Nueva Orleans, ahora inundada por la basura
Las autoridades calculan que hay 22 millones de toneladas de escombros en la ciudad
Es el inconfundible sonido de las moscas cuando revolotean locas sobre la basura. Es una nube negra que se ceba sobre comida podrida abandonada en un mar de escombros. La peste va y viene por oleadas, dependiendo del viento. Cuando parece que cesa, surge una nueva montaña de basura con toda la gama de los peores olores. Bajo los cascotes, un coche Ford blanco está completamente aplastado, como lo estaba el pasado 29 de agosto. Otros tres coches corrieron la misma suerte en la esquina de Camp con Canal Street, el día en que el huracán Katrina descargó su rabia en Nueva Orleans.
Allí permanecen, inamovibles, se diría que olvidados. Como si la reconstrucción que se está llevando a cabo en la ciudad de Luisiana no fuera con ellos. Dos calles más arriba, en Tchoupitulas, un colchón pestilente recuerda que alguien tuvo su hogar en la calle durante días antes de abandonar la ciudad ahogada.
Hay suficiente porquería como para llenar el Empire State Building 40 veces
Los vahos de alcohol espantan los malos olores y los fantasmas del desastre
Ocho semanas después, Nueva Orleans está seca, completamente seca. Pero hay miles y miles de kilos de basura. Tantos como para sumar 22 millones de toneladas, según fuentes oficiales. Hay más basura de la que produce ninguna ciudad estadounidense en un año. Suficiente porquería como para llenar el Empire State Building 40 veces. Se calcula que los camiones de recogida tendrán que hacer su trabajo 3,5 millones de veces antes de que no quede un solo rastro de apestosa inmundicia.
Ropa embarrada, botes anclados en las calles secas, televisiones, frigoríficos, juguetes. Basura. Toda proveniente de hogares, la mayoría de los cuales tendrán que ser demolidos. Es la mayor y más complicada "operación limpieza" de la historia de Estados Unidos. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército se enfrenta a una labor titánica. Fuentes oficiales reconocen que la labor podría llevar "meses". "Si no años", puntualiza el sargento De Salla.
Los vahos del alcohol espantan los malos olores y los fantasmas del desastre. La mítica Bourbon Street es muestrario de contaminaciones etílicas como cualquier otro domingo por la noche anterior al huracán. Pocos son los restaurantes que ofrecen sus servicios, y los que lo hacen sirven la comida en platos de plástico con cubiertos de plástico -ante la falta de personal en las cocinas- que pasarán a engrosar las toneladas de basura. Muchos son los bares y antros de copas. Bastantes más los locales que ofrecen pornografía y chicas "en vivo". "¡Sin braguitas!", tienta el anuncio de neón al paseante.
Hace unos días, el alcalde de la ciudad, Ray Nagin, extendió el toque de queda. Pasó de las ocho de la tarde a las dos de la madrugada. El barrio francés se convirtió en una fiesta. En un domingo por la noche, cientos de trabajadores de la reconstrucción y soldados de paisano tratan de mitigar las más de seis semanas que llevan sin descansar a golpe de whisky.
"Empecé desayunando cerveza", admite Chris Jensen, obrero en la cincuentena y agarrado a una botella de bourbon dentro de la inconfundible bolsa de papel marrón como si fuera su barra para aguantar el equilibrio. "Este trabajo es muy duro, no hemos parado ni un solo día de sacar escombros desde el 6 de septiembre", se explica Jensen, que asegura que mañana volverá a desayunar con café cuando comience su turno a las seis de la mañana.
De repente suena una marcha fúnebre. Por Bourbon Street avanza un cortejo, pero no está triste ni luce de negro. Las plañideras visten como cortesanas, se han pintado en la cara lágrimas en forma de corazón y lanzan collares de colores a los turistas -sí, turistas, típicos turistas en pantalones cortos, camiseta y con la cámara de fotos en la mano, para fotografiar a un vagabundo ebrio tirado en una esquina, las montañas de basura, hasta dónde llegó el agua o lo que se tercie- que observan a ambos lados de la calle. Ayer, en Nueva Orleans, enterraron al Katrina y a la guerra del presidente George W. Bush en Irak.
Abriendo el cortejo, un tanque con Bush ridiculizado. Los que marchan tras el tanque visten camisetas en las que se lee: "Olvidaos de Irak, reconstruyamos nuestro hogar". La reina del cortejo es voluptuosa y rubia, y asegura que nunca abandonó Nueva Orleans. "Sobreviví al Katrina", manifiesta orgullosa. "Esta ciudad será aún mejor de lo que era", sentencia marcando sus curvas con las manos. Sentada la reina con su corona en su carroza blanca, le hace de escolta un espigado hombre negro disfrazado de santero vudú que lleva una rata de más de dos kilogramos al hombro.
Un caballo negro cierra el cortejo. Arrastra un ataúd negro sobre un carro negro. Sobre el féretro se lee en francés: "Adieu, Katrina!". "Adieu, adieu!", corean los turistas con acento norteamericano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.