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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Inquietudes sociales

Por teléfono, el publicitario Rivas Mariscal me dijo que a las siete de la tarde estaría en el cubículo del relojero Bordás. Cuando llegué él ya esperaba, apaciblemente sentado en un silloncito. La relojería no es un lugar cualquiera. Un lugar que lleve el rótulo Aquí es no puede serlo, de ningún modo. Colgar Aquí es en la fachada supone un grado tal de seguridad en sí mismo que no es extraño que los vecinos acudan en tropel a este lugar magnético. El que acude ahora, en estos días turbios e inquietantes, comprueba de inmediato que la relojería se ha convertido en el principal centro de resistencia contra el crimen.

Bordás es un hombre binario. Alterna largos periodos de concentración inmóvil y silenciosa sobre las máquinas del tiempo, con explosivas algaradas de predicador iracundo y fatal. Yo he visto cómo este hombre, inclinado y silencioso en su letargo sobre cubos, bridas o el tren de ruedas, se levantaba de repente y con voz atronadora y gesto inmisericorde increpaba a una mujer poco cuidadosa.

Arrellanado en un sillón de la relojería, Rivas Mariscal va recibiendo las felicitaciones y el ánimo de los vecinos que pasan por la calle de Mandri

- Es que, señora, ¡cómo puede usted ducharse con esta joya! ¡Sí, un salpicón, nada, nada! ¡Todas dicen lo mismo! ¿Es que acaso usted, ¡señora...!, se ducha en bragas?

Y cuando la mujer, más de una, sin duda, presa de ese vicio, oía la palabra bragas y chispeaba unas lágrimas cual pecadora, sólo entonces, el relojero se aplacaba.

- No me pague nada. Pero no vuelva a ducharse vestida.

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El relojero Bordás es el principal recolector de firmas contra los crímenes. Tiene ya varios centenares. Ha dispuesto también un panel donde piensa ir anotando los incidentes más relevantes de los días. Hace poco vino a verle un policía de paisano.

- ¿Cómo va eso de las firmas?

- Bien, va muy bien.

En el panel está clavada una carta que la concejal Carreras-Moysi ha dirigido a los vecinos. No hay motivo para la alarma. Los crímenes de la calle de Mandri no existen. Existe la prensa, pero no los crímenes. La concejal Carreras-Moysi dice que los rumores son falsos. Es un grave error semántico. Los rumores son verdaderos. Pero, sobre todo, el error deja entreabierta la puerta de la duda. Decir que son falsos es dar la posibilidad de que lo que se cuenta sea cierto. Los rumores son rumores. Algo meramente protozooario que nunca debe mencionar la autoridad. La concejal aprovecha también para decir que ha mandado hacer unas obras en el barrio.

Rivas Mariscal ha acogido con extremada frialdad la carta. Rivas Mariscal quiere menos cartas y más policía. Arrellanado en el sillón de la relojería va recibiendo las felicitaciones y el ánimo de los vecinos que pasan por la calle y entran a saludarle. Él contenta a todos y da cuenta formal y detallada de la última paliza, agresión, robo y escarnio de la que le ha hablado un vecino del hombre al que su cuñado contó, y que vive en la esquina. ¿Pero quién es este Rivas Mariscal, que hace tres semanas convocó a casi 100 vecinos en el Centro Cultural Pere Pruna de la calle de Maó y que al negarle los responsables municipales permiso de reunión los llevó en breve caminata hasta los jardines de Roig i Raventós, recién asolados, eso dice Rivas Mariscal, por una pelea entre pandas que dejó el parque sembrado de cascos trepanados, pedazos de dientes y coágulos de plasma, eso dice, en efecto, aunque con otras palabras; quién es éste que ha puesto en jaque a los poderes públicos, ha obligado a Carreras-Moysi a la epístola y que esta misma tarde acaba de constituir, con otros empeñados, la asociación por una calle de Mandri libre de crímenes? Un hombre de 61 años, montador durante 30 en Televisión Española y propietario de algunas y sucesivas empresas publicitarias. Pero eso es sólo la rasca de la vida. Lo que explica la preponderancia de Rivas Mariscal son sus aficiones.

Él mismo va contándolas. Se trata de un momento verdaderamente agradable. El relojero está hundido en sus complicaciones. Nadie interrumpe. La temperatura es la de aquella hora tan fina, carneriana, "quan s'encenen les botigues / i el capvespre es torna fresc / i es passegen les senyores /, i les filles i els paquets". Rivas Mariscal. Todo tiene una explicación en esta vida. Él fue, hace unos años, mientras era consejero municipal del distrito, el que logró que instalaran bancos en las aceras de Mandri. Hoy son grandes instrumentos de socialización y uno de los ámbitos donde actualmente se describen con mayor creatividad y viveza los crímenes. Rivas Mariscal. En la finca donde vive, más o menos a mitad de calle, había un portero llamado Apolonio. Era un hombre bueno, noble y servicial. Obviamente aragonés. Eso fue hace años, cuando los porteros cumplían las labores más arriesgadas. Una mañana, y después de haberlo pensado mucho, Rivas Mariscal se lo echó a la cara: "Mire, Apolonio, me va usted a hacer el siguiente favor. Me va usted a preguntar en el barrio por mí". "¿Por usted, señor", le preguntó Apolonio extrañado. "Sí, por mí, y por mi familia. Cómo nos ven, si nos quieren o si por el contrario tienen algo contra nosotros". Cada dos años, aproximadamente, y durante una década Apolonio cumplió con el encargo y realizó la encuesta. Sus conclusiones siempre fueron las mismas y se repetían con el aire alegre y cómplice de un lugar común: "Señor Rivas: lo que dice de usted la gente es que si fuera rico no habría quien pasara hambre en el mundo".

- Es realmente extraordinario. ¿Y por qué hacía usted eso?

Rivas Mariscal compone algo parecido a un mohín de modestia.

- No sé cómo decirle. Es que yo siempre he tenido inquietudes sociales.

El relojero levanta la cabeza, rápido y con chasquido como la tapa de un reloj de leontina.

-Eso es la clave.

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