El caballero Altimira
Una noche, en torno a 1945 y según lo convenido, el joven Cervelló se reunió en lo alto de la calle de Mandri con el vigilante del barrio. En realidad, la calle aún no existía más que como una sucesión de huertos, cerrados por un muro a la altura del paseo de la Bonanova. El vigilante, que tenía una gran habilidad en el manejo del chuzo, le había hablado al joven, días atrás, de las grutas del convento, y de que una noche, si se atrevía, le llevaría a verlas. El convento pertenecía a la orden de la Inmaculada Concepción; la finca donde se alzaba, rodeada de jardines, hacía esquina con el paseo y se extendía algunos centenares de metros, Mandri abajo, hasta las proximidades de una fábrica de porcelana. Las monjas la habían adquirido en subasta el año 1899, gracias a la ruina y muerte del caballero José Altimira que había disfrutado de ella 14 años.
En la casa de Altimira había cascadas, grutas con estalactitas artificiales y un estanque con sardinas y agua de mar
"La ruina y muerte del caballero" ha desencadenado irresolubles problemas. Tengo al joven Cervelló y al vigilante del chuzo virtuoso, con las linternas ya dispuestas para introducirse en las cuevas, una noche cerrada de la alta posguerra, cuando Mandri era todavía una riera desecada. No se trata de cualquier cosa. Pero el caballero Altimira se presenta. Aún más: tengo la voz de Agustín Duran i Sanpere, el antiguo director del Instituto Municipal de Historia de la Ciudad, presentándole. Es un programa de Radio Barcelona, del 19 de septiembre de 1953. Duran i Sanpere está contando la historia de la palmera de la Casa de l'Ardiaca, la hermosa "washingtonia vella" de la que hablara el poeta. Fue el caballero Altimira, dueño del palacio hacia 1870, el que la mandó plantar. Duran i Sanpere no habla de oídas. Llegó a conocer al jardinero que la plantó y explica por él: "Costó bastante trabajo entrarla por la puerta de la casa, bajarla al hoyo que habíamos abierto a un lado del patio. Todo el día estuvimos trabajando. La noche se nos venía encima cuando apareció el señor Altimira, alto, con traje claro y el pelo largo hasta los hombros. 'No os vayáis todavía', nos dijo, 'tengo que daros la gracias'. Y abriendo una puerta de la casa nos dejó parados y absortos ante una larga mesa tan bien aderezada que en ella no faltaba nada ni de comer ni de beber".
Alto y el pelo largo hasta los hombros, pródigo, aquí está. Una visión barcelonesa. Tengo también a Curet, claro. Curet distingue entre la fantasía y la realidad y subraya que muchos de los hechos de Altimira son el resultado del estricto deseo de las personas. Pero el orangután no. El caballero Altimira disponía de un orangután amaestrado al que vestía con librea y que era el encargado de recoger en formal bandeja de plata las tarjetas de los visitantes que solicitaban audiencia al dueño de la casa. No fue todo. "Este animal singular", cuenta Curet, "tuvo un mal fin: con el instinto de imitación que tienen los de su especie, y viendo como su amo se afeitaba, cogió un día la navaja y al quererla utilizar con su mala traza, acabó por degollarse". Un mono con librea se desangra en una de las habitaciones de Altimira, en la Torre de la Punxa d'Or, que era como llamaban a la casa.
Aún no sé de dónde había salido. Compruebo que un José Altimira fundó en 1823 la misión californiana de San Francisco Solano. Y que a los tres años, decepcionado con los neófitos, volvió a su Barcelona. Por esas fechas (no se sabe exactamente) nació el que quizá tuviera con él parentesco, el amo del orangután degollado con más éxito que Chamfort. Se sabe que hizo su gran dinero con la fiebre del oro y el juego de la Bolsa. Que en el Círculo del Liceo lo llamaban el conde de Montecristo, aunque no hay datos de traición y de impostura. Busco donde Narcís Oller. Está el capítulo XIII de su novela mayor, todavía en la parte de La pujada, que describe la fiesta de inauguración de la torre de los Giró, en un punto indeterminado entre Sarrià y Pedralbes. Están estas palabras: "Recorrieron las Llopis toda la finca, elogiando saltos de agua, cuevas y grutas artificiales con estalactitas de argamasa y piedra tosca; gallineros chinescos de madera serrada: Mercurios, Minervas, Venus de figura achaparrada y mármol veteado; parterres de begonias y gran surtido de gardenias, camelias y cactus dentro del invernadero; las cocheras y los establos, ciertamente lujosos; el picadero, para los jóvenes, bien dispuesto y espacioso". Después, dialogando, la niña de los Giró dice que habían pensado llamar Villa Oro a la casa.
Aunque es cierto que puede tratarse del genérico esprit de la época, hay algunas llamativas coincidencias. En la casa de Altimira hubo cascadas, grutas con estalactitas artificiales (está a punto de verlas el joven Cervelló), el dios Mercurio y panes de Oro. Se sabe que el Mercurio se alzaba en medio de un estanque con peces. No eran peces de colores. O sólo del hermoso color de la plata. El caballero llenaba sus peceras con sardinas y agua de mar.
Me gusta este hombre. Su palmera washingtonia y su burla orangutana. Tuvo además, por lo que parece, la muerte de un caballero. Agotado el tema de la vida, after such pleasures, es decir, solo, mercurial y arruinado, llamó a las monjas para los cuidados postreros y entre ellas, caballero cristiano, expiró. El último y más refinado placer es el del arrepentimiento.
El chuzo del vigilante golpea las primeras piedras de la gruta. El ruido es sordo, apagado, sin eco.
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