Cíteme, presidente
A PARTIR DE ESTE domingo voy a ir dando una serie de pautas muy claras, muy firmes, que compondrán finalmente mi aparato ideológico. Luego pienso recopilarlas en un volumen (con tapa dura repujada en pan de oro) y mandárselas al presidente del Estado español, porque, seamos sinceros aunque nos duela, no es justo que sólo cite a Suso de Toro. Y mira que a mí no me gusta ser la primera que dice las verdades, porque tengo experiencias muy malas en ese sentido; pero, lo que yo digo, hay más escritores, presidente, amplíe el espectro, que las demás criaturas también queremos ser citadas. Y conste que no lo digo sólo por mí, porque si yo fuera presidenta, no me citaría a mí ni de coña; lo digo porque hay como un descontento entre mis compañeros que dicen: "Ya le vale al presidente con Suso de Toro, y a los demás que nos parta un rayo".
Tal vez movida por ese gremialismo inherente en mi carácter y por ese síndrome al que podríamos denominar Envidia (justificada) de Suso de Toro, en vez de quedarme de brazos cruzados, como suelen hacer mis compañeros, siempre rumiando su rencor por detrás, he pasado a la acción y estoy creando una serie de mandamientos, lo que yo llamaría Mis creencias, que me gustaría que luego fueran prologadas por alguien mediático, tipo Rouco Varela o Zerolo o así; o sea, quiero que sea un bombazo en ventas, quiero romper el mercado. Además, lo bueno que tienen mis creencias es que no son rígidas; las mías son el colmo de la flexibilidad: yo un día pienso una cosa como que al día siguiente te pienso la contraria. Esto lo aviso porque sé que tengo lectores que rozan la idolatría hacia mi persona, vaya que piensen que todo lo que yo diga hay que seguirlo al pie de la letra. Para nada. Yo sólo escribo esto a fin de que me cite Zapatero.
Expondría el primer punto de mis creencias con este sencillo epígrafe:
Punto 1: Educación. Ventajas de la represión. Yo (concretamente) a la represión le veo muchas ventajas. Mis hijos lo saben y de verdad que están encantados. Son mucho más felices que sus compañeros de la facultad que se han criado en esas familias en las que los niños daban por saco con la tele aunque estuviera delante una visita, y en esas familias que dejaban a los niños opinar. Pero cuándo se ha visto esa tontería, pero si los niños no tienen ni puñetera idea de nada, qué opinión van a tener los angelicos. Lo confieso, yo he sido la típica madre de cachete. Eso sí, yo estoy en contra del cachete en el colegio, en eso soy muy posesiva: si el hijo es mío, el cachete se lo doy yo.
Me hubiera gustado escribir un artículo para defenderme de la acusación de maltratadora que hicieron los detractores del cachete, pero afortunadamente se me adelantó Mendoza, y fue una suerte, porque el pollo se lo montaron a él y no a mí, y eso siempre es una alegría para un columnista, que las cartas al director se las lleve otro. Con esto quiero decir que yo también me reprimo a la hora de escribir. Creo que nada proporciona más alegrías a un columnista que un artículo que no ha escrito. Me pasó una vez, que no me reprimí y escribí un artículo defendiendo a Hernán Migoya, el de Todas putas, que se vio en medio de un follón político que ni le iba ni le venía. El mismo lío le podían haber montado a Santiago Segura con Torrente, pero en el fondo, ay, en esta vida, como decía Calimero, siempre la toman con los más pequeños. Desde que vivo reprimida me va mucho mejor, no me busco ningún lío. Mejor que se los busquen otros, como mi amigota Empar Moliner, que es como más valiente que yo de aquí a Lima, que tiene una cruzada divertidísima contra las feministas catalanas que le dieron hace poco una amonestación por mal comportamiento. Nos acordamos de ella Quim Monzó y yo, paseando por la Tercera Avenida.
Por cierto, también hablamos de represión, de cuando a Monzó se le prohibió salir en aquel espacio de Wyoming, El peor programa de la semana, porque decían que hacía bromas sobre la infanta Elena. Reprimieron el chiste a Monzó, ese pedazo de hombre que no le falta el respeto a nadie (porque está reprimido, como yo) y al cabo de los años, la vida de la Casa Real ha acabado en boca de los programas de cotilleo y de los confidenciales de Internet, que no conocen la represión, como nosotros. Si yo fuera infanta, cosa que ya veo imposible, preferiría que el chiste sobre mí lo hiciera Monzó. Un poquito de represión, pongan un poquito de represión en su vida, por favor. Un poquito de represión no viene mal a nadie; a los que tachan de filofachas a los que le ponemos alguna peguilla al Estatuto, un poquito de represión a esos curas que se están echando a la calle ocupando el sitio que dejaron vacante los sindicalistas, un poquito de represión a esos comunicadores de los curas, un poquito de represión a Aznar, y lo digo porque soy una buenaza, por ayudar al PP. Si es que les gusta tanto Estados Unidos, ¿por qué no aprenden de la elegancia con que los ex presidentes hablan de los actuales? Y mira que Clinton tenía derecho a devolverla. Un poquito de represión a los que tienen un micrófono delante de los morros, un poquito de represión a esos niños de las escuelas, por Dios y por la Virgen, que la estamos pidiendo a gritos.
Bueno, pues todo esto es el borrador; luego lo tengo que pulir y quitar esas expresiones tipo "me da por saco" y "le montaron un pollo" y tal. Cuando esté pulido, lo vuelvo a publicar, pero en Opinión, que queda como más serio.
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