoratos piden moderación en el Estatut para que el boicoteo no afecte excesivamente sus ventas y apoyan así la política del partido que ha organizado la campaña. La otra respuesta es el aumento de ciudadanos que, ante este espectáculo, ven cada vez más imposible la fraternal convivencia con una España impenetrable. ¿Unas miserables botellas de cava pueden quebrar un consenso nacional? ¿Después de defender el mercado y la libre competencia como la única línea de prosperidad económica, esos mismos liberales se atreven a pedir ayuda económica a cambio de la cesión de derechos colectivos como la soberanía y la financiación?
Oriol Bohigas es arquitecto.
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