Cementerio marino en Trafalgar
España, Francia y el Reino Unido exaltan la unidad europea en el 200º aniversario de la batalla naval
Cuatro mil o siete mil. Los oradores no se ponían ayer de acuerdo sobre cuántos muertos dejó el combate naval de Trafalgar, a pesar de que se han cumplido ya dos siglos. Posiblemente, ambas cifras son ciertas, terció el escritor Arturo Pérez-Reverte -que ayer recibió la Gran Cruz del Mérito Naval, con distintivo blanco, tras haber convertido a los Gravina, Churruca o Nelson en protagonistas de best seller-, ya que muchos de los heridos perecieron por infecciones. O se ahogaron en la tempestad que siguió a la batalla. De lo que nadie duda es de que fue una carnicería.
El jefe del Estado Mayor de la Armada, Sebastián Zaragoza, no ocultó la "extraordinaria fiereza" del formidable choque entre las flotas inglesa y franco-española, el 21 de octubre de 1805. "Dicen", rememoró, "que los grumetes echaban arena sobre la cubierta para que la sangre no resbalara".
Tanto el almirante como el ministro de Defensa, José Bono, o el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, aprovecharon la efeméride para exaltar la unidad europea. Zaragoza recordó que las tres flotas navegan hoy bajo el pabellón de la misma alianza militar.
No es habitual que un país conmemore una derrota, ni que un acto militar tenga sabor antibelicista, pero Teófila Martínez, primera edil de la ciudad que atendió a los supervivientes maltrechos de los dos bandos, hizo de su discurso un alegato. "Como alcaldesa, como mujer y como madre: nunca más una guerra", proclamó.
Por la mañana, Chaves y Bono, junto a los embajadores de Francia y el Reino Unido y a medio centenar largo de descendientes de los más destacados oficiales de los dos bandos, asistieron a un acto ecuménico en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz), oficiado por el arzobispo castrense, Francisco Pérez, y el capellán anglicano de la fragata británica Chatham. Los actos se trasladaron luego al parque Genovés, donde sonaron las notas del himno nacional español, la Marsellesa y el Dios Salve a la Reina mientras se izaban las tres banderas.
Marineros de la fragata británica, de la francesa Montcalm y de la española Reina Sofía, junto a soldados ataviados con uniformes de época, herederos de las unidades de Infantería embarcadas en Trafalgar, desfilaron por la Avenida del doctor Gómez Ulla. Bono no perdió la oportunidad de fotografiarse con los miembros de la Escuadra de Gastadores Voluntarios de Cataluña, tocados con la tradicional barretina, ni de citar al general Prim, "militar, español y catalán", para recordar a los herederos de los héroes que la expectación que ayer despertaban correspondía a sus tatarabuelos.
Quizá el más singular era Peter Vedel, de 42 años, descendiente directo del almirante Nelson y lady Hamilton quien, pese a su parentesco con uno de los mitos británicos, no conserva la nacionalidad de su antepasado. "Mi padre se fue a vivir a Dinamarca y yo soy danés. Son las cosas de la globalización", se excusó.
A las cinco de la tarde, casi a la hora en que hace 200 años la flota hispano-francesa arriaba el pabellón, la Chatham, la Montcalm y la Reina Sofía, realizaban una pasada por el costado del portaaviones Príncipe de Asturias, mientras se lanzaban por la borda seis coronas de laurel.
El acto se desarrolló a unas siete millas de la costa, lejos del cabo Trafalgar, donde aguardaban numerosas embarcaciones y curiosos, pero la matanza fue de tal calibre que convirtió todo el golfo de Cádiz en un gran cementerio marino. "Si no supiéramos lo que hemos sido en el pasado, no tendríamos conciencia de lo que debemos ser en el futuro. Ésa es una lección que España no debe olvidar", proclamó Bono, pensando sin duda en batallas más contemporáneas que la de Trafalgar.
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