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Reportaje:

Una noche en la mar

Un centenar de embarcaciones cierra el puerto de Barcelona

"Es impresionante, a ver si conseguimos algo". Juan Gómez se muestra esperanzado ante su esposa, a quien llama por teléfono nada más despejarse. Son las 8.30 y un centenar de embarcaciones de pesca de toda Cataluña participa en el bloqueo del puerto de Barcelona, que permanece totalmente cerrado desde las 22.00 del lunes.

A Juan, que está a punto de cumplir los 30, le viene en mente la última protesta del gremio. Fue en 2000 y duró dos semanas. "Cada día de paro perdemos unos 60 euros, nuestro sueldo", se lamenta Paco Rodríguez, de 44 años. Ambos forman parte de la tripulación de L'Ostia, un arrastrero de 25 metros de eslora especializado en pescado blanco y gambas.

La embarcación zarpó el lunes, justo cuando el histórico reloj del bullicioso muelle de los pescadores pasaba un minuto de las 22.00. "Hace una noche estupenda, la calma es absoluta", aprecia el patrón, Evaristo Gómez. El sosiego contrasta con la excitación de los pescadores, que paulatinamente y ante el lujoso balanceo de decenas de yates amarrados en el Maremagnum se van concentrando en las dos bocanas del puerto.

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En la cabina, José Antonio Caparrós, no da abasto. "Haced varias líneas, separadas", ordena por teléfono a varias embarcaciones. Además de armador de L'Ostia, Caparrós es el vicepresidente de la Cofradía de Pescadores de Barcelona y uno de los cabecillas del bloqueo.

Ya bajo el castillo de Montjuïc y con la ciudad a popa, el armador justifica la protesta: "Nuestro principal gasto es el gasóleo. Tal y como está hoy, a más de 40 céntimos el litro, ¡mi gasto diario en combustible alcanza los 600 euros, 3.000 al cabo de la semana! Tener un barco no es ningún negocio, es una herramienta más de trabajo".

Los pescadores pretenden que el Gobierno garantice que en el surtidor el gasóleo se va a cobrar a 27 céntimos por litro. Agricultura ofrece una ayuda de 8,4 céntimos por litro, que considera compensaría la subida del precio del gasóleo del último año.

"Pero es que luego está el tema de los precios del pescado, que no hacen más que bajar debido a las importaciones. No se hace una distinción alguna en base a su procedencia, algunos pícaros lo mezclan y la gente no sabe qué compra". "Pasa exactamente igual que con la ropa procedente de China", añade Juan Gómez, "llega pescado de todas partes, de Croacia, Namibia... cuya calidad es dudosa".

El sueldo de los pescadores no es fijo, varía en función de los gastos y del precio del pescado. "Si una buena semana de gambas deja cerca de 12.000 euros,por ejemplo, después de restar los gastos, la mitad se lo queda el armador y la otra mitad se reparte entre la tripulación, en nuestro caso cinco", explica Rodríguez.

En la cocina del barco, Pedro Carmona, el abuelo, un andaluz de 62 años, descongela filetes de merluza para cenar. Son las doce de la noche y no queda un alma bajo el reloj del muelle.

El sol del amanecer desvela, a las 7.00, la plenitud de una decena de mercantes fondeados a la espera de poder entrar en puerto, un par de lanchas de la Guardia Civil serpentean anotando las matrículas de las embarcaciones, y los 300 pasajeros de un transbordador de Trasmediterránea atracado con destino a Palma observan resignados desde la cubierta.

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