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Columna
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Imaginar

Imaginen que eso del Estatuto se arregla. Imaginen que Zapatero se saca de la manga la palabra "nacioncita" o "nacionceta" y que Rovira acepta igual que aceptamos pulpo como animal de compañía aunque luego nos lo comamos cocido con aceite y pimentón. Si eso, o algo similar, aconteciera, cobrarían fuerza quienes sostienen que el señor presidente tiene una "flor en el culo" (recurso metafórico que siempre me pareció algo soez). Es de todos admitido que un tipo que porta una flor en esa parte de su anatomía tiende a recuperarse en las encuestas lo mismo que las rosas recobran de súbito la lozanía cuando mi madre les pone agua y una aspirina en el florero. Imaginen además que después de partir de un tajo certero el nudo gordiano catalán y conjurar a los profetas del Apocalipsis va el tío y apaña un arreglo para que esos tipos siniestros que llevan treinta años matando y acojonando al personal dejen las bombas y las metralletas. Sería la leche, don José Luis ya no tendría una flor sino un ramo entero en el trasero (siempre en el terreno metafórico). De acontecer eso, el señor Zapatero y la formación que lidera se saldrían en los sondeos y sus oponentes políticos habrían de colmar bien sus cantimploras y disponerse para una larga travesía del desierto.

Puestos a imaginar, imaginemos también que, animado por los éxitos, el PSOE de Madrid se pone las pilas y en lugar de entretenerse en las conspiraciones internas intenta el asalto a la Puerta del Sol. Que Simancas abandona el papel de Doctor No, deja que Ruth Porta reparta la caña y él se centra en presentar a la ciudadanía un proyecto ilusionante para Madrid. De producirse esas circunstancias el Partido Popular lo tendría igualmente crudo en las elecciones autonómicas. Semanas atrás hubo ya encuestas donde la mayoría absoluta que ahora ostenta Esperanza Aguirre quedaba en entredicho. Desde que doña Esperanza accedió a la presidencia regional ha trabajado con denuedo el reforzamiento de su posición en el partido. Se gusta en el papel de dama de hierro y le encanta el que sus hooligans la jaleen. Eso que le permite ser el gallo de aquel gallinero espanta al electorado bisagra sin cuyos votos resulta muy difícil alcanzar la mitad más uno en la Comunidad de Madrid. Algunos han visto ahora en su desmarque del recurso contra las bodas de homosexuales un síntoma claro del necesario cambio de estrategia. Pero sigamos imaginando e imaginemos que es tarde ya para seducir a los moderados y que no recupera la etiqueta de centro ni yéndose de copas con Maragall. Vamos a imaginar de paso que los sondeos sin cocinar acaban reflejando una horquilla que no garantiza a la señora Aguirre su despacho en la Casa de Correos. ¿Se la imaginan ustedes arriesgándose a perder esas elecciones? Yo sinceramente no. Rotundamente no, no al menos si está en su mano evitarlo. Y, como en casa haciendo calceta tampoco la veo, de momento el mejor refugio imaginable sería el Ayuntamiento de Madrid.

El magma sociológico de la capital le es bastante más favorable al PP y sujetando la vara hay ahora un señor de gafas al que ella no ama. El absoluto control que ejerce del partido en la región le posibilita tener esa bala en la recámara y forzar la marcha de Gallardón, le guste o no, plantándose de candidata a la Casa de la Villa. Bien es verdad que eso no podría ser gratis. Alberto Ruiz-Gallardón, a pesar del bache de popularidad que le ocasiona localmente el atracón de obras, siempre sale niquelado en los grandes sondeos. Su política de gestos progres, que tantos enemigos le ha originado en el partido, funciona justo donde más flojea el PP. Por eso y porque resulta inimaginable prescindir de Gallardón empiezan a circular quinielas que den sentido a la jugada. La más imaginativa pone a doña Esperanza de alcaldesa y a don Alberto de número dos con Rajoy para transmitir imagen de renovación y recuperar el centro. Esa combinación incluiría la búsqueda de un exilio dorado para Ángel Acebes antes de que su hedor a cadaverina política les impregne a todos. Le imaginan como candidato a la Junta de Castilla y León, y en Valladolid ya están con la mosca. Aunque la carambola pueda parecer un poco delirante en las estancias de Génova, hay quien está imaginándola. Lo de imaginar suele ser un ejercicio saludable en la vida pública siempre que los excesos no conduzcan a la locura.

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