_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Argelia, la vida o la justicia

Como decía Hannah Arendt, antes todo era sencillo. Estaban los partidarios del bien democrático y los del mal totalitario. Cuando los primeros vencieron a los segundos, se pudieron definir las características del "crimen contra la humanidad" imprescriptible y con el que nunca se podía transigir. En cambio, en Argelia, al igual que en Afganistán, en Palestina y en Líbano, se planteó la cuestión de saber hasta dónde se podía llegar en un compromiso con aquellas formaciones terroristas que no se podían erradicar. En Beirut, Hezbolá, aunque se haya politizado fuertemente, ha seguido siendo un Estado dentro del Estado con una fuerza militar autónoma e independiente del ejército libanés. En Gaza, el presidente Mahmud Abbas aún no ha conseguido imponer su autoridad sobre las legiones divididas de Hamás. En Kabul, el presidente Hamid Karzai acaba de declarar que prefería ver en el Parlamento a los representantes de los célebres "señores de la guerra" para poder conducirles a decisiones colectivas que disminuyan su capacidad para hacer daño. En cuanto a los argelinos, acaban de tratar su problema de un modo muy diferente y no sin eficacia aunque no sin injusticia.

En efecto, bajo el conflictivo tema de la reconciliación nacional Abdelaziz Buteflika ha logrado en el último referéndum una victoria esperada. En realidad, tan previsible que hubiese podido permitirse sin temor garantizar una libertad mucho mayor a la oposición y un espacio más amplio para los debates. Es de lamentar, por la imagen de la democracia. Pero, de todos modos, ha quedado demostrado que los argelinos, en su conjunto, han conservado un recuerdo atroz de la guerra civil que se desarrolló sobre todo durante los años noventa entre islamistas y fuerzas del orden con el pueblo como rehén, en medio. Pocas son las familias que, directa o indirectamente, no han tenido algún vínculo con una de las víctimas de estos terribles y vergonzosos años. Por mucho que el presidente Buteflika considerase oportuno despertar por un momento un nacionalismo antifrancés -siempre tan disponible como la fascinación por Francia-, a su alrededor todo el mundo sabía muy bien que la guerra que ha marcado a los jóvenes de hoy no es la guerra de liberación y de independencia contra Francia.

Al volver al poder tras el asesinato de un responsable de un justo (Mohamed Budiaf), Buteflika debía liberarse de los militares que lo habían puesto en el cargo y desarmar a las milicias islamistas. El ejército, culpable en opinión de estos últimos de haber interrumpido el proceso electoral que garantizaba su victoria, logró de todos modos restablecer el orden, pero en unas condiciones que no bastaron para convertir a unos generales en justicieros ejemplares. En Afganistán, los terroristas argelinos habían aprendido todas las técnicas de la atrocidad de quienes las habían sufrido de manos de los ocupantes, por aquel entonces soviéticos. Al haber provocado la marcha de las tropas de una de las dos superpotencias, los jefes afganos tuvieron la impresión de celebrar un Valmy del mundo musulmán como los vietnamitas habían celebrado, en Dien Bien Phu, un Valmy de los pueblos colonizados. Pero los que volvieron de Kabul a Argel fueron unos asesinos alucinados con la idea de masacrar a todos los aliados del poder y de Francia, pero también a los intelectuales, a los artistas, a los poseedores de diplomas, etc. Este fanatismo nihilista hizo más por su rechazo que la represión, incluso desenfrenada, de las fuerzas del orden. Dicho de otro modo, cuando Buteflika llegó al poder, todo el mundo era culpable salvo, claro está, la gran masa de la sociedad civil que desconfiaba del poder militar y temía a los militantes del terror.

El presidente argelino encontró la solución de la "reconciliación", cuestión muy impopular entre todas las víctimas directas, que prefieren la justicia a la paz, pero muy popular en cambio para la mayoría de los ciudadanos, quienes, por su parte, sólo aspiran a la vida. Al realizar un llamamiento en favor de la reconciliación, el presidente argelino ha permitido a los criminales islamistas escapar a la justicia. Pero al integrarlos en las lides legales del debate político, ha dificultado su posible tentación de organizar una movilización violenta contra los generales. De este modo, el presidente argelino sale del referéndum poderosamente independiente de todas las fuerzas que representaban para él un freno o, en ocasiones, su coartada. Ahora está en posición de utilizar mejor -por fin- y de repartir mejor el maná del petróleo, de mejorar aún más la condición de la mujer, de mostrar que el bereber se ha convertido realmente en una lengua oficial, de revisar radicalmente los manuales escolares y, tal vez, extender a la oposición, a los harkis [argelinos enrolados en el ejército francés] y a Francia este perdón del cual, por el momento, los islamistas son los únicos que se benefician realmente. Por último, para pasar a la Historia, Buteflika debería tener el valor de encabezar un movimiento por el Magreb unido y contribuir a acabar con este lamentable conflicto del Sáhara.

Jean Daniel es director de Le Nouvel Observateur. Traducción de News Clips.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_