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Reportaje:

La memoria de la seda

Los filólogos Alexandre Bataller y Carme Narbon recuperan el testimonio de los últimos hiladores y el léxico de la seda

Hace 19 años, los filólogos Alexandre Bataller y Carme Narbon iniciaron un estudio de campo para una de las asignaturas de su último año de carrera, Dialectología, que impartía el profesor Emili Casanova. Se trataba de un estudio lingüístico sobre el cultivo del gusano de seda en la Safor. El trabajo quedó olvidado en las estanterías de sus archivos particulares. Hace un par de años, Alexandre mencionó el estudio en una conversación con Gabriel Garcia Frasquet, director del CEIC Alfons el Vell, que se interesó por el trabajo. Fue así como surgió la publicación de Les paraules de la seda. Llengua i cultura sericícola valenciana, una obra que no sólo recoge la riqueza léxica específica relacionada con la tradición de la sericultura y la hilatura, sino el testimonio de 25 personas, antiguos trabajadores de la seda, que son el recuerdo vivo de la historia de esta actividad, desarrollada en tierras valencianas durante ocho siglos. El libro incluye 138 imágenes y 150 referencias bibliográficas diversas, sobre documentación etnográfica, literaria, económica e histórica.

Entre los escritos, una carta que el intelectual Gregori Maians escribió, desde su casa en Oliva, a José Carvajal, secretario de Estado de Fernando VI, el 24 de febrero de 1748, en la que defendía la actividad sericícola para la economía del Reino, y describía de forma minuciosa el proceso de la cría de los gusanos de seda. En la publicación de la obra ha colaborado, además del CEIC Alfons El Vell, el Ayuntamiento de Almoines, donde se encuentran los restos de la fábrica de seda Lombard, incluida en el Plan Nacional de Patrimonio Cultural.

Cuando iniciaron el estudio, Alexandre y Carme tenían como referentes algún recuerdo infantil, de las cajas de zapatos que de niños utilizaban para la cría de gusanos, y la curiosidad por los avivadores en la cámara de la casa de unas tías en l'Alqueria de la Comtessa, utilizados para este mismo fin pero con destino comercial. El trabajo, dicen los autores, "no pretende ser un manual de sericultura práctica, ni un trabajo de divulgación histórica", sino "un diccionario de unas formas lingüísticas creadas, con el paso de los siglos, por un colectivo que vive y piensa en valenciano". Para ello, se han valido de las voces de los últimos protagonistas de esta actividad, no sólo en Valencia sino también en Europa. El libro reúne los testimonios de trabajadores de La Safor, relacionados con la fábrica Lombard, pero también del Camp de Túria, de la Canal de Navarrés y de la Ribera.

Además del rico repertorio léxico, el trabajo recoge un interesante relato de la historia de esta actividad, su introducción en tierras valencianas, su relación con países como Japón, de donde se importó un tipo de morera que permitía dos cultivos, y con Italia y Francia, que introdujeron nuevas técnicas de fabricación e hilatura. Y curiosidades, como las técnicas de cría tradicionales: mujeres que dormían con los capullos entre los pechos para mantener el calor. También hay referencias a las malas condiciones en las que trabajaban en la fábrica, donde las cabezas de los capullos se extraían introduciéndolas con las manos descubiertas en peroles a 50 grados, con agua de acequia. Para ello, se vale de los recuerdos de personajes como Eugenio Murgui, delegado sericícola en Benaguacil y Valencia, y Jesús Soldevila, conocido como "el médico de los gusanos", gran conocedor de los métodos de cría y de la producción de seda. En el otoño de 1975 salió de la fábrica de Almoines la última producción de seda de España. Con ella desapareció una tradición de siglos. El libro recupera su memoria.

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