París y la sombra de Ronaldinho
Han pasado cuatro años y algunos meses desde que Ronaldinho diese sus primeras zancadas oficiales en la Liga francesa vistiendo la camiseta del París Saint Germain. Cuatro años que le han visto ampliar su juego, enriquecer su paleta y su tarjeta de visita, subir los peldaños del reconocimiento hasta convertirse en lo que es hoy: sin lugar a dudas, el mejor jugador en activo del mundo.
Precedido por una reputación de estrella en Brasil y, por lo tanto, de nivel internacional y habiendo demostrado ya la amplitud de su potencial, más en la selección que en el equipo de la capital, no cabía duda, cuando aterrizó en París procedente de Porto Alegre, de que este jugador de destino dorado llegaría a la cima al unirse al Barça dos temporadas más tarde.
Por lo tanto, ¿era el Ronaldinho de París el jugador fuerte y sutil que es bajo la camiseta blaugrana? Sí, pero sin la misma constancia, y sus hazañas no tenían la misma repercusión mediática. Ésa es la diferencia. Cuestión de contexto, de nivel de exigencia y de implicación. Como era más joven, pero sobre todo porque no estaba rodeado en el campo o en el vestuario, ni se escudriñaban sus resultados como en Barcelona, París y el fútbol francés, por lo general, no tuvieron derecho más que a las primicias, a los grandes rasgos. Tuvieron el placer de degustar un gran vino, desgraciadamente un poco verde, servido en botella cuando lo que se merecía era un decantador.
A lo largo de sus dos temporadas en la Primera División francesa, una etapa de aprendizaje necesaria antes de mirar más allá y más alto, el brasileño reveló su inmenso talento con parsimonia en un equipo parisiense limitado, a leguas del equilibrio y la calidad técnica del equipo de Frank Rijkaard. En París aprendió lo que son el banquillo, los cambios y las reprimendas sin dejar de sonreír. A las órdenes de Luis Fernández, paseado de derecha a izquierda, de centrocampista retrasado o en punta y ahogado en un juego colectivo indigente, Ronaldinho, que nunca se quejó de nada, no terminó de encontrarse cómodo. La corona mundial no lo volvió más soberbio el segundo año. Ni más importante. Ni siquiera en su último partido con los colores de París, en esa final de la Copa de Francia que el Auxerre de Djibril Cissé le arrebató.
A pesar de que su juego delicioso y lleno de improvisación no fuese un modelo de regularidad, a pesar de que sus genialidades no fueran suficiente para disimular sus alargadas ausencias, el número 21 adornó su recorrido con goles memorables que recuerdan a los que le marcó a Casillas hace unos días. Uno se acuerda que fue frente al Troyes, en un ambiente gélido, y ese gol no dio la vuelta al mundo. En ocasiones brilló en los grandes encuentros, sobre todo en el clásico francés.. "Harían falta partidos PSG-Marsella todos los meses", decía riéndose, y se podía adivinar cierta melancolía en el chiste. Hay veces que entusiasmó al público, incluso al contrario, con acciones sorprendentes. Raros fueron los partidos en los que no provocó uno o dos escalofríos de emoción en los espectadores.
Sin embargo, escondido del gran público, inmerso en una competición de menor nivel en todos los aspectos, mucho menos excitante que la Liga española para que nos entendamos, encorsetado en un equipo poco ambicioso e incapaz de ganar un solo título, sencillamente marcaba menos, pasaba menos, era menos decisivo y estaba menos en el candelero de lo que está ahora. ¿Ronaldinho, en la sombra en la ciudad de la luz? ¡El colmo para una estrella!
Vincent Machenaud es periodista de France Football, revista que otorga el Balón de Oro.
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