Qué hacer con Irán
El joven profesor en Ispahán estaba visiblemente asustado. "Baja la voz", le dijo a su amigo, mientras hablábamos de política en una de las mágicas casas de té de la ciudad. Luego, Mahmud -le llamaré así- siguió hablando, echando la culpa de los problemas de su pueblo a los tejemanejes norteamericanos y europeos, un viejo pasatiempo iraní. Entonces le pregunté qué creía que tenían que hacer Estados Unidos y Europa a propósito de Irán. Mahmud tragó saliva. Hubo un largo silencio, mientras contemplaba su taza de té. Luego se inclinó hacia mí y me dijo, en tono bajo e intenso: "Mantenerse unidos. Comprender lo que ocurre en Irán. Tener una política coherente".
Tenemos que resolver qué hacer sobre Irán. El jueves de esta semana, la junta de gobierno del Organismo Internacional de la Energía Atómica volvió a reunirse para hablar del programa nuclear iraní. Todavía no hemos llegado a la hora de la verdad, sobre todo porque el Gobierno de Bush tiene muchos otros problemas entre manos. Lo último que necesita Washington en estos momentos es otro Irak. Pero seguramente en la primera mitad del año próximo habrá algún tipo de momento decisivo, tal vez con un debate sobre Irán en el Consejo de Seguridad de la ONU. Así pues, no hay que asustarse, sino prepararse. Y ese mensaje susurrado desde Ispahán es una buena forma de empezar a prepararnos.
Hay que comprender lo que ocurre en Irán. Esto es mucho más fácil para los europeos que para los estadounidenses. Nosotros tenemos embajadas allí
La columna vertebral del sistema político sigue siendo una dictadura ideológica con ambición totalitaria, no comunista, sino jomeinista
No podemos tener esos discursos exculpatorios que por su hostilidad a EE UU pretenden que el otro bando no es tan malo como dice Washington
En primer lugar, hay que comprender lo que ocurre en Irán. Esto es mucho más fácil para los europeos que para los estadounidenses. Nosotros tenemos embajadas allí. Hacemos negocios allí. Podemos viajar allí. Mientras que, en su caso, como reconocen a las claras altos funcionarios estadounidenses, no hay ningún país en el mundo con el que tengan menos contacto. Por eso los europeos tenemos una especial obligación de ir allí, observar y escuchar, y después compartir nuestras conclusiones con nuestros amigos norteamericanos. La debilidad de la política occidental, muchas veces, reside en que no se apoya en un análisis realista del país que intenta cambiar. Ésa es la razón por la que este otoño he viajado durante dos semanas por todo Irán y he mantenido cientos de conversaciones sin censura con personas como el nervioso Mahmud (puede verse un informe más extenso en www.nybooks.com).
Visto de cerca, no cabe duda de que éste es un régimen repugnante y peligroso. Nunca olvidaré la conversación que tuve con un activista estudiantil que había estado encerrado y había sufrido malos tratos en la misma prisión en la que la periodista canadiense de origen iraní Zahra Kazemi recibió una paliza tan terrible que acabó muriendo de sus heridas. La mitad de la población iran
í está sujeta a la restricción sistemática de sus libertades por el mero hecho de ser mujeres. Hace poco han ejecutado a dos homosexuales. La columna vertebral del sistema político sigue siendo una dictadura ideológica con ambición totalitaria, no comunista, sino jomeinista.
El nuevo presidente y viejo revolucionario de la República Islámica, Mahmud Ahmadineyad -una pieza subordinada, pero también importante, de esa estructura de poder-, acaba de resucitar el llamamiento del ayatolá Jomeini a borrar Israel del mapa. Según un portavoz oficial, alrededor de 50.000 iraníes han respondido a una campaña de reclutamiento para "operaciones destinadas a alcanzar el martirio". Prácticamente con seguridad, elementos relacionados con el régimen han suministrado armas al sur de Irak, al otro lado de la frontera, donde se utilizan para matar a soldados británicos. Y, desde luego, es muy probable que los mulás estén intentando obtener armas nucleares.
Es decir, a medida que se desarrolle el debate sobre Irán, lo que no podemos tener es, por parte de la izquierda europea, ninguno de esos discursos exculpatorios que, por falta de honradez o confusión y debido a su hostilidad hacia la política estadounidense, tratan de pretender que el otro bando (Pol Pot, Breznev, Sadam) no es tan malo como dice Washington. Sigamos el ejemplo de George Orwell y tengamos claro que es perfectamente posible sostener al mismo tiempo que el régimen de Sadam Husein era una dictadura brutal y que la invasión de Irak fue un mal método para derrocarlo. Ahora es legítimo decir que los mulás iraníes dirigen un régimen repugnante, pero que sería un grave error bombardearlos.
Odio al régimen
Porque la segunda cosa que se descubre al estar allí es que muchos iraníes, en especial entre los dos tercios de la población con menos de 30 años, odian su régimen mucho más que nosotros. Con tiempo suficiente, y con el respaldo adecuado de las democracias mundiales, acabarán cambiándolo desde dentro. Sin embargo, casi todos ellos opinan que su país tiene tanto derecho como cualquiera a disponer de energía nuclear para usos civiles, y muchos creen que tiene derecho a poseer armas nucleares. Esos jóvenes persas están a favor de la democracia y son bastante proamericanos, pero también son ferozmente patriotas. Han mamado la suspicacia respecto a las grandes potencias -especialmente el Reino Unido y EE UU- con la leche materna. Un paso en falso de Occidente podría hacer que muchos de ellos decidieran apoyar el régimen. "Me encanta George Bush", me dijo una joven en el Kentucky Fried Chicken de Teherán, "pero le odiaría si bombardease mi país". O incluso si empujara a sus aliados europeos a imponer sanciones económicas más fuertes exclusivamente por la cuestión nuclear.
Nuestro problema es que el reloj nuclear y el reloj democrático marchan quizá a distintas velocidades. Para llegar a un cambio pacífico de régimen desde dentro harían falta al menos 10 años, aunque es cierto que el presidente Ahmadineyad está acelerando el proceso a medida que agudiza las contradicciones dentro del sistema. Mientras tanto, las últimas valoraciones hechas por los servicios de inteligencia estadounidenses calculan que a Irán le falta todavía una década para adquirir armas nucleares. Ahora bien, cualquier medida seria y no militar que quiera tomarse para impedir ese resultado tiene que llegar antes, porque en cuanto los dictadores poseen armas nucleares, la cosa cambia. Entonces, como hemos visto en Corea del Norte y Pakistán, se les trata con un respeto que no merecen.
Aquí es donde tenemos que hacer caso a la otra mitad del mensaje que transmitía mi amigo de Ispahán: tenemos que mantenernos unidos y ser coherentes. Si Europa y EE UU se pelean por Irán, como ocurrió con Irak, no tendremos la menor posibilidad de alcanzar nuestros objetivos comunes. Para actuar con eficacia, Europa y EE UU necesitan todo lo contrario de su tradicional división del trabajo. Europa debe estar dispuesta a emplear un gran palo (la amenaza de sanciones económicas, porque es Europa, y no EE UU, quien comercia con Irán) y EE UU debe mostrar la zanahoria (el ofrecimiento de una plena "normalización" de las relaciones a cambio de la contención iraní). Pero el viejo Occidente transatlántico no es suficiente. La diplomacia nuclear en torno a Irán nos demuestra que ya vivimos en un mundo multipolar. Sin la cooperación de Rusia y China, poco podremos hacer.
Coherencia con Irán
Y debemos ser coherentes. Coherentes en nuestra política respecto a Irán, inserta en una especie de proceso de Helsinki para toda la región. Coherentes en la defensa de unas normas internacionales que rijan el uso de la energía nuclear, no sólo para Irán, sino también para los demás. Coherentes al reconocer que nuestra política debe centrarse tanto en el pueblo como en el régimen. Por cada paso que demos para retrasar la nuclearización de Irán, tenemos que dar otro para acelerar su democratización. Es preciso que en todo momento expliquemos al pueblo iraní, a través de la televisión por satélite, la radio e Internet, lo que estamos haciendo y por qué. Ispahán no es sólo el lugar tristemente famoso -cada vez más- en el que se encuentra una planta de tratamiento nuclear, sino también una bella ciudad en la que viven muchos ciudadanos descontentos. Mahmud Ahmadineyad es un dirigente irresponsable, pero en Irán hay otros muchos Mahmuds, y debemos escucharles. Al final serán ellos, y no nosotros, quienes transformarán y mejorarán su país.
Traducción de M. L. Rodríguez Tapia
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