¿Tres de tres?
"La vocación de Europa y de las instituciones europeas es también, y sobre todo,
defender a Europa, defender los intereses económicos, financieros y sociales de Europa"
Jacques Chirac
(citado en Financial Times,
5 de octubre de 2005)
Se puede decir más alto, pero no más claro. Con esa frase, el presidente francés Chirac resume la actitud de la Unión Europea durante cuatro años de negociaciones en la Organización Mundial del Comercio (OMC): primero yo, después yo y después ya veremos. Pese a su retórica desarrollista, la UE ha hecho poco por distinguirse de otros países ricos en la defensa de un comercio más justo. Dicho de otro modo, las posiciones defendidas por la Comisión Europea reflejan más el cúmulo de intereses particulares y privilegios adquiridos en los Estados miembros, que un compromiso serio con una regulación comercial multilateral creíble y justa.
Todo esto ocurre, precisamente, el año 2005, en el que hemos conocido una movilización sin precedentes de la sociedad civil mundial para cambiar el orden de prioridades de la agenda internacional. Cientos de millones de personas han expresado de forma inequívoca y reiterada el deseo de que sus Gobiernos hagan más por enfrentar los retos globales del siglo XXI, empezando por la pobreza extrema y el cambio climático. En comercio, la respuesta de los líderes mundiales no podía haber sido más decepcionante: desde los titubeos de los gobernantes europeos a la abierta beligerancia de la Administración estadounidense, las oportunidades creadas por la cumbre del G-8 en junio y la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre se han ido por el sumidero de los privilegios comerciales. Esta indolencia ensombrece lo que sí se ha logrado, como el acuerdo para cancelar parte de la deuda de los países pobres o el compromiso europeo de incrementar la ayuda.
Ahora los más de 3.000 millones de personas que viven en la pobreza tienen sus esperanzas puestas en la tercera gran cita de este año: la próxima Conferencia Ministerial de la OMC en Hong Kong, entre el 13 y el 18 de diciembre.La escasa credibilidad de los países ricos depende del éxito de una Ronda del Desarrollo con la que se comprometieron hace cuatro años, y que hasta ahora se ha estancado en un cruce infantil de acusaciones y reproches entre los EE UU y la UE. Si esta situación no cambia en las próximas semanas, habremos desperdiciado la tercera ocasión histórica en un año de reducir el sufrimiento en el que vive la mitad del planeta.
En este asunto resulta difícil decir dónde se sitúa el Gobierno español. Con excepción de algunas referencias indirectas a las negociaciones, provocadas por el conflicto con China en el sector textil y la reforma del régimen europeo del azúcar, desconocemos los objetivos y los planes del Gobierno con respecto a la Ronda de Doha. También los desconocen los grupos del Congreso, donde lamentablemente este debate sigue brillando por su ausencia. Este silencio contrasta con el prometedor discurso del presidente Rodríguez Zapatero en materia de desarrollo y lucha contra la pobreza. De hecho, el comercio es el gran ausente de las medidas del Gobierno para mejorar la política española de desarrollo, que ya ha conocido progresos muy notables en los ámbitos de ayuda oficial, condonación de deuda externa y comercio de armas.
Pero el presidente sabe que no hay desarrollo pleno sin un comercio con justicia. Merece la pena recordar que por cada euro que reciben en concepto de ayuda, los países pobres pierden dos debido a las injustas reglas comerciales. Eso explica en parte que 18 de los países más pobres del mundo (la mayoría en África) estén hoy peor de lo que estaban hace 15 años. Son 460 millones de personas cuya vida diaria se ve afectada por las reglas comerciales, de las que dependen los alimentos que producen, los medicamentos que les curan o el empleo que sostiene a sus familias.
Para Europa, la decisión es simple. Podemos sentarnos sobre nuestros propios intereses y contemplar cómo la miseria salta la valla de nuestras fronteras, o ponernos a trabajar para crear en los países en desarrollo las oportunidades de vivir con dignidad. Las negociaciones de la OMC pueden acabar con 50 años de exportaciones agrícolas subsidiadas, que hunden a 900 millones de campesinos en la miseria y la incertidumbre. También pueden ayudar a generar empleo en sectores esenciales para la reducción de la pobreza, como el textil, del que dependen millones de mujeres trabajadoras en países como Honduras, Marruecos o Bangladesh. Son pasos concretos que contribuirían a mejorar la prosperidad y la seguridad globales.
El sistema internacional de comercio no ha caído del cielo. Es un sistema de intercambio gestionado por normas e instituciones que reflejan opciones políticas. Esas opciones pueden dar prioridad a los intereses de los pobres y vulnerables, o pueden dársela a los intereses de los ricos y poderosos. Debido a que la forma en que se gestiona, el comercio intensifica la pobreza y la desigualdad en el mundo.
Pero esto lo puede cambiar la voluntad de sociedades y Gobiernos, como ocurrió en el caso de las patentes farmacéuticas durante la Conferencia de la OMC en Doha (2001). El esfuerzo de decenas de organizaciones de la sociedad civil en todo el mundo por movilizar a la opinión pública, unido a la voluntad de un grupo de Gobiernos de países desarrollados y en desarrollo, logró cambios concretos en las reglas comerciales que han abierto una esperanza para millones de enfermos en todo el planeta. Lamentablemente, ésta ha sido la única buena noticia de la Ronda de Doha hasta este momento. Ojalá no tengamos que decir lo mismo tras la Conferencia de Hong Kong.
Gonzalo Fanjul es coordinador de investigaciones de Intermón Oxfam.
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