En múltiples diálogos
Cabe calificarla como una de las exposiciones más excepcionalmente originales y sugerentes de cuantas se han llevado a cabo en el Guggenheim bilbaíno. Me refiero a la muestra denominada ArquiEscultura. Se han reunido 180 obras (esculturas, pinturas y maquetas), de 60 artistas y 50 arquitectos, en múltiples diálogos entre la arquitectura y la escultura desde el siglo XVIII hasta el presente.
Algunas de las esculturas expuestas son piezas clave en la historia de la escultura del siglo XIX y, sobre todo, del XX, como lo son sus autores Rodin, Brancusi, Boccioni, Maillol, Matisse, Lipchitz, Laurens, Moore, Gabo, Pevsner, Archipenko, Arp, Tatlin, Giacometti, Schlemmer, entre otros. Por parte de la arquitectura, a la cabeza de todos, tres de los grandes del siglo XX, tales como Le Corbusier, Lloyd Wright y Mies van der Rohe, con un par de maquetas cada uno de sus cualificados y emblemáticos diseños. Pero sin olvidarnos de los proyectos en forma de maquetas que llevan la firma de Gaudí, Adolf Loos, Louis I. Kahn, Mendelsohn, Renzo Piano, Foster, Nouvel, Herzog & de Meuron, Frank Gehry, Koolhaas, y otros más. A su lado se alzan pinturas de altísima calidad de los Braque, Delaunay, Max Ernst, El Lissitzky, Chirico, Léger, Albers, Dubuffet y más, y más.
Esta exposición se inició en la Fondation Beyeler de Basilea. Para la presente ocasión se han suprimido algunas obras, tanto esculturas como pinturas, siendo sustituidas por otras, según criterios manejados desde Bilbao. Percibimos en esos criterios cierta tendencia arbitraria, con una preferencia que favorece a determinados artistas, en detrimento de otros, con el aditamento de una flagrante exclusión. Allí donde se ubican proyectos arquitectónicos de raíz constructivista -obras de Malevich, Vantorgeloo, van Doesburg y, más concretamente, Loos en su Casa cúbica-, cualquier estudiante de primero de arquitectura le hubiera recomendado a Markus Brüdelin, comisario de la muestra, la presencia en el espacio expositivo de una o más cajas metafísicas del decano de nuestros escultores vascos.
Por otra parte, en el montaje ha quedado medio perdida la escultura de Boccioni, Desarrollo de una botella en el espacio, de 1912. Esa obra, en términos de historia plástica, había que presentarla, dada su importancia, poco menos que en un altar sagrado. Para terminar, diremos que no tocaba destinar una sala al edificio de Gehry. Se quiere ver el edificio virtual (maquetas), cuando mejor parece ver con sumo detalle el edificio real, puesto que quien mira está dentro de la propia edificación guggenheimiana.
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