Los altos beneficios del petróleo afianzan al régimen de Teherán
Más de 10 millones de iraníes viven por debajo del umbral de pobreza
Los beneficios del encarecimiento del petróleo son evidentes en Teherán. Una furia constructora está llenando de rascacielos la ciudad, proliferan las tiendas de productos importados y los anuncios de marcas de lujo salpican el paisaje urbano. "Son 200 millones de dólares cada día, haga sol o nieve", cuantifica el representante de una empresa petrolera. El problema es que no todo el mundo se está beneficiando de esa repentina bendición.
"Ahmadineyad tiene las mejores condiciones para gobernar", señala por su parte Hashem Aghayarí, profesor de Historia y uno de los más destacados disidentes, en referencia a los cuatro millones de barriles diarios que Irán pone en el mercado. "Con los elevados ingresos del petróleo, la ausencia de oposición interna y todas las instituciones de poder en manos de la misma tendencia política, no tiene excusa para no producir resultados", afirma. Sin embargo, este veterano de la guerra de Irak que boicoteó las elecciones considera que "el problema nuclear y la falta de experiencia de su equipo van a hacerle fracasar".
Ese mismo temor se vive en el mundo empresarial. La Bolsa de Teherán ha perdido un 21% de su capital desde las elecciones y los pequeños accionistas están buscando refugio en el oro y las divisas extranjeras. Un editorial del diario Iran Times reconocía a finales de septiembre que "hay un gran nivel de ansiedad, miedo y preocupación entre los inversores". Aunque sólo un 5% de los iraníes juega en bolsa y el 90% de las empresas no cotizan, los economistas consideran que el mercado de valores ha funcionado en los últimos años como un barómetro bastante preciso de la economía iraní.
Críticas en el Bazar
"¡Bebachid! ¡Bebachid!" (¡Disculpe! ¡Disculpe!) Los porteadores con sus carritos llenos de mercancías se abren paso a duras penas por las atestadas callejuelas del Bazar de Teherán. El constante trasiego transmite una sensación de actividad que los poderosos comerciantes desmienten. "El negocio está parado desde hace unos meses, incluso desde antes del cambio de Gobierno; hay una sensación de incertidumbre en el ambiente", confía A. M., un vendedor de alfombras. "Con la inflación que tenemos, la gente ha perdido poder adquisitivo", lamenta por su parte Hussein Gholami, un joyero que duda de la capacidad de Ahmadineyad para mejorar la situación económica.
"El presidente es un hombre de bien", concurre un vendedor de telas de un local vecino, "el problema es el sistema que tenemos que hace difícil que pueda cumplir sus promesas". La desigualdad es sangrante: apenas un 10% de la población se lleva el 76% de la renta nacional. Según los conservadores datos oficiales, Irán tiene 4 millones de parados, 10 millones de personas por debajo de la línea de pobreza y una inflación del 12%. Ahmadineyad supo capitalizar durante su campaña electoral ese malestar. Ahora tiene que ofrecer soluciones.
Aunque hayan sido gestos bien recibidos, no basta con prohibir que se coloque su retrato en las oficinas públicas, crear un fondo para ayudar a los recién casados o, como acaba de aprobar el Gobierno esta semana, ofrecer acciones en empresas públicas a las familias de escasos recursos, en una privatización sin precedentes. Tanto la oposición reformista desde dentro del sistema como los disidentes que lo cuestionan, dudan de su capacidad para adoptar las decisiones que el país necesita.
Para el vendedor de alfombras, sin embargo, la crisis nuclear y la económica guardan relación. "Nosotros vendemos sobre todo a extranjeros y se han reducido las visitas de delegaciones oficiales y empresas; si no tengo compradores, yo tampoco compro nueva mercancía", se lamenta en torno a una taza de té.
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