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Columna
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Un futuro hipotecado

A propósito de la conferencia que Luis Díaz pronunció en el Club Información, se ha dicho que el actual alcalde de Alicante aspira a un nuevo mandato y que, para ello, expuso en el acto su programa electoral. Es probable que, ante las facilidades dadas por la oposición, Díaz piense en aspirar por una cuarta vez a la alcaldía. Gobernar la ciudad le está resultando muy cómodo al alcalde, y nada parece impedirle, en este momento, una nueva reelección. Si finalmente decide presentarse, la decisión no tendrá, pues, nada de extraordinario ya que Díaz jugaría a caballo ganador.

Ahora bien, calificar de programa electoral el listado de actuaciones que el alcalde desgranó en su discurso, puede resultar algo exagerado. Yo, desde luego, no calificaría de ese modo a unos proyectos que tanto valen para la ciudad de hoy como para la de mañana. Si he de guiarme por lo que se ha escrito en la prensa, su exposición me recuerda aquellas prácticas a las que tan aficionado era Eduardo Zaplana, donde cuatro ideas apuntadas sobre un papel se convertían en un programa de gobierno.

Además, para que pudiéramos tomar en consideración los planes que Díaz Alperi anuncia ahora, debería haber cumplido sus promesas electorales. Y no ha sido así. Si uno compara lo realizado durante su mandato con los sucesivos programas presentados por el Partido Popular, la diferencia es considerable. Incluso hay proyectos que se han desvanecido en estos años sin que hayamos sabido nada de ellos. Es probable que ciertos políticos no concedan un gran valor a las promesas electorales, pero es el único modo que tenemos los ciudadanos de considerar su credibilidad.

Si hubiéramos de juzgar el futuro de Alicante por las propuestas que Díaz Alperi ha anunciado, no podríamos ser muy optimistas sobre el porvenir de la ciudad. Díaz continúa sin tener un proyecto para Alicante. A menos que debamos considerar como tal unas cuantas actuaciones sin coordinar. El problema es que, cuando una ciudad carece de proyecto, se acaba actuando por impulsos. Y esta situación sólo beneficia a los promotores, que pueden camuflar sus intereses como necesidades de la población. En estas circunstancias, todo cuanto debe hacer un promotor es lograr el favor del alcalde. Obtenido éste, puede decirse que el éxito de la empresa, de cualquier empresa, está asegurado, y que el alcalde hará cuanto sea preciso para garantizarlo. Por ejemplo, afirmar públicamente que quien no apoya el plan de Rabassa va contra los intereses de Alicante (¡).

De hacer caso a las declaraciones de Díaz Alperi, se diría que fuera de la construcción y del turismo no existen posibilidades de desarrollo para la ciudad. La idea es falsa y, además, peligrosa. De aceptarla, el día que cambie el ciclo de la construcción Alicante se habrá quedado sin futuro. Ante una situación semejante, otro alcalde, y de una ciudad más importante, Joan Clos, ha declarado: "Si la dejáramos a su inercia, Barcelona evolucionaría hacia una ciudad terciaria y centrada en el turismo, con prevalencia de puestos de trabajo de escasa cualificación. Lo que queremos es que, sin dejar de ser un destino turístico, sea, además, una ciudad de ciencia y conocimiento capaz de crear empleos de alta cualificación".

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