Carta a intelectuales de Valencia
Estimados colegas y amigos: como sabéis vivo en Alicante, que, al parecer, es una manera oscura y menor de ser valenciano. Esto lo digo porque me siento valenciano y quiero ser valenciano. Quizá en Alicante no abunden personas así, pero a varios tengo conocidos. Me dirijo a vosotros en busca de comprensión. Clamar contra los blaveros, el PP y otras calamidades del espíritu, es algo que, por sabido, empieza a hastiarme, y he llegado a la conclusión de que, quizá, fuera bueno recordaros que Alicante, como realidad y síntoma, podría servir para fundar discursos positivos. Aparte, por supuesto, de los habituales que consumen vuestro tiempo, como la unidad de la lengua, la barrera electoral del 5% y los pactos de la izquierda y el nacionalismo. Que es que cada vez que piso el cap i casal empiezo a sentir que cada uno de vosotros lleva un estadista en el corazón; eso antes sólo me pasaba en Madrid, así que lo tomaré por virtud de la capitalidad autonómica. Pero a mí me gustaría que, alguna vez, tuvierais a bien imaginar que el País Valenciano existe más allá de los Caminos de l'Horta. Así, por ejemplo, Alicante, también existe. Por eso, con humildad, me atrevo a formular los siguientes recordatorios.
Alicante no es un barrio de Madrid. Cuando hace más de 20 años, publiqué mi primer libro que, osadamente, titulé Cuestión nacional y autonomía valenciana, un profesor de gran renombre en Valencia lo descalificó. No me extrañó: el libro era cosa juvenil muy imperfecta. Lo que me sorprendió es el argumento descalificatorio: como yo era de Alicante no tenía la clave de los problemas. No se le ocurrió pensar que expresaba una sensibilidad sobre el follón de la Transición distinta -no mucho- de la habitual en Valencia. A lo mejor hay que pensar que el problema es que aquello se vivió, sólo, con una sensibilidad encerrada en la ciudad de Valencia.
Josep Vicent Marqués, en su irrepetible País Perplex, definió así a Alicante: "Barri perifèric de Madrid on encara és nombrosa la colònia valenciana. Hom parla d'una província amb el mateix nom, sense que haja estat provada la seua existència". Una definición tan epatante como reduccionista. No debemos extrañarnos: se ajustaba a la más estricta ortodoxia fusteriana. Fuster nunca acertó a comprender qué pasaba con Alicante. En su Viatge pel País Valencià comienza su referencia diciendo: "Jo diria, sense intenció d'ofendre, que Alacant és la perfecta capital de provincia espanyola. Entre les (localitats) que posseixen aquest títol administratiu, cap no el gaudeix amb major vocació", lo que comporta el sucursalisme -¿y qué sucursalismo nos queda en el Estado autonómico? Afirma luego: "Alacant és una ciutat formosa, mesurada, encantadora (...) És, sens dubte, la més amable de totes les ciutats valencianes". Y lo sintetiza así: "L'Esplanada, a qualsevol hora del dia de qualsevol dia de la setmana, té un subtil aire de diumenge. El port i la ciutat treballen, poc o molt: l'Esplanada, intermèdia, gratuïta, s'ofereix a l'oci convençut.". Por lo demás, "Alacant és bonic sempre; però és més bonic que mai el 24 de juny, quan a la temperancia i a l'elegancia naturals afegeix la dilapidació festiva i el desbordament popular". Con afirmar la catalanidad histórica de Alicante, el asunto concluía. Vamos: todos madrileños, tomando el sol y tirando tracas. ¡El Levante feliz del Levante feliz!
¿Qué podía hacer el valencianismo con estos mimbres? Poco cosa. Desde entonces, muchos de vosotros habéis preferido perseverar en los tópicos antes que advertir que Alicante dice y advierte de materias sin las que no se podrá construir el País culto y vertebrado. Alicante es tan raro que ni siquiera tuvo blaveros. La derecha local no los precisó y desvió la crisis hacia el puro enfrentamiento con Valencia. ¿Cómo leyó eso la élite valenciana?: Todo Alicante era antivalencianista y bastaba con algún gesto litúrgico: una manifestación cada cinco años para proclamar lo mismo que estaba siendo derrotado en Valencia y se acabó. O sea: se renunció a Alicante por imposible.
Y ahora nos encontramos con los puentes cortados. ¿Hasta cuándo tenían que interesarle a los intelectuales alicantinos los bellos proyectos de afianzamiento de la capitalidad que, en muchas ocasiones, se apreciaban como una fuente de agravios por ausencia de inversiones -por ejemplo, culturales- en Alicante? ¿Cómo los intelectuales alicantinos podían construir un modelo de análisis crítico que se insertara en las propuestas genéricas del valencianismo? Quizá ahora todo cambie: el nuevo sistema de ciudades, la especulación y la destrucción del paisaje nos son comunes y reclaman más atención que filigranas dialécticas a las que tan aficionados hemos sido. Eso sí: nosotros no tenemos Copa del América.
Alicante y Valencia son equidistantes. Es una verdad científica que hay los mismos kilómetros de Valencia a Alicante que de Alicante a Valencia. No son demasiados. Lo digo porque los que nos hemos dedicado a tareas intelectuales, políticas, cívicas o sindicales, estamos acostumbrados a recorrer la distancia. Pero, ¡ay! si alguien propone reunirse en Alicante: "Está muy lejos". Mecachis. Y si la reunión es en sábado, pues qué molestia, ir a Alicante un sábado. Como si a los alicantinos con vocación valenciana nos encantara madrugar para besar los pies de la Mare de Deu dels Desamparats. Y también lo digo porque, últimamente, en Alicante se han adoptado diversas iniciativas para atraer a intelectuales valencianos, para reunirnos a hablar de nuestras cosas -y de las vuestras-. Pero al revés no estoy enterado de ninguna.
En Alicante pasan cosas (Dirigido a informadores). De verdad: en Alicante pasan cosas todos los días. Cosas que si pasaran en Valencia tendrían cuota de pantalla o papel suficiente. Pasan cosas malas -esas sí que suelen aparecer- como corrupción presunta o especulación cierta y otras bastante buenas. No voy a decir que esto sea una locura de innovación, pero nos defendemos. Por lo menos como para que algunos se sintieran reconfortados si supieran que sus esfuerzos tienen reconocimiento allá, en Valencia. Eso sí: cuando sale algo de un cierto nivel es porque tiene que ver con alguna de las imágenes estereotipadas que el valencianismo ha edificado sobre Alicante. Bien para confirmarla -"ya están con el ¡puta Valencia!"- o por la sorpresa que causa el desmentirlo - "¿cómo?, ¿pero hay escritores en valenciano en Alicante?".
En Alicante usamos power point. Juro por la Santa Faz que lo que voy a contar es cierto: como director de un Centro Cultural de la Universidad me he encontrado en poco más de una semana con dos importantes y serias entidades radicadas en Valencia que van a organizar cosas aquí y que han venido a conocer nuestras instalaciones... Sus representantes me han preguntado: "¿Tenéis power point?". Sepan ya todos, ciutat i Regne, que sí, que en Alicante se conoce el power point y sus mágicas aplicaciones. Ya sé que es una anécdota. Pero es que...
En fin, colegas y amigos, ya veis que no me queda espacio para matizar los dicterios. Así que me limitaré a recordaros un verso del Himne de les Fogueres de Sant Joan -escrito originalmente en valenciano: "Xiquets ploreu, que pardalets tindreu".
Nos vemos. En Alicante o en Valencia. O en Castellón o en Elche.
Manuel Alcaraz es profesor de la Universidad de Alicante.
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