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Europa y el Mediterráneo

La Cumbre Euromediterránea que concluyó ayer en Barcelona brinda a la UE la ocasión de replantearse su papel en el Mediterráneo y de implicarse de una vez por todas con unos vecinos a los que no ha prestado la suficiente atención. Pero no podrá hacerlo sola desde Bruselas, necesita contar tanto con los Estados como con los organismos subestatales y con la sociedad civil.

El Proceso de Barcelona creó muchas expectativas que no se han visto satisfechas. No se han reducido las diferencias económicas entre el Norte y el Sur, no se han construido sistemas políticos auténticamente democráticos en la mayor parte de los socios del Sur, Europa no ha conseguido superar su tradicional actitud proteccionista desde el punto de vista social y comercial, etcétera. ¿A qué se debe este triste resultado?

Europa no ha conseguido superar su actitud proteccionista desde el punto de vista social y comercial

Podemos identificar tres problemas claros: 1. Los principales protagonistas del proceso no parecen estar por la labor, falta impulso político y se cierra la puerta a toda participación no estatal; 2. Las tres cestas del proceso (la política, la económica y la cultural) siguen siendo válidas, pero al cabo de 10 años empieza a ser necesario actualizar su contenido, que no tiene en cuenta nuevos conceptos y realidades, como la seguridad humana y el codesarrollo; 3. El supuesto proyecto motor del proceso, la creación de una zona de librecambio, no va a la velocidad esperada y no se ha producido el enlace causal entre mejora económica y profundización democrática.

Ante esta realidad, podemos recordar algunas propuestas planteadas por Euromesco, la red de think-tanks del Mediterráneo. Por una parte, dar un mayor protagonismo a la sociedad civil y a los organismos subestatales, en especial los que tienen poderes legislativos. Es hora de aceptar el papel de la cooperación descentralizada y de los actores subestatales como auténticos sujetos con capacidad de decisión y acción real. Por otra, es imprescindible evitar la securización y la visión exageradamente occidentalista, muy presente en 1995 en cuestiones como la inmigración. Los recientes incidentes en Francia no nos tienen que llevar al mismo error. Aunque el compromiso y los esfuerzos de los socios del Sur podrían haber sido mayores, es necesario que Europa haga autocrítica. La UE no ha visto el interés y el potencial que tiene el Proceso de Barcelona. Demasiado atareada con su ampliación hacia el Este, la UE ha olvidado las relaciones con sus vecinos del Sur. Se ha hablado de la necesidad de un plan Marshall para el norte de África. No sé si debe llamarse así (probablemente no), pero lo que sí está claro es que no lo debe ofrecer EE UU, sino la Unión Europea. Europa puede liderar una alternativa real al orden internacional que intenta imponer Washington, pero debe creer en su papel y empezar a asumir sus responsabilidades, sobre todo cuando éstas están tocando sus fronteras.

Estos días estamos asistiendo a una nueva batalla en la UE por el plan presupuestario para el periodo 2007-2013. Es el momento de hablar claro. Europa necesita recursos si quiere desempeñar un papel clave en la escena internacional, si tiene que guiar al continente por la senda del crecimiento sostenible y el mantenimiento del modelo social europeo, si tiene que garantizar la salud de los consumidores y el respeto al medio ambiente. Es impensable que la UE, con 25 estados miembros y con más responsabilidades que nunca, pueda seguir adelante con el mismo presupuesto relativo (el 1% de su PIB) que hace siete años, cuando sólo estaba formada por 15 estados mucho más ricos.

Tampoco es sostenible una UE que dedique el 45% de sus recursos a la agricultura, cuando ésta ocupa a menos del 5% de su población. No podemos seguir apoyando la actual política agrícola común (PAC)y hablar de solidaridad con el Tercer Mundo o con el sur mediterráneo. La PAC es necesaria y debemos evitar su renacionalización, pero hay que reorientarla porque a pesar de la reforma de 2003 sigue subvencionando más la producción que la función social que realizan nuestros agricultores, ya que se sigue exportando el excedente a los países del Sur a un precio inferior al de la producción local. Nuestros payeses y no sólo los terratenientes como hasta ahora- deben disfrutar de ayudas públicas por su función de ordenadores y cuidadores del territorio.

Cataluña puede y quiere participar en este debate, y no sólo ofreciendo su capital para celebrar cumbres. Cataluña es un actor relevante en el Mediterráneo, por su peso histórico, político y económico en la región. El Gobierno de nuestro país está comprometido con el desarrollo de la ribera sur, que recibe una atención prioritaria por parte de la política de cooperación: Marruecos y Argelia, pero también Palestina, los Balcanes y el Sáhara Occidental. Cataluña es así un actor real que puede ofrecer un enfoque complementario para impulsar el Proceso de Barcelona.

El compromiso de la Generalitat y el de las organizaciones que desde hace años trabajan sobre el terreno, sumado a la gran cantidad y calidad de los centros de investigación de nuestro país que se ocupan de las relaciones euromediterráneas, sitúan la capital catalana como adecuada sede para albergar un potencial secretariado permanente del proceso o el Banco Euromediterráneo de Desarrollo.

Los jefes de Estado y de Gobierno de ambos lados del Mediterráneo deben contar con aportaciones esenciales como la de Cataluña para renovar un proceso que empezó hace 10 años en la capital catalana y que pretende convertir el Mediterráneo en un puente azul de entendimiento e intercambio cultural, económico y político.

Albert Royo i Mariné es secretario de Cooperación Exterior de la Generalitat de Cataluña

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