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Columna
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Paseo por el Arenal

"Si quieres que llueva, monta una feria del libro". Oí la frase mientras me acercaba a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que estos días se celebra en el Arenal de Bilbao. Y llovía, llovía mucho, casi a cántaros, después de muchos días de viento sur.

Por eso decidí volver otro día con mejor tiempo y más ganas de pasear, de pararme a contemplar las ristras del libro y curiosear y enredar. Si yo fuera Andrés Trapiello, iría, como él, todos los domingos al Rastro, a ver en los libros los rastros de antiguos dueños, a curiosear en los papeles olvidados entre páginas y a rastrear vidas imaginarias, por anónimas, grises y sin interés que fueran. Pero aquí no hay Rastro y debo conformarme con el momento en que llega la Feria del Libro Antiguo, para llenarme las manos del polvo que desprenden esos libros apilados. Si ya en una librería, cuando no conozco la lógica de ordenación de los libros que ha instalado ese gran arquitecto que es el librero, me mareo, qué puedo decir del caos más o menos indeterminado que reina en los puestos de creación de nuevas ilusiones lectoras.

Debo confesar que pasear por el Arenal bilbaíno estos días, perderme entre libros, me llena de nostalgia y es un ejercicio inútil de melancolía. Hay de todo, libros para expertos, libros de valor, colecciones descatalogadas, desde una traducción de Virgilio del siglo XVIII (y aquí me acuerdo de un amigo latinista que encontró las fuentes de la Celestina) hasta novedades que se presentan al precio de librería normal y actual. Pero si la emoción llega es porque me encuentro con libros que algún día ya lejano quise leer, y quizás comprar, y no lo hice. Ahora tampoco lo hago, claro, pero en ese libro no leído encuentro lo que pude haber sido y no fui. Los libros deseados y nunca leídos. La inmensidad ante los ojos. Aquí hay historias que pudieron haber sido y nunca se contarán.

Esta feria es también un juego de espejos donde naufraga la vanidad. Uno encuentra ejemplares de libros que escribió con ilusión, pero que han acabado entre otros, arramblados, arrinconados entre otros muchos libros con el mismo destino. Hablo de los míos y los de amigos queridos, de libros que lucen ahora una etiqueta amarilla que nombra un precio bajo, y alguno también una dedicatoria emocionada que ahora ya no vale nada.

Si uno se fija con atención, puede ver también bibliotecas recién desmanteladas. Se nota por la novedad de las ediciones y por los rasgos comunes que presentan los libros con sus vecinos: un autor repetido, un género seriado. Indicios de alguien que acaba de deshacerse de su biblioteca y a quien por piedad suponemos difunto. Aquí también existen historias, otros relatos, que nadie contará, porque nada sabemos de los dueños antiguos que ahora revivimos entre nuestras manos.

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