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Columna
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La visera

Manuel Vicent

El estilo bronco, cínico e irresponsable con que la derecha está ejerciendo la oposición al Gobierno socialista se ha convertido en un espectáculo. El ciudadano contempla muy excitado, pero cada día más perplejo, cómo en esta carrera hacia el acantilado a los jinetes apocalípticos del Partido Popular les arden ya las herraduras. La táctica de derribar al presidente Zapatero, caiga quien caiga, despide un tufo de golpe civil, y en esta conspiración también anda metida una parte de la Iglesia. Por un momento, algunos obispos españoles han abandonado la mitra adornada con serpientes faraónicas y se han calado la gorra de béisbol; han dejado en casa la peana del santo y se han parapetado detrás de una pancarta rodeados de una multitud de fieles vociferantes. A estos actos callejeros los obispos acuden vestidos de negro seglar, con gafas de sol y una riñonera donde, tal vez, guardan caramelos de menta para suavizar la garganta rota de gritar consignas contra el Gobierno, pero todavía usan la gorra de béisbol a la antigua con la visera en la frente. Hace algunos años, en el Harlem de Nueva York, se produjo un hecho revolucionario: un negrito estaba trabajando en un andamio bajo un sol feroz y en un instante de inspiración le dio media vuelta a la gorra y colocó la visera hacia atrás para aliviar su cogote abrasado. Este recurso contra el sol en la nuca pronto comenzó a ser imitado por otros obreros negros y blancos en cualquier parte del mundo, pero siendo un acto utilitario, no adoptó una categoría estética hasta que un poderoso árbitro de la modernidad decidió que se podía ir de noche a una discoteca con la gorra de béisbol del revés como un signo de distinción, totalmente gratuito y sin sentido. A partir de ese momento se convirtió en un fin sin finalidad, que es como Kant define a la obra de arte. Puede que un día veamos al cardenal Rouco y a otros obispos en una manifestación contra el Gobierno con la visera de béisbol sobre el cogote y algunos creerán que también ellos siguen la moda de los pijos del monovolumen, de los niñatos del botellón o de los maniquíes de los escaparates, pero en este caso ese gesto estará muy alejado del arte o de la estética, porque no será gratuito. El negro de Harlem quería aliviarse el calor del pescuezo; la visera de los obispos también tendrá una utilidad porque dará cobijo a la nuca donde reside el sentido de culpa que la Iglesia, desde el parapeto civil de una pancarta, trata de inocular severamente a cuantos no comparten su ideario.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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