Silencio imposible
El viernes pasado, el Molt Honorable Senyor Pasqual Maragall i Mira organizó un homenaje a los deportados de los campos de concentración nazis. El acto formaba parte del Programa para el Memorial Democrático, un eslabón más en el infinito esfuerzo por corregir las omisiones de la historia. Presidió el acto el consejero Joan Saura, ya que Maragall no pudo asistir (aunque tuvo el detalle de recibir a los homenajeados; después regresó a su tenebroso mundo, ese lugar en el que le toca deshacer los líos que él mismo provoca). En la puerta del Palau de la Generalitat, el protocolo atendía a los invitados, en su mayoría parientes de unos deportados que sobrevivieron a los campos de concentración nazis. Sesenta años más tarde de que fueran liberados, los campos de concentración siguen siendo una instructiva señal de peligro que algunos se empeñan en infringir. El acto fue simple: una introducción de Saura, una conferencia de Jorge Semprún y la entrega de una placa conmemorativa a los supervivientes presentes, cuya impresionante biografía fue condensada en un breve párrafo leído por Montserrat Armengol en ese tono emotivo-trascendente de las voces en off de los documentales de izquierdas.
La Generalitat organizó un homenaje a los deportados del nazismo, un eslabón más en el esfuerzo por corregir las omisiones de la historia
La conferencia de Semprún fue breve, profunda. Semprún conoce la experiencia de la deportación y los peligros de la manipulación política. "Los campos": así los denominan coloquialmente los que pasaron por ellos, aunque llame la atención que una palabra tan bucólica pueda contener tanto dolor. El discurso de Semprún, que no cayó en la demagogia emocional, reivindicó la memoria de la deportación, incluida la de los jóvenes republicanos que sufrieron los métodos nazis. Este legado incluye dos variedades, dijo: la memoria de los que fueron deportados y perseguidos por ser algo (judíos, gitanos, homosexuales) y la de los que fueron perseguidos por pertenecer a la disidencia (comunistas, socialistas, anarquistas, republicanos, humanistas). Entre el ser y el estar cabe todo, y la parcialidad tiende a parcelar un drama transversal en el que intervinieron españoles. Apoderarse del dolor en exclusiva es una de las más perversas tentaciones de la supervivencia organizada. Así lo comprobó Primo Levi cuando, con motivo de los 40 años de la liberación de Auschwitz, se escandalizó con la versión polaca de los hechos, viciada, según él, por elocuentes silencios.
Semprún esbozó las diferencias entre el exilio judío y el de la disidencia, que trajeron consigo dos procesos traumáticos: selección y tortura. La selección comporta ser separado de tus padres, de tus hijos, sólo por el hecho de ser judío o gitano. La tortura de la Gestapo fue tan sistemática que aún hoy constituye uno de los temas de conversación entre exdeportados. Lo más lúcido del discurso fue cuando, mirando hacia sus compañeros, Semprún les recordó que los aniversarios de la liberación de los campos nazis se conmemoran cada 10 años y que éste tenía la particularidad de ser el último con testigos vivos. En el futuro, predijo, serán los novelistas quienes, además de los historiadores, tendrán que preservar detalles tan relevantes y poco museológicos como el olor de los hornos crematorios. La ficción salvará la realidad, una idea que persigue a Semprún desde hace tiempo (a Enric Marco, en cambio, le condenó la ficción de una mentira). Y fue entonces cuando, lejos de conformarse con condenar el exterminio nazi, Semprún habló de la deportación soviética. Fue un apunte indispensable que completó con una contagiosa recomendación: "Lean a Varlam Salamov". Es un escritor ruso que sufrió dos largos periodos de deportación y campos de trabajo. Primero en tiempos de Lenin y más tarde en tiempos de Stalin. Deportado a una zona de Siberia, Salamov sobrevivió escribiendo Los relatos de Kolyma y poemas en los que compara la resistencia del deportado a la del sauce ártico, un árbol que florece con las raíces en el hielo. Ésos son los detalles que hay que preservar: el deportado aragonés que, en Mauthausen, consiguió sobrevivir a un posible último día porque un compañero lo escondió bajo el montón de abrigos andrajosos que llevaban los condenados a construir la escalera de la muerte. El olor de los hornos o ese del que habla Primo Levi: "el olor ácido del carbón ardiendo". Fue el mismo Levi quien sentenció: "Quien niega Auschwitz es precisamente quien estaría dispuesto a volver a hacerlo". En otro texto (El humo de Birkenau), Liana Millu describe el movimiento del humo, cargado de premoniciones. Es un humo parecido al que nubló la vista de Salamov, fallecido en 1982 en un hospital psiquiátrico, ciego y sordo, autor del monumental testimonio recomendado por Semprún y del que, al azar, elijo estas líneas: "La masacre de miles de personas con toda impunidad sólo pudo llevarse a cabo precisamente porque eran inocentes. Eran mártires. No héroes". Al final del acto, Semprún pidió un minuto de silencio en memoria de los mártires y de los héroes. Pero, de repente, por la ventana se coló una inoportuna e irreverente melodía de vida callejera que lo hizo pedazos y que confirma que hay silencios imposibles.
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