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Políticas de integración: barrio e inmigración

A finales de esta semana se celebra en Barcelona la Cumbre Euromediterránea, que reúne a los jefes de gobierno de los países ribereños en busca de equilibrios factibles para una región mundial compleja, tensada y clave por ser punto de encuentro entre Europa, África y Asia. En paralelo, Barcelona organiza, entre otras, una reunión de los alcaldes de esta zona, muchos de los cuales estamos vinculados por proyectos de cooperación o por compartir experiencias urbanas. En el mundo globalizado de hoy, las ciudades viven procesos que, si bien no son exactamente similares, responden a las mismas presiones, a las mismas realidades.

Como no podía ser de otro modo, uno de los temas básicos de este encuentro será el de la promoción del desarrollo en África. Gran parte de los equilibrios mediterráneos, y mundiales, dependen del éxito de estos programas, porque lo que constatamos con crisis como la reciente de Ceuta y Melilla es que en la medida en que no llegamos a tiempo a sembrar esperanza en aquellas tierras, recogemos una respuesta insoslayable en forma de presión migratoria. En Europa estamos padeciendo el shock del no francés a la nueva Constitución, así como la eclosión del conflicto de los barrios periféricos de sus grandes ciudades. Se revuelven los jóvenes que no encuentran futuro, porque el peor desarraigo no es cultural o religioso, sino económico y social. Mezclo adrede estos dos planos porque es obvio que sobre Europa gravitan las tensiones de la globalización y que somos en gran parte los alcaldes los que deberemos gestionar el día a día de la nueva situación.

Es importante que se hable de todo esto en la cumbre de Barcelona, una ciudad que, junto con el área metropolitana, está acogiendo un flujo inmigratorio cuantioso y lo está acogiendo bien; es decir, poniendo unas bases de futuro que eviten que caigamos en esa exclusión generalizada que es el caldo de cultivo de todos los problemas sociales y de integración.

En Barcelona -hablo siempre de la Barcelona metropolitana- hemos salvado hasta ahora el peligro de la creación de guetos. Nuestros inmigrantes se reparten por todos los municipios y barrios. No tenemos zonas especializadas en concentraciones excluyentes de inmigración. Aquellas que nacieron como polígonos dormitorio durante el franquismo para acoger a la inmigración de los años sesenta, la democracia las ha transformado en barrios dignos, bellos, equipados y comunicados.

La clave de la integración es precisamente este modelo de ciudad viva, con tejido social, con múltiples usos e intereses, con comercio, con equipamientos polivalentes que ofrecen cultura, deporte y socialización, y sobre todo con un espacio público que no esté mediatizado por grupo alguno. Ésta es nuestra realidad: barrios que mezclan gentes de diferentes niveles, que garantizan suficientemente la barreja , la mezcla de usos y funciones. Tanto las new towns inglesas como los achelemes franceses de los años setenta fueron demasiado grandes, demasiado especializados y demasiado monótonos como para que fuesen ciudad real y viva como la entendemos en Barcelona.

El segundo gran elemento de integración real es la escuela. Podríamos soñar con un mundo feliz donde la escuela sólo fuese un complemento al esfuerzo primero y principal que es, o debería ser, el de la familia a la hora de inculcar los valores de la convivencia. Pero, por diversas razones, en amplias capas de la población hoy esto no es así y la escuela, muy a su pesar, tiene que asumir el rol en cierto grado desproporcionado de ser el vehículo de normalización social de la juventud. No cabe otra solución que dotar a la escuela de medios cuantiosos para frenar una tendencia que ni la prestigiada escuela francesa ha podido gestionar.

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Siempre que se habla de educación se pone el ejemplo de Finlandia, que obtiene los mejores resultados de Europa. Pero además de estudiar el modelo, hay que observar la cuantía de medios que ese país vuelca en educación, aun teniendo una sociedad mucho menos compleja y pluricultural que otros países situados más al sur. No olvidemos que el sistema educativo es el gran nivelador de las oportunidades, el gran integrador de quienes, viniendo de lejos o de cerca, necesitan todo el apoyo para seguir el ritmo del tiempo actual.

Debemos y podemos construir un mensaje de esperanza. La inmigración es un hecho y no tiene por qué ser un problema, más allá de las dificultades obvias que encuentra una persona o una familia que emigra. Tenemos que aprender de los errores de los demás para aplicar lo antes posible nuestras propias soluciones. La ciudad se construye desde la integración, con todas aquellas políticas que hacen que las personas, y especialmente los jóvenes, se sientan parte de una dimensión colectiva que los incluye y los valora. No hay mejor política de integración que trabajar desde el barrio y desde la escuela. La fórmula, en toda su complejidad, es simple: mejor vecindad, mejor barrio, mejor escuela. El resultado es mejor convivencia. Por cierto, ¿por qué no aprovechamos el debate de la LOE para hablar de esto?

Joan Clos es alcalde de Barcelona.

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