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Destape nacionalista

Pasado mañana el Congreso de los Diputados acogerá el debate sobre el proyecto de Estatuto. Será un debate condicionado por una presión política y mediática de raíz nacionalista desconocida incluso por los más viejos del lugar. Los más exacerbados han puesto en circulación listas de empresas con consignas de boicoteo contra las mismas simplemente por ser reconocidas como empresas de la nación contra la cual se están agitando. Lo curioso del caso es que estos agitadores nacionalistas que buscan abiertamente el enfrentamiento disponen de todos los recursos mediáticos que pueden necesitar y, lo que es más grave, la connivencia de la mayoría de la fauna opinadora de eso que identificamos como intelectuales mediáticos. Hay demasiado silencio al respecto. Nunca tantas plumas que diariamente llenan columnas y espacios periodísticos y tantas voces tertulianas que saturan las audiencias de las mañanas, tardes y noches habían coincidido en tanto silencio. Un silencio que les delata y que les hace cómplices de esos agitadores del miedo, profesionales de la demagogia, aprendices de brujo con vestidos de salvapatrias.

Es posible, como decía el presidente Pasqual Maragall, que en Cataluña hayamos cometido algún error. Yo no lo creo, pero acepto la posibilidad y acepto que, si ese error se hace evidente, se corrija en los términos justos que exige un ordenamiento constitucional. Pero si nosotros o si, para ser más preciso, nuestra clase política ha cometido algún error, no sé cómo deberíamos definir lo que otros están cometiendo en las últimas semanas. Me gustaría ante tanta histeria nacionalista oír la opinión de esos que se erigen en interpretadores de los límites de la libertad y la democracia. Los mismos que han escrito contra un proceso desarrollado en el estricto ámbito parlamentario catalán por considerarlo un atentado contra la libertad. No sé dónde tenemos hoy a tantos profesionales de manifiestos por la libertad y la convivencia. Quizá están en sus despachos universitarios o quizá, mejor, en sus residencias en el Baix Empordà, o en sus juergas particulares discutiendo de lo humano y lo divino y de lo perversos que son los catalanistas.

La situación es tan límite y la excitación que algunos viven debe de ser tan intensa que algunas máscaras empiezan a caer y a mostrar los rostros reales, las auténticas raíces hasta ahora no expresadas tan abiertamente. Yo creía, por poner un solo ejemplo, que la gente del Foro de Ermua buscaba la libertad y la lucha contra el terrorismo, y que ésa era su razón de ser. Ahora resulta que también se han convertido en los agitadores para la unidad de España y que, en coherencia con su nueva línea de producción, encabezan una movilización en Madrid con ese eslogan. Es cierto que tanta sinceridad no puede hacer daño a nadie, pero espero que también sirva para que cada uno asuma su realidad y deje de disfrazarse con realidades que no corresponden a su auténtica naturaleza. Alguien que se agita por la unidad de su patria es sin lugar a dudas un nacionalista. No ocurre nada. Es evidente que muchas veces descubrir la propia realidad tiene un precio. Pero sin duda nadie es plenamente feliz si no asume lo que es.

Ánimo, pues. Hay un buen número de personas que gracias a tanto destape nacionalista español pueden recuperar su felicidad. Como la libertad sexual permitió dar felicidad a miles de hombres y mujeres, el destape nacionalista español puede permitir a algunos que se han refugiado en su particular armario ideológico que asuman de una vez lo que realmente son. Es probable que algunos de esos intelectuales de la opinión que tanto han criticado al nacionalismo catalán y que aún no se han atrevido a puntualizar la agitación contra Cataluña que nos invade, no lo hayan hecho porque algo en su interior les dice que no pueden criticar lo que ellos mismos son. Es posible que algunos se sientan incluso satisfechos por considerarse padres intelectuales de todo este desaguisado nacionalista. Ánimo, tenéis la felicidad a un paso.

Si en Cataluña algún desaprensivo hubiera puesto en circulación alguna lista de boicoteo a productos españoles, las páginas y los espacios de tertulia de la mayoría de los medios de comunicación estarían inundados de opiniones de esos profesionales de la agitación en formato manifiesto. Ellos sabrán por qué no lo han hecho cuando esas campañas de odio responden a los intereses nacionalistas españoles. Algunos llegarán a escribir que la reacción de esos sectores españolistas es sólo responsabilidad de los políticos catalanes por su actuación provocadora con la propuesta de reforma del Estatuto. Tienen tanta razón como los que aseguran que la actuación de los nazis era atribuible a la provocación de los judíos.

El cardenal Rouco Varela nos invita a una gran oración para los momentos cruciales que España vive. Oremos, pues. O mejor, que oren ellos. Sólo faltaba meter a Dios en este triste espectáculo que la democracia española está ofreciendo. Desde Cataluña haremos bien en mantener a Dios al margen de este debate, aunque sólo sea para hacer cierta la expresión de "al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Ni la sociedad civil ni los políticos catalanes podemos dejarnos llevar por la provocación, por el órdago contra Cataluña y el procedimiento democrático en que se ha convertido el debate sobre la reforma estatutaria que pasado mañana se verá en Madrid. Ésta es la mejor manera de demostrar la calidad y la convicción democrática de la propuesta catalana.

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Jordi Sánchez es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.

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