El auge del pandillero
De la travesura tribal al asesinato: algo así podría llamarse un posible estudio que analizara la composición y las actuaciones del pandillismo callejero desde, pongamos, los primeros años cincuenta hasta nuestros días
En grupo
Se dirá que siempre han existido las pandillas más o menos adolescentes dispuestas a emprenderla a hostias contra otras pandillas enemigas, pero se trataba en cierto modo de ritos de iniciación social y de una manera peculiar de abatir el aburrimiento. Las connotaciones ideológicas les eran, por lo general, ajenas, y el jefe era muchas veces más el que demostraba ser más bestia que el más confiado en su inteligencia o en su tranquila capacidad de liderazgo. En otras palabras, si había que quemar a un gato vivo, el jefe era sin discusión el que primero se atrevía a hacerlo. Ahora las cosas son, como todo, de otra manera, y es frecuente que las pandillas farfullen una empanada mental de corte xenófobo como justificación de sus tropelías, animadas por un odio que prefieren desviar contra el diferente más débil. Y también que, con todo lo atroz que era, chamuscar a un gato no es lo mismo que dejar seco a un negrata con un bate de béisbol.
Y en solitario
El lector dirá, como si lo oyera, que siempre estamos con lo mismo, pero es que nuestro personaje no para. El otro día, en Bruselas, Francisco Camps repitió el mismo discurso fantasmagórico al que nos tiene acostumbrados, esta vez a cuenta de que era la primera vez que se hablaba en valenciano desde una de las tribunas de la comunidad europea. Vale. El president, tan eufórico como viene siendo habitual, enfatizó que Ausiàs March escribía en valenciano, que Joanot Martorell también, que los Borja eran igualmente valencianos, todo en el tono del que toma café todos los días con tan grandes personajes y como si se debieran a la felicidad de su gestión tan estimulantes alegrías, y si no dijo que Sorolla pintaba en valenciano es porque ya habría sonado un tanto a cachondeo. Por lo demás, se ve que Sanchis Guarner o Joan Fuster siguen escribiendo en polaco después de muertos.
Escritores comarcales
Todavía es pronto, porque estamos precisamente en ello. Pero algún día se hará una tesina o tesis doctoral sobre una cuestión simple: La proliferación de escritores de narrativa en valenciano ¿está relacionada con los criterios de adjudicación de plazas de la Consejería de Cultura y Educación para los enseñantes de letras de secundaria? Francesc Calafat, el que todo lo lee, está en la mejor situación para responder a una pregunta sólo en apariencia insidiosa, pero yo prefiero pensar que esa circunstancia, caso de resultar verosímil, nos ha permitido en cosa de pocos años pasar de la pretendida novela urbana a toda costa a una aproximación como de Gulliver a microcosmos más modestos en magnitud pero bastante ambiciosos en sus propósitos estilísticos. Se gana en detallismo, casi nunca ajeno al costumbrismo, lo que se pierde en cosmopolitismo de repostería. Lo que también tiene su futuro.
Otras insidias
Por extendida que esté la creencia de que uno de los fracasos mayores de la oposición al franquismo -encore- fue que el dictador falleciera más o menos tranquilamente en su cama, lo cierto es que abundan los episodios de dignidad individual o colectiva frente a la masacre que supuso esa mediocridad instaurada como modelo de conducta. Días pasados, casi todas las teles ofrecían programas especiales sobre tan astuto asunto, y en uno de ellos salía Albert Boadella, antifranquista de casi toda la vida, afirmando que la oposición real al franquismo, en los tiempos en que él participó de esas alegrías, era poco menos que una ficción. Nadie está obligado a liquidar al dictador y a finiquitar sus secuelas de pulcra golfería, pero muchos creyeron que era mejor combatirlo. Desde los obreros que pagaron con la cárcel su osadía hasta los universitarios que vieron interrumpidas sus carreras. La ficción la puso el dictador. De ahí su éxito, como el de Boadella.
La excepción cultural
Bien está que el cine sea un bien cultural y no sólo negocio, como la maldita industria norteamericana, que ha producido bodrios tan notorios como El apartamento o la saga de El Padrino. De lo que no había, que yo sepa, antecedentes, es que unos estudios (los mejores del mundo, desde luego, ya que están en Alicante) paguen el favor de que en ellos se ruede. Es lo que está haciendo la Ciudad de la Luz, en una curiosa vuelta de tuerca. Si se trata de subvencionar al audiovisual, pues se arbitran las medidas oportunas desde la Generalitat. Pero que unos estudios subvencionen a las productoras para conseguir que sean utilizados resulta cuando poco pelín estrafalario, sobre todo en un panorama, el del audiovisual valenciano, necesitado de cualquier cosa excepto de oscuras ciudades del cine de utilidad dudada.
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