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Una política de inmigración

Los recientes acontecimientos de Ceuta y Melilla ponen una vez más sobre la mesa la difícil relación entre la inmigración, la responsabilidad de las fronteras de la UE y las propias relaciones de España con el país vecino. El acuerdo de España con Marruecos para desembarazarse (no es otra cosa) de los subsaharianos que crucen los alambrados de Ceuta y Melilla no resolverá el problema de la inmigración. Sólo en lo que llevamos de año, alrededor de 12.000 inmigrantes han intentado el asalto masivo a las vallas fronterizas con Marruecos. Los que fracasan tres o cuatro veces en llegar a la Península acaban afincándose en el desierto y se involucran en las redes mafiosas; organizan expediciones hacia la costa y trabajan de guías para los inmigrantes.

Estamos, en realidad, ante una de las migraciones económicas más importantes de la historia reciente

En realidad, la auténtica frontera de España ya no está en sus plazas africanas, sino en la tierra de nadie del Sáhara donde no reina ninguna autoridad estatal y las fuerzas especiales de EE UU han comenzado a buscar grupos islamistas. Los demógrafos calculan que, durante la próxima década, unos cinco millones de subsaharianos y asiáticos intentarán entrar en Europa desde aquella inhóspita región. Eso, que algunos tertulianos ya han calificado como la "marcha negra", es en realidad una de las migraciones económicas más importantes de la historia reciente.

Vivimos una coyuntura histórica de cuestionamiento de las fronteras, de su trazado y su función. La globalización ha debilitado la identidad de frontera, pero su realidad, frente al asalto de la pobreza y la desesperación, será cada vez más rotunda y hermética. Si la UE cierra la puerta a toda esa gente y se queda atrapada en el Magreb, Estados Unidos temen que se forme algo parecido a Afganistán entre El Aaiún y Chad. Ellos contemplan el conflicto del Polisario y la españolidad de Ceuta y Melilla con un enfoque distinto y más global. Ahora mismo, la situación de la ex colonia española es lo que más preocupa al Gobierno de Rabat. Sólo el 25% de los habitantes de El Aaiún son originarios de la región, pero los hijos de los marroquíes establecidos se están volviendo independentistas. El paso es galopante y las redes de hachís están derivando hacia el transporte de inmigrantes.

En este contexto, y en el mapa geoestratégico de la UE, España cumple un rol fundamental, al estar ubicado en la frontera sur de Europa. Pero este territorio es demasiado extenso para abarcarlo con sistemas electrónicos de detección; no se puede controlar como el Estrecho de Gibraltar o las costas de Canarias. No se trata simplemente de un problema hispano-marroquí. Ceuta y Melilla son también fronteras con Europa en virtud del Acuerdo de Schengen y de las políticas comunitarias. La internacionalización del conflicto debería sacarlo del plano doméstico en el que hasta ahora se viene contemplando, estéril por sus resultados. Y desde hace años así lo viene planteando España a Bruselas. Es por tanto el momento para que la UE cumpla la obligación de implicarse en la ordenación de sus fronteras y de la inmigración.

Sin embargo, la triste realidad nos dice que la Comisión Europea ha sido incapaz de acordar una política común en materia de migraciones y se ha dado el plazo hasta 2010 para hacerlo. Hasta los integrantes del llamado G-5 (entre ellos, España) decidieron hace cinco meses actuar por su cuenta sin esperar a Bruselas. Acordaron un plan policial para el control de las fronteras e iniciar gestiones con los países del Magreb para frenar flujos migratorios a cambio de incrementar ayudas al desarrollo y establecer convenios de repatriación. Nadie ha dado cuenta del mismo en los últimos días, como tampoco sabemos nada de los 4.000 millones de euros que la UE presupuestó para gestionar fronteras o expulsiones de ilegales.

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Como han demostrado en los últimos meses los informes de Naciones Unidas y del Banco Mundial, la pobreza, la desigualdad y la exclusión son fenómenos en expansión, que afectan a países e incluso continentes enteros. En este sentido, la llegada de nuevos inmigrantes es un reto que habrá que afrontar con los instrumentos necesarios, de acuerdo con la realidad existente y no sobre la base de unos discursos que la ignoran. Y en este punto, muchos ciudadanos nos encontramos entre dos frentes. Por un lado, el de una clase política mal formada, demagógica y dubitativa siempre que hay que tomar decisiones; y por otro, el de una sociedad que participa de su apocamiento o desinterés y que se limita a reproducir discursos propios de una realidad adulterada.

No existen soluciones mágicas. Pero resulta chocante que para desastres naturales como el que vivió EE UU con el huracán Katrina o los que padecen en estos momentos, Pakistán y Centroamérica se hayan establecido fuertes dispositivos de seguridad y ayuda humanitaria, y en el caso de Marruecos sean las ONG las que capitalicen prácticamente en solitario la situación, al margen de decisiones políticas de relevancia. Es en estos momentos donde más urge una intervención eficaz sobre el terreno por parte de organismos especializados de Naciones Unidas, como ACNUR o la Organización Internacional de Migraciones, que eviten dejar la vida y suerte de estas personas en manos de policías de países en los que no se respetan los derechos humanos. Ha llegado ya la hora de que sea la tan traída y llevada Europa, la que de una vez por todas articule una verdadera política de inmigración, que incluya una respuesta efectiva a los desajustes que las políticas financieras e inversoras están produciendo en los países de nuestra periferia a través de la globalización que propugnan.

Andoni Orrantia es periodista.

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