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La pérdida de una referencia

Escribo estas líneas consternado aún por la reciente noticia para mí del fallecimiento de un amigo y compañero, David Beltran Català, quien fue fiscal, director general de Instituciones Penitenciarias y muchas otras cosas más, pero siempre comprometido y profundamente empeñado en aportar cuanto pudiera para solucionar muy diversas problemáticas de la época que nos ha tocado vivir. Siempre admiré sus ganas de vivir, como si estuviera acuciado por la efímera limitación temporal de la existencia humana, atenuado sólo por la evitación del exceso y la absoluta entrega a sus obligaciones.

Su lealtad constitucional le llevó a asumir cargos y adoptar decisiones que comprometieron seriamente su integridad física, su vida y la de quienes le rodeaban, teniendo que renunciar a su derecho a la libertad deambulatoria y de residencia, cual pena alegal injustamente exigida por quienes durante tanto tiempo nos han aterrorizado.

Recuerdo con David los años de preparación de oposiciones, los proyectos de futuro, los días sin salir, los códigos manoseados, las subidas a la capital en autobús de línea regular, los nervios durante las esperas en los fríos y tristes pasillos del Supremo, las noches sin dormir en pensiones, la necesidad de meter los temas en tiempo, el artículo atravesado del Código Civil o del Código Penal, o de cualquier Ley de Enjuiciamiento, o todos los artículos de todas las leyes que crees no vas a recordar, la mirada de los miembros del Tribunal de oposiciones, su silencio, la enormidad de la Sala de vistas a la que entramos por vez primera, el futuro expuesto en la suerte de unas bolas con número y un máximo de una hora para largar la sabiduría memorizada. La oposición marca mucho y genera un tipo de complicidad muy especial. Conoces a los compañeros profundamente, sin futuro al principio, con una leve expectativa después y la moral por los suelos casi siempre.

Luego llegó la Escuela Judicial, la libertad, el primer sueldo, las primeras letras del primer coche, las novias, el destino, las decisiones personales, los hijos... la vida misma nos fue llevando hacia situaciones y sitios diferentes, muy diferentes.

Coincidíamos ya en pocas ocasiones y cuando ocurría no hacía falta decirnos demasiado, sabíamos el uno del otro y sobraban explicaciones. Él había sido más valiente, asumió difíciles responsabilidades, se jugaba la vida todos los días. Era mi referencia y dudo que al revés fuera lo mismo.

Soy de quienes opinan que el ser humano aprende diariamente, adquiere experiencias, se adapta, evoluciona y todo ello consecuencia del contacto con quienes convivimos o compartimos algo. Solos somos bastante poco, necesitamos las referencias de aquellos con quienes hemos compartido y aprendido. La pérdida de uno de ellos nos hace sentir ínfimos e incómodos, valorar la relatividad y el momento, agradecer la generosidad de quien ha compartido con nosotros parte de su vida y si además lo dio todo con profesionalidad y convicción, por sus ideas y por su país, como David, genera la necesidad de decir, reconocer y recordar.

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Javier Carceller es fiscal.

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