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Las elecciones en Virginia y Nueva Jersey ponen a prueba la popularidad de Bush

El gobernador de California, Schwarzenegger, se juega el futuro en cuatro referendos

La posible repercusión en las urnas del deterioro político de George W. Bush se puso ayer a prueba en dos Estados que celebraban elecciones a gobernador, Virginia y Nueva Jersey. La dimensión nacional de las convocatorias locales se justifica porque se trata de averiguar si la Casa Blanca es, hoy por hoy, una carga para los candidatos republicanos. En California, otro escenario de interés general, el gobernador, Arnold Schwarzenegger, se enfrentaba a unos sondeos que pronosticaban malos resultados para sus propuestas, sometidas a cuatro referendos.

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Además de los gobernadores de Virginia y Nueva Jersey y de la importante alcaldía de Nueva York, ciudades como Detroit, Houston, Boston, San Diego y Atlanta elegían alcaldes, y en siete Estados se celebraban diversos referendos. Aunque es siempre peligroso extrapolar consecuencias políticas globales a partir de convocatorias locales o parciales, la de ayer era la primera jornada-termómetro para tratar de detectar los humores de los votantes después del duro otoño sufrido por la Casa Blanca y por el Partido Republicano, y un avance de la dramática pelea que habrá en las legislativas dentro de un año.

El combate que se siguió más de cerca en Washington fue el del vecino Estado de Virginia, donde los dos candidatos llegaron empatados a los sondeos tras una feroz campaña. No está claro que después de dos meses más que complicados -huracán Katrina, caso Plame y otros escándalos- el presidente ayude a los suyos, e incluso en la conservadora Virginia su popularidad está en un mísero 40%, pero los republicanos consideraron que en la situación de empate podía arañar algunos votos: por eso, Bush, recién llegado de Panamá, acudió el lunes a un acto de apoyo a Jerry Kilgore. El demócrata Tim Kaine tiene el respaldo del gobernador saliente, Mark Warner.

En Nueva Jersey, el demócrata Jon Corzine lo tenía algo más fácil, pero él mismo reconoció ayer su nerviosismo, porque la ventaja que tenía sobre su rival, Doug Forrester, se ha estrechado tras una campaña en la que ha habido enorme despilfarro de dinero y de golpes bajos. En los dos Estados se han roto récords de gastos. El riesgo de Bush en las dos convocatorias es elevado; en caso de victoria de Kilgore en Virginia podrá reclamar parte del triunfo, pero si los republicanos pierden en los dos sitios, habrá una avalancha de análisis que considerarán que el declive republicano ha comenzado.

No sólo es Bush el que está en la cuerda floja: el gobernador Schwarzenegger no se presentaba a las elecciones, pero su nombre era lo único que faltaba en las papeletas de los referendos de ayer en California, porque el antiguo actor, que ganó brillantemente las elecciones en 2003, se jugaba mucho y las probabilidades de estrellarse eran elevadas.

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Schwarzenegger probó con éxito el camino del referéndum hace año y medio, cuando los electores respaldaron dos propuestas para enfrentarse al déficit presupuestario; y hace un año, cuando sacó adelante, contra el aparato de su propio partido, una generosa dotación para investigar con células madre.

Nuevas propuestas

Envalentonado, Schwarzenegger quiso llevar a referéndum tres propuestas de su programa y adoptar una más, de forma que ayer los electores tenían que aprobar o rechazar, entre otras cosas, el aumento del periodo de prueba para los profesores antes de tener contrato fijo; la exigencia de que los sindicatos tengan permiso de sus afiliados para usar sus cuotas en campañas políticas; el incremento del poder del gobernador para limitar el gasto público y la eliminación del monopolio de los congresistas de diseñar los distritos electorales.

Las medidas eran populares hace unos meses, pero la pelea frontal de Schwarzenegger con los sindicatos se ha revelado mortal para el gobernador: la agresividad y los medios económicos de la campaña en su contra y las simpatías hacia maestros, bomberos y enfermeras han destrozado su imagen. El giro de humildad de última hora -"tengo mucho que aprender"- y su ofensiva a la desesperada no parecían suficientes para salvar las iniciativas, aunque la baja participación prevista podía dar lugar a sorpresas.

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