"Nada podría beneficiar más a España que alcanzar un acuerdo"
En un mes, en Hong Kong, se celebrará la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que intentará avanzar en la liberalización del comercio internacional, especialmente en la apertura agrícola. El proceso -conocido como Ronda de Doha porque se puso en marcha en la capital qatarí en 2001 poco después de los atentados del 11-S y como símbolo de unidad internacional- sufrió un duro golpe tras la cumbre de Cancún de 2003 y todo apunta que se volverá a repetir la historia.
Pascal Lamy (Levallois-Perret, Seine, Francia, 1947), que fue cinco años comisario europeo de Comercio, llegó a la Dirección General de la OMC en septiembre y dice que aún conserva la esperanza de que en Hong Kong el proceso avance, tal vez no tanto como sería deseable, pero al menos un poco. Ello, a pesar de que su sucesor en Bruselas, el británico Peter Mandelson, dijo ayer que la cumbre está ya condenada al fracaso.
"Si la ronda no prospera, el mundo se perderá una gran oportunidad para aumentar el crecimiento, el bienestar y reducir la pobreza"
"Los países en desarrollo son naturalmente muy desconfiados, se sienten incómodos"
El tema clave es el sector agrícola, donde se debería avanzar en el desmantelamiento de las subvenciones y en el acceso a ese mercado para los países menos desarrollados. A cambio, los países ricos piden una reducción de los aranceles y una mayor apertura para sus productos industriales y los servicios. El resultado de Hong Kong está en manos de cuatro gigantes: La UE, EE UU, India y Brasil.
Pregunta. ¿Tras las reuniones de esta semana, es más pesimista o optimista con vistas a la cumbre?
Respuesta. Yo no soy ni optimista ni pesimista. Hay 148 jugadores con grandes ambiciones de obtener para sí los mayores beneficios de una negociación comercial. Añadido a ese nivel de ambición, y aunque todos los temas sobre los que se negocia terminarán afectando a la vida de todo el mundo, hay algunos que lucen más desde el punto de vista político doméstico; lo que aumenta la presión de las negociaciones. Por ejemplo, si un país es un gran exportador de un bien determinado y consigue importantes reducciones a las tarifas de entrada de esos productos a otro mercado, querrá hacerlo público ampliamente. Mientras que el que hizo la concesión querrá minimizarlo y buscar algo para mostrar a sus ciudadanos. Aunque estamos ante negociaciones comerciales, no hay que olvidar que tienen un gran contenido político. Todos los negociadores tienen motivos para querer que la ronda de liberalización del comercio mundial sea un éxito, todos tienen posiciones ofensivas y defensivas y de lo que se trata es de encontrar el equilibrio. Así de simple y así de complicado. De lo que nos hemos percatado tras estas últimas reuniones es que queremos mucho, pero no estamos dispuestos a dar tanto, por lo que se plantea reducir ese nivel de ambición para lograr el consenso.
P. ¿Cómo está la negociación?
R. Hay tres etapas en las negociaciones. La primera es la exploración del terreno. La segunda es la toma de posiciones y la definición táctica, donde se piensa en engañar al otro, sacarle lo más posible dándole lo menos. A la tercera etapa se llega cuando, sabiendo lo que hay sobre la mesa, se corre el riesgo de perderlo todo. Aquí llegan las últimas concesiones. La negociación de la ronda de Doha aún está en la segunda etapa.
P. ¿Está todo en manos de la UE, EE UU, Brasil e India?
R. Se piensa en ellos porque si se ven las propuestas de estos cuatro miembros, se tiene una idea muy aproximada y simplificada de las posiciones dominantes, tanto las ofensivas como las defensivas. No se trata de que sólo estos países decidan, sino de si ellos logran consensuar un compromiso. Ello, sin duda, sería aceptable para los demás y allanaría el camino.
P. Si fracasa la ronda, ¿cuál cree que será el impacto para la economía mundial?
R. Si la ronda no prospera, el mundo se perderá una gran oportunidad para aumentar el crecimiento, el bienestar y reducir la pobreza. A pesar de todos los problemas de ajuste que puede acarrear la apertura comercial, a pesar de las injusticias en la distribución de la riqueza, la liberalización comercial es beneficiosa para todos por encima de esas cosas. Está en la mano de los miembros de la OMC, está en la mesa de negociaciones avanzar en este sentido. Fíjese en España, que negocia dentro de la UE y comparte una posición ofensiva. En el momento en que está la economía, nada podría beneficiar más a España que alcanzar un acuerdo, que los mercados industriales y de servicios se abrieran para sus empresas.
P. ¿Y que pasaría con el sistema multilateral de comercio y la propia existencia de la OMC?
R. Siempre hubo acuerdos bilaterales y multilaterales. Además, no se crea que es más simple negociar un acuerdo entre la UE y Mercosur, por ejemplo, que uno en el marco de la OMC. Muchas veces, los acuerdos bilaterales son la foto de los dos presidentes que se dan la mano, pero antes de ello se recorrió un largo camino y después de ello tienen que venir aquí, a la OMC, a dirimir las cuestiones comerciales.
P. Pese a las grandes diferencias, ¿se puede negociar al menos un pacto de mínimos?
R. No es de mínimos, los objetivos finales son los mismos. Simplemente podemos dar un salto en el proceso de avance de la liberalización del comercio mundial o podemos ir poco a poco. Tal y como están las cosas ahora, la situación aconseja ir paso a paso.
P. ¿Es posible que, de la próxima cumbre, los países pobres se vean beneficiados de forma concreta, es decir, con un acuerdo general de eliminar todas las barreras comerciales para sus productos?
R. En términos generales, los miembros de la OMC están de acuerdo en que los países más pobres no deben pagar por el avance de la liberalización del comercio y sí recibir todos los beneficios. No obstante, el problema está en los detalles. Algunos países en vías de desarrollo, que no son extremadamente pobres, están preocupados porque este principio puede perjudicarlos o bien porque tal vez nunca lleguen a beneficiarse de este acuerdo general.
P. ¿O sea que, incluso en esta cuestión, donde se supone que hay acuerdo, puede no llegar a salir nada concreto?
R. Es un tema delicado, complejo. No es una simple cuestión de negociación entre el norte y el sur, también hay enfrentamientos entre los países en desarrollo del sur y sus vecinos menos desarrollados. Es muy simple reducir esto a una guerra de pobres y ricos, pero esto no es así de simple. Aquí hay países ricos, algunos grandes en vías de desarrollo, otros que están bajo ese nivel, pero no están considerados pobres, y los pobres. Todos tienen intereses y votantes.
P. ¿Cree que no hay suficiente confianza entre los negociadores?
R. En este momento existe la convicción de que es necesario elevar el nivel de compromiso para garantizar el éxito de la ronda. Las negociaciones comerciales se caracterizan por un bajo nivel de confianza. El principio aquí es que todos mienten menos usted y yo y en la mayoría de las ocasiones creo que usted me miente. Todos saben esto. Por ello, la cuestión está en el siguiente paso, en saber cuándo ya es suficiente y poner sobre la mesa una oferta real en beneficio del libre comercio. Los países en desarrollo son naturalmente muy desconfiados, se sienten incómodos, y tienen razones para ello. Los ajustes que la apertura comercial requiere acarrean problemas, como los que ya han vivido EE UU y la UE. Problemas en términos políticos, presupuestarios, etcétera. Este temor debe ser tomado en cuenta por los países desarrollados a la hora de negociar. Con todo, déjeme decirle que desde Doha el tema del desarrollo en la agenda internacional ha ganado mucho terreno.
P. Una de las principales críticas de los países desarrollados hacia la UE es que basa su negociación agrícola en cifras anteriores a la reforma de la Política Agraria Común (PAC) de 2003, en cifras no actualizadas. Contra EE UU, los países en vías desarrollo sostienen que, por lo que ofrece, pide demasiado a cambio. ¿Cree que las ofertas cumplen con el principio de reciprocidad de la OMC?
R. Yo no puedo formar parte de ningún bando. Lo cierto es que la negociación es sobre los compromisos adquiridos en 1994, cuando finalizó la ronda de Uruguay. Si Brasil o la UE, por ejemplo, han rebajado sus tarifas en algún momento desde entonces para respaldar alguna política doméstica, ahora tienen más margen de maniobra, puesto que se les pide algo que ya han hecho. [Lo que el director general explica es que si un país, por ejemplo, tenía para un producto determinado una tarifa de 100 al finalizar la anterior ronda de Uruguay y luego la rebajó a 70 por decisión propia, su negociación en esta nueva ronda parte de 100, por lo que puede ofrecer establecer un nuevo techo máximo teniendo en cuenta la tarifa real que cobra, o bien reducirla aún más]. Es verdad, sin embargo, que son las tarifas reales las que se aplican de verdad, las que hacen posible que haya más comercio. Está en manos de los miembros decidir si negocian sobre lo que dejaron sin acabar en 1994 o sobre lo que tienen ahora, tras más de un decenio de cambios. Yo creo que todo debe medirse en función de si es bueno o no para aumentar el comercio y actuar en consecuencia.
P. ¿Es posible un sistema de comercio en el que los grandes países en vías de desarrollo como China no se lo lleven todo y los menos desarrollados se beneficien de la liberalización?
R. Para empezar, la solución a este problema no es cerrarse al libre comercio. Éste ha jugado un papel importante en el desarrollo de los países menos avanzados y aunque aún subsisten problemas en la distribución de la riqueza, éste no es un motivo para dejar de avanzar en la liberalización. Si aumentamos el tamaño del pastel, sin duda más personas se beneficiarán de éste y sin duda terminarán por ayudar en la búsqueda del equilibrio de la riqueza.
P. No hablo de una posición tan radical, sino de continuar con la liberalización pero buscando el equilibrio desde la raíz del sistema ese equilibrio...
R. Claro, claro. Por eso desarrollamos tratamientos especiales para los países más pobres. El sistema del comercio mundial prevé tratamientos diferenciales, el problema aún está en los parámetros de su aplicación. Hay en este momento 32 países considerados como los menos desarrollados para quienes se prevé un tratamiento diferenciado, pero hay muchos otros que dicen, oiga que nosotros somos tan pobres como ellos, por qué no nos dan ese tratamiento. Dónde acaba la lista, quién se autoexcluye voluntariamente. Estamos estudiando y revisando permanentemente herramientas que ayuden a unos y a otros en la medida en que lo necesitan, pero esto es un trabajo muy fino.
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